A lo largo del tiempo el foco de la política se ha desviado de la participación ciudadana al manejo del poder. Es importante regresar a los valores primarios de esta práctica para comprender que éste es un asunto que nos compete e interesa a todos.
Giuseppe Lo Schiavo, Levitation - Parthenon (Levitación - Partenón), 2011. giuseppeloschiavo.com Cortesía del artista.
por Edna Jeanett López Villagrán
Existe una distancia enorme entre quienes viven de la política como profesión de aquellos que la estudian y analizan científicamente. ¿Ética y valores axiológicos se exigen como científico político?; ¿ética y valores axiológicos se exigen como profesional de la política? Quizás la primera pregunta no es difícil, puesto que la respuesta es positiva, pero la segunda se complica hoy en día, cuando es evidente la desaprobación social ante la ausencia de valores tanto en la práctica política de los gobernantes, como la falta de credibilidad en sus instituciones. Resulta aún más complejo que la ética y los valores axiológicos se encuentren cuando se estudia y se ejerce al mismo tiempo, como si pretendieran ser juez y parte.
Quizás debemos remontarnos a la época cuando el estudio de esta disciplina social era fuente del conocimiento mismo de la sociedad; cuando la ciencia política se ampliaba en la medida que el andamio cognitivo se iba enriqueciendo y la axiología como las teorías deontológicas orientaban por la ruta de la investigación.
Precisemos acerca de la raíz etimológica de la palabra “política”: polis que quiere decir ciudad y el sufijo ico que significa agente, ciudadano. Por tanto, en la Grecia antigua se le entendía como lo relativo a la ciudad y al ciudadano. Posteriormente, se le encauzó hacia el modo de hacer las cosas, por lo que el ciudadano debería alcanzar el nivel suficiente para dimensionar a la política, a la ciudad y la relación social que en ella se da.
“Ciudadano lo es plenamente el que tiene participación en los poderes públicos”.
-Aristóteles
Si se lograra comprender que política significa ciudadano, quizás entonces, la lejanía y la indiferencia de algunos por la política no sería tan abismal. Además, se comprendería más claramente la democracia con la analogía de que política es a ciudadano lo que participar en política es derecho y obligación ciudadana. Así, tendría sentido en su práctica consuetudinaria para después poder regularlas con la norma jurídica como valores político-sociales y cívicos.
Aristóteles, (384-322 A.C.) padre de la política clásica, en su obra Política diferenció con claridad los gobiernos puros o buenos gobiernos, monarquía, aristocracia y república, de los gobiernos impuros, tiranía, oligarquía y democracia (libro IV cap. 2) mediante la naturaleza y los valores humanos. Sin embargo, resulta enigmático cómo, con el paso del tiempo, la democracia ha pasado de ser gobierno impuro a gobierno “ideal” en la actualidad. Aristóteles descalifica a la democracia porque de ella emana la constitución y la demagogia (libro III cap. 3).
Revisemos la raíz griega de “democracia”: demos quiere decir pueblo, krátos, gobierno y el sufijo ia, cualidad. Por lo tanto, la definición etimológica, también aceptada hoy, significa “el gobierno del pueblo”. La complejidad del concepto ya lo explicaba Aristóteles: “El mando de muchos no es bueno; basta un solo jefe”. Esa exacerbada necesidad de justificar lo que siempre fue injustificable, debe dar lugar, en este momento, a otra discusión y análisis.
Hoy nos referimos a la democracia moderna en contraposición a la dictadura. Por lo tanto, se le exigen más que nunca dos acciones imperativas: el voto y la participación ciudadana como modo de organizar el poder político en el que el pueblo, además de ser el objeto (sentido) del gobierno sea el sujeto que gobierna. Sin embargo, pareciera que lo único que la gran mayoría reconoce de la democracia es la acción de los comicios, la que, por cierto, a veces es precaria y profundamente manipulable. Más lejana parece estar la obligación-derecho de participar en la política, aunado a la yuxtaposición de los anclajes constitucionales sobre la protesta y manifestación que en la Carta Magna se encuentran, como los que aún no se han incluido: revocación del mandato y desafuero, por ejemplo. Así que no es nuevo comprender por qué la participación ciudadana es vista también hoy por la axiología política como un derecho y obligación, es un valor político. Sin embargo, cuando no hay claridad y peldaños suficientes para ejercerla, menos habrá interés en defenderla desde cualquier trinchera.
