Todas las fotografías son de hiepler, brunier. Cortesía de los artistas.
por Jorge Vázquez Ángeles
LA ARQUITECTURA ESPLÉNDIDA DEL ALTES MUSEUM, DISEÑADO POR EL ARQUITECTO, URBANISTA Y PINTOR NEOCLÁSICO KARL FRIEDRICH SCHINKEL, SE PRESENTA COMO UN HOMENAJE A LA SUNTUOSIDAD DE LA CULTURA Y UNA ACTUALIZACIÓN PERMANENTE DEL PASADO QUE INYECTA VIDA AL PRESENTE.
La arquitectura neoclásica parece muy distante. La miramos como una corriente remota que poco o nada puede enseñarnos hoy. Es una pieza de museo que se respeta más por su edad que por lo que representa o por lo que es capaz de decirnos. Sin embargo, la distancia temporal es relativa y su presencia, aunque camuflada, permanece entre nosotros.
Veamos el caso del Altes Museum, el primer museo construido en Berlín, en la época del rey Federico Guillermo III.
Para exponer al público la colección de arte de la familia real prusiana, Karl Friedrich Schinkel (1781-1841), el arquitecto de la corte, eligió un sitio inigualable: el extremo norte de la Museumsinsel (Isla de los Museos), una porción de tierra alargada en el centro de Berlín, bañada por las aguas del río Spree. En el extremo opuesto se encontraba el Palacio Real —dañado en la Segunda Guerra Mundial; parcialmente demolido en los años cincuenta, y hoy reconstruido—, por lo que Schinkel pensó en el museo como una caja alargada que delimitaría el Lustgarten (Jardín del placer) y que remataría la vista desde la casa del rey. Las obras iniciaron en 1823 y se extendieron hasta la inauguración el 3 de agosto de 1830.
La fachada principal es imponente por su orden y equilibrio: encima de un basamento, 18 columnas jónicas en formación cerrada, contenidas por dos pilastras, sostienen un entablamento. Encima de éste, 19 acróteras en forma de águila, similares a las del escudo imperial alemán, forman una columnata.
Las pilastras que flanquean las columnas son fundamentales en la composición, pues crean las esquinas de la caja y dan al espectador la idea de totalidad, de un cuerpo único y cerrado.
Consciente de la teatralidad necesaria para el edificio —pensemos en el rey o sus familiares visitando su colección—, Schinkel dispuso varios elementos para crear la atmósfera adecuada. Primero, el acceso principal es la única abertura en la fachada. Lo primero que se ve al entrar es una escalinata doble que lleva al primer nivel; debajo hay un pasillo que desemboca en el corazón del museo, una rotonda rematada por una cúpula inspirada en el Panteón de Agripa. La cúpula encasetonada no se ve desde fuera porque está oculta dentro de un cubo, lo que magnifica la experiencia de quien entra por primera vez y la descubre.
Sin embargo, el elemento más importante es la escalinata doble, que cumple dos propósitos: a nivel social, permite que los visitantes sean vistos conforme suben; al llegar al primer nivel, la vista hacia el Jardín del placer y el Palacio Real (hoy Humboldt Forum) es total. Así, el museo rompe la distinción entre el afuera y el adentro, convirtiéndose, efectivamente, en un lugar público. Con esta obra, Schinkel impartió una breve clase de arquitectura y urbanismo.
El arquitecto también fue pintor: imaginó y bocetó unos frescos para la fachada, en los que narraba el desarrollo de la humanidad. Debido a su muerte en 1841, no pudo realizarlos; Peter Cornelius se encargó de ello en 1855.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los bombardeos aliados y los combates escenificados en el Jardín del placer casi derrumban el museo; la explosión de un tanque destruyó los frescos para siempre. Hasta 1958 los trabajos de remodelación iniciaron para después albergar la colección de piezas y objetos griegos y romanos que aquí se exponen actualmente.
Desde 1998 se contempla una restauración total, a cargo de los arquitectos Hilmer, Sattler & Albrecht, pero la falta de recursos ha impedido la renovación.
La huella de Schinkel está presente en la Neue Nationalgalerie (1968) y en las oficinas de Bacardí (1961), ambos de Ludwig Mies van der Rohe, cuya admiración por su antepasado arquitectónico es bien conocida.¹ La célebre silla Barcelona es una abstracción de un sillón diseñado por el prusiano.
Como decía William Faulkner, el pasado nunca muere, ni siquiera es pasado.
Así, el museo rompe la distinción entre el afuera y el adentro, convirtiéndose, efectivamente, en un lugar público.
[…] Schinkel pensó en el museo como una caja alargada que delimitaría el Lustgarten (Jardín del placer) y que remataría la vista desde la casa del rey.
Jorge Vázquez Ángeles (Ciudad de México, 1977) es arquitecto por la Universidad Iberoamericana (UIA). Desde 2003 se dedica a la literatura y la edición. Ha sido editor de las revistas Leemás y Tierra Adentro. Sus artículos pueden leerse en Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Es el fundador del sitio metropolifixion.com.
1. Para conocer más acerca de la relación entre Schinkel y Mies van der Rohe, vale la pena leer el ensayo “Ludwig Mies van der Rohe y Karl Friedrich Schinkel: interferencias, fecundaciones” de Peter Krieger en (verficidado el 23 de diciembre de 2021).