por Mónica Sánchez Escuer
La serie The Yellow River del fotógrafo chino Zhang Kechun busca dar coherencia, por medio de la narración de secuencias, a la compleja y muchas veces contradictoria relación que como humanidad hemos establecido con la naturaleza.
Inspirado en la pasión que llevó a explorar los cinco ríos de China al personaje de la novela Los ríos del Norte de Zhang Chengzhi, el fotógrafo Zhang Kechun abandona su trabajo para realizar proyectos propios y emprender un viaje por las riberas del Río Amarillo, el segundo más grande de su país y el sexto del mundo. El largo recorrido no sólo se transforma en un viaje interior, sino que le revela algo más grande: la compleja identidad del pueblo chino y su problemática y estrecha relación con la naturaleza.
El ser humano ha intentado dar coherencia a la ininteligible realidad por medio de la narrativa y el arte. Dar un orden, un sentido al caos que nos circunda. Al narrar, intenta poner en un plano de secuencias la simultaneidad de los sucesos y las múltiples dimensiones de lo real sobre una línea del tiempo. Pero en el arte, esa búsqueda es más un espacio concentrado de cuestionamiento creado por el artista y el espectador recibe de golpe la pregunta. Eso hace Zhang Kechun. Al retratar el Río Amarillo y su entorno, pone al descubierto la paradoja entre la belleza y la destrucción, la poderosa naturaleza frente a la necesidad humana de controlarla y apropiarse del espacio.
Lo llaman madre porque la tradición ubica la cuenca de ese río como el origen de la civilización china. Pero es llamado también El dolor de China por las terribles inundaciones y secuelas de sus aguas embravecidas. Dador de vida y de muerte. El río parece encarnar la idea del yin yang de la filosofía taoísta: dos fuerzas opuestas pero interconectadas que están en todas las cosas del universo e impulsan su continua transformación. Contradicciones que coexisten en un mismo paisaje bajo la lente de Zhang: la naturaleza herida, serena, imponente, frente a la pequeñez humana y su empeño de conquista; las ruinas de la sabiduría milenaria ante el entusiasmo ciego por la novedad y el progreso; los vestigios materiales de su fracaso como huellas: viejas fábricas, barcos, monumentos abandonados, edificios derruidos, paisajes desérticos. Y unos pocos humanos esparcidos como pequeñas flores que nacen después de una helada, admiran, pescan, nadan en el Río Madre y sus aguas arcillosas.
El discurso visual de Zhang no es de denuncia o exposición del ecosidio; exhibe sutilmente y con cierto humor ese afán del ser humano por encontrar un sentido al desastre, al espacio vacío, a su propia existencia como observador. Incluso él mismo entra en cuadro para formar parte del grupo que observa y disfruta el paso del río, mientras un turista dispara la cámara. La más destacada es quizás aquella donde se le ve diminuto, sentado bajo una pagoda en la montaña mientras admira el vasto horizonte. Sus imágenes son escenas tan bellas como insólitas: un hombre pescando sentado sobre el techo de una de las pagodas que sobresalen del agua en una zona inundada. Unos nadadores cruzan el río cargando una gran fotografía de Mao Zedong en memoria del nado del mítico líder con el que quiso demostrar su fuerza y bienestar físico a los casi ochenta años. Bajo una chimenea inclinada y derruida, metidos en un pequeño charco, dos hombres pescan. En el desierto de Tengger un hombre bombea agua de un pequeño estanque para regar los pocos árboles del área. En una zona desecada de minas de carbón otro hombre observa una gran cabeza de Buda abandonada muy lejos del templo al que nunca llegó.
Zhang Kechun prefiere la dilación analógica a la inmediatez digital, elige una cámara de gran formato 4x5 para capturar los detalles más íntimos del paisaje recordando el espíritu y la delicadeza de las pinturas de la dinastía Song. Los tonos neutros y la ligera bruma de sus fotografías, son más búsqueda que creación, obedecen a su intención de ser fiel al río como símbolo de vida, de esperanza, de reconciliación entre el ser humano y la naturaleza; reflejan la calma y poder de esas aguas amarillas.
Al retratar el Río Amarillo y su entorno, pone al descubierto la paradoja entre la belleza y la destrucción, la poderosa naturaleza frente a la necesidad humana de controlarla y apropiarse del espacio.
Mónica Sánchez Escuer es escritora y doctora en Artes y Diseño por la UNAM, especialista en Estudios de la Imagen, Fotonarrativa y Poesía Fotográfica.