A la política se le describe como la actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o al país. Distancia propia de su definición actual, que se aleja cada vez más entre quienes gobiernan de los gobernados, entre quien ejerce la política y los ciudadanos. Pareciera ser que para honrar a la política, se requiere regresar al statu quo, al origen de ella misma. Necesariamente deberemos encontrar el sentido ontológico de las teorías políticas como de los valores políticos contemporáneos (solidaridad, civilidad, subsidiaridad y urbanidad). Deberían ser suficientes si se practicasen para mantener el orden, el estado de derecho, la gobernabilidad, el progreso y la paz social. Debido a esto, pareciese que, entre el ciudadano y la política, hoy hay guerra.
“El hombre es un animal político: Zoon politikón”.
-Aristóteles
Ya en el 550 A.C. Sun-Tzú describía en El arte de la guerra los mecanismos y las estrategias militares para obtener y conservar el poder imperial. Señaló y enfatizó el conocimiento entre el sabio estratega y el que ignora la estrategia. La victoria sobre la derrota, como razón única y principal. Así pues, la guerra iba más allá del campo de batalla, y se refiere a las confrontaciones internas del individuo, a la arena de sus emociones.
Giuseppe Lo Schiavo, Levitation - Colosseum (Levitación - Coliseo), 2011. giuseppeloschiavo.com. Cortesía del artista.
« La política y los valores históricamente conservan una confrontación con el poder, máxime cuando de éste surge el empoderamiento como virtud ».
Será hasta el siglo XVI con Nicolás Maquiavelo, cuando la definición de política rompe con la discusión teológica-filosófica del bien común como de los buenos o malos gobiernos. La política tiene una injerencia indisoluble con el poder, llegar a él y conservarlo será la descripción minuciosa que, en El Príncipe, Maquiavelo hará con sumo cuidado.
Por mucho tiempo, Maquiavelo será señalado como voraz y malvado, aunque él sólo describe los diferentes gobiernos de su tiempo, será un politólogo (estudioso de la política). Refiere al político ciudadano en dos ámbitos: quien ejerce el poder y quien obedece y reconoce ese poder. La discusión de la política ha sido cruel con Maquiavelo; como si llamáramos asesino al psicólogo, abogado o sociólogo porque describen la personalidad del delincuente, de la misma forma se le adjudica a la descripción de Maquiavelo, esa connotación maquiavélica por las acciones que buscan retener o perder el poder.
Asimismo, quienes leen a Maquiavelo y a Sun-Tzú reconocen en su propia personalidad el tipo de individuo que se es, el tipo de ciudadano que gobierna y tiene poder sobre los ciudadanos gobernados que sólo reconocen el poder.
La política y los valores históricamente conservan una confrontación con el poder, máxime cuando de éste surge el empoderamiento como virtud. Me interesa concluir dejando visible esta doble dualidad: primero el ciudadano-valores del segundo política-poder.
Aquí radica la más profunda confusión entre la política antigua de la ciencia política contemporánea. Estudiarla desde los valores que enaltecen al individuo o revisarla desde el poder. Sinceramente creo que el poder es la máxima debilidad humana, debido a lo que genera en el ser. Y al poder debe vérsele con la claridad de un antivalor, el poder buscado, perseguido y hasta secuestrado con todo ahínco por el individuo. Lamentablemente el antivalor más presente sobre cualquiera de los más excelsos valores humanos, incluido el valor supremo de todos: la vida.
Edna Jeanett López Villagrán realizó estudios universitarios de sociología política por la UAM, trabajo social por la UNAM y derecho por la UVM. Cuenta con una Maestría en administración pública por la Universidad Carlos III de Madrid. Catedrática universitaria desde el 2000.