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PEDAGOGÍAS NÓMADAS Y LA FUERZA DEL CAMINAR

por Isis Mariana Yépez Rodríguez

PENSEMOS EN OTRA FORMA DE APRENDER Y EDUCAR, UNA BASADA EN LA POTENCIA DE NUESTRO PROPIO CUERPO PARA PRODUCIR PENSAMIENTOS, REFLEXIONES, NUEVAS CONEXIONES Y AFECTOS A PARTIR DE NUESTRAS ANDANZAS POR EL MUNDO.

“Es posible que caminar sea mitológicamente el gesto más trivial y por lo tanto el más humano”.

Roland Barthes 

En física, el concepto de fuerza se utiliza para expresar la capacidad de modificar la forma o el estado de reposo de un cuerpo. Caminar, por ejemplo, implica una fuerza motriz, pero es algo tan común que se considera casi como “un hacer nada”. Sin embargo, en ese trayecto se identifica el espacio, se encuentran emociones, recuerdos, reflexiones o la nada misma.

Caminar supone un encuentro consigo mismo y el espacio, la ciudad, la naturaleza, el camino. Es un momento de libertad motriz y mental, una suerte de repetición de movimientos corporales similares a los meditativos. A medida que se conoce más el terreno, más se apropia y se reconoce entre el ambiente, pues “caminar supone un sutil equilibrio entre trabajo y ocio, entre ser y hacer. Se trata de una actividad corporal que no produce […] más que pensamientos, experiencias, llegadas”.¹

Caminar, en este sentido, supone reencontrarse con uno mismo, es la facultad humana de dar sentido al mundo y moverse en él.² Sin embargo, qué sucede cuando caminar implica también una experiencia de tensión y vigilancia como en las grandes ciudades. Esa experiencia corporal conlleva otro tipo de encuentros.

En mi caso, me levanto por las mañanas, me baño, me visto, desayuno, salgo a la calle y camino. Realizo el mismo trayecto cada día, me olvido de todo, me sumerjo en la oscuridad del transporte público, me convierto en masa y no conozco más. No sé por qué calles paso, ni conozco el camino, simplemente me dejo llevar por la vorágine del trayecto.

En la ciudad el camino se desvanece. Caminar por la ciudad, muchas veces implica un dejo de peligro, una experiencia afectiva y corporal distinta. En este caso, el flâneur del que hablan Walter Benjamin y Charles Baudelaire, ese paseante y observador a la vez, que vagabundea y se pierde dispuesto al descubrimiento, no puede existir en las ciudades, ni en las personas, especialmente si somos mujeres, que comprobamos que perderse no implica una aventura.

Vagar sin rumbo también es una materialización de la libertad. Sin embargo, los muros y toda clase de dispositivos de seguridad van contribuyendo a propagar un miedo en los habitantes de las ciudades y así generar seres programados por una motricidad del encierro que puede ser vivida tanto al interior como al exterior de los espacios. De ahí la importancia de caminar para conocer y reconocernos en el espacio por el que transitamos. El desconocimiento llevará a un azar de encuentros en los que el sujeto no decide sobre sí mismo, ni el lugar que habita, si no el mero azar. Sin embargo, la posibilidad de romper con el miedo al caminar se da cuando se comienza a conocer el lugar que se habita, apropiarse de ese espacio para recorrerlo con mayor libertad al encuentro con uno, el mundo y con los otros.

