por Carlos Azar Manzur
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A partir del acercamiento a dos obras notables de la historia del teatro, Coriolano (1607) de William Shakespeare y Rinoceronte (1959) de Eugène Ionesco, trataremos de acercarnos modestamente a esta pregunta incisiva. Coriolano es una tragedia que ubica la intriga a lo largo del primer periodo de la República romana, desgarrado por los entuertos del poder. Rinoceronte, a su vez, pone el dedo en un sistema democrático atacado por la propaganda totalitaria.
Oligarquía y democracia
En Coriolano, está claramente planteado el tema de saber cuál es el mejor sistema para el interés general. Shakespeare opone dos conceptos, el de la oligarquía y el de la democracia. La lucha por el poder es más que áspera. El joven Coriolano contempla, así de manera estática, el sistema democrático, pero le parece que está pervertido por los intereses particulares de una plebe ignorante. Rechaza entrar al juego democrático, así como rebajarse al ejercicio de un poder demagógico. La fragilidