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EL ONCE DE JULIO

por Sofía Emiána
ilustraciones de Mariana Johnson

LA CREATIVIDAD SUELE ESCAPARSE DE NUESTRAS MANOS CUANDO LA AÑORAMOS. LUEGO NOS ENCUENTRA EN LOS LUGARES MÁS INESPERADOS.

“La musa no puede ser comandada, sólo bienvenida”.
“The muse cannot be willed, only welcomed”.

Bob Dylan

En 1950 la señorita Sara decidió salir a dar un paseo por la colonia para respirar las ideas en el aire y refrescar la mente, pues dicen que el peor enemigo de una mente creativa es la autocrítica y el encerramiento por decisión. Sara no se consideraba a sí misma una mujer aislada, simplemente solitaria.

Tal vez no le caían bien sus vecinos… eso nunca lo sabremos.

Llevaba varios días trabajando en un artículo que, sin planearlo, se convertía en un libro sin mucho sentido. La señorita Sara se encontraba angustiada y desolada, atrapada en su propia mente que le parecía limitante, comparada a la abundancia que observaba al asomarse por la ventana, sobre todo en primavera cuando las flores despiertan.

Esa mañana escuchó en boca de algún vecino que por ahí del once de julio los planetas se alinearían, creando un triángulo mágico a su favor. Fue entonces cuando salió, el once de julio a las nueve de la mañana. Fue la última vez que se le vio por la colonia.

Se rumora que llevaba puesta una falda dorada y una blusa roja. Siempre portaba colores vivos por miedo a pasar desapercibida, su silencio amenazaba con convertirla en la mujer invisible.

Después de rondar por al menos tres horas, cansada de ver los mismos árboles, las mismas casas, el mismo cielo, más desesperada que antes, la señorita Sara subió al primer camión que se detuvo con la esperanza de que la llevara a un lugar donde fluyeran sus ideas, lejos de la monotonía y la creatividad estancada.

En ella se sentía el impulso de pintar un cuadro, componer una canción de amor, correr un maratón, cortar flores, crear algo hermoso, hasta de cantar a todo pulmón.

Pretendiendo huir de ella misma, llegó hasta el Popocatépetl.

Sí, el volcán.

Ahí se sentó, descansó, respiró, gritó y meditó. A lo lejos, llamó su atención, la mujer dormida. Sí, la montaña donde quedó por siempre marcada una “mujer dormida”.

-A estas alturas (pensó Sara) probablemente esté más muerta que dormida.

Poco después subió. Primero con prisa, cuando perdió el aliento decidió que no tendría más opción que ir despacio. Se dio cuenta que no había nadie a su alrededor. ELLA Y EL VOLCÁN.

La caminata parecía interminable, por más que subía no llegaba a ningún lugar. Contaba sus pasos en un silencio impaciente “uno, dos, tres… cien”.

Enfurecido por haberlo despertado, el volcán respondió sacudiendo la tierra, mandando a la señorita Sara tres metros de vuelta hacia abajo.

Ella se sacudió y con lágrimas en los ojos, determinada a llegar a la cima, continuó, esta vez azotando sus pasos.

Una vez más el volcán respondió, esta vez con una fumarola que, tosiendo, la mandó de vuelta, cuatro metros hacia abajo, bañada en ceniza. Vencida, se sentó ante el imponente volcán.

A lo lejos, ella parecía una hormiga frente a él.

Pasó varias noches, las estrellas la iluminaron y los vientos la cobijaron.

El volcán respiraba, suspiraba, esperando que la señorita Sara encontrara una respuesta y ya se fuera a su casa.

Ella sólo lo observaba, preguntándose.

—¿Cómo es que se crearon estas estrellas, el volcán, todo lo que me rodea, y no me permito crear nuevas ideas?

De pronto escuchó una voz (tal vez porque llevaba días sin comer).

La caminata puede parecer interminable, para ti, para mí y en ti.

Se creó el cielo en tonos azules y el sol lo acompaña en rojos, así en la paciencia y en el silencio llegan las ideas, que parecen ajenas, pero son de todos. La expresión creativa es lo que nos hace distintos. Como la creación más grande hay cosas que no comprendemos y nuestra creación es una de ellas. En creatividad renacemos cada día.

Las ideas llegan para transformar en colores y formas nuestros días. Creamos para disolvernos dentro del universo sin miedo, siempre contentos.

“Aliméntate de grandes y austeras ideas de belleza que nutran el alma […]”.

Eugène Delacroix

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Sofía Emiána es editora de la sección Mandala de Capitel.

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