La experiencia de un lugar, como la ciudad, provoca ciertas afecciones. A medida que se conoce más el terreno por el que se pasa, más se lo apropia y más se reconoce el ambiente. Así como el sujeto camina la ciudad, las ciudades también “andan, emigran y hasta salen a mudar de aires”.³ Con ello podemos notar que la percepción del espacio va íntimamente ligada a la construcción ontológica del sujeto. Podríamos hablar entonces de una pedagogía nómada, corporal, afectiva, movible, transformable, ese motor —fuerza motriz— que impulsa a movernos, empezar a abrir nuevas pistas, aprender a orientarse y, finalmente, dejar en el paisaje unos signos de reconocimiento cada vez más estables. Para ello necesitamos de la fuerza para movernos y la potencia, en el sentido spinoziano, nos permite comprender la capacidad que tenemos para expresar nuestra libertad:

Es evidente que los cuerpos no son entidades pasivas, sino que contienen sus propias fuerzas y tratan de concentrarse con ellas. La sincronización con esas fuerzas es la fuente de la conciencia y, por lo tanto, del conocimiento de uno mismo: es tanto una cuestión de física como de afectividad. La conciencia en perspectiva significa que los límites de mi cuerpo son los límites de mi conciencia.4

Una pedagogía nómada, ligada a lo que Rosi Braidotti llama la subjetividad nómada —que consiste en una subjetividad flotante, que moviliza la capacidad que tenemos para sentir, experimentar, procesar y soportar la compleja materialidad del exterior—5
contribuye a pensar en el cuerpo como parte de la pedagogía. Pensar en lo nómada como aquello que se puede usar para encontrar nuevos lugares, nuevos caminos, es una forma de liderar nuestras vidas, de tomar los caminos hacia nuevos pastos, hacia nuestra propia libertad interior: “Para una ética de la sustentabilidad, la expresión de los afectos positivos logra que el sujeto dure o persista: es como una fuente de energía recargable a largo plazo situada en el núcleo afectivo de la subjetividad”.6 Es decir, es un sujeto que soporta los cambios.

Un inicio hacia esta subjetividad nómada comienza caminando, pues así se reduce la inmensidad del mundo a las proporciones de nuestro cuerpo; es una apertura a nuestro mundo, pues requiere una sensorialidad plena, es vivir plenamente el cuerpo y restituir el sentimiento de nuestra existencia.7

Francis Alÿs, Pie seco / pie mojado (díptico). Estudio para No cruces el puente antes de llegar al río, 2005-2009. Colección INBA. Programa Pago en Especie, SAT. Ejercicio fiscal 2015. Colección Museo Tamayo Arte Contemporáneo, INBA/Secretaría de Cultura. Cortesía del artista y el Museo Tamayo.

Caminar, […] supone reencontrarse con uno mismo, es la facultad humana de dar sentido al mundo y moverse en él comprendiéndolo […].

Francis Alÿs, Sin título. Estudio para No cruces el puente antes de llegar al río (Estrecho de Gibraltar, Marruecos-España), 2008. Colección Museo Tamayo Arte Contemporáneo, INBA/Secretaría de Cultura. Cortesía del artista y el Museo Tamayo.

Francis Alÿs es un artista belga radicado en la Ciudad de México desde 1986. Su obra, que va de la acción artística y el performance hasta la escultura, la pintura y el dibujo, se fundamenta en sus recorridos por la ciudad, al mismo tiempo que sugiere el acto de caminar como una acción que enriquece el mundo y al caminante. francisalys.com

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Isis Yépez. Licenciada en pedagogía por la UNAM, actualmente realiza el Máster en historia del arte contemporáneo y cultura visual en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS). Su línea de investigación deriva de la relación entre el arte contemporáneo y la pedagogía. Es colaboradora en proyectos con enfoque multidisciplinario con Proyecto Nómada.

1. Rebecca Solnit, Wanderlust: una historia del caminar (Santiago de Chile: Hueters, 2015).

2. David Le Breton, Elogio del caminar (Madrid: Ediciones Siruela, 2017).

3. Dante Saucedo, “La ciudad: una palabra dada” en El asunto urbano. Revista internacional gratuita de urbanismo, arte y arquitectura, vol. 1, núm 0, México (enero-marzo 2015).

4. Rosi Braidotti, Transposiciones: sobre la ética nómada (Barcelona: Gedisa, 2009).

5. Ibídem.

6. Ibídem.

7. David Le Breton, Elogio del caminar, op. cit.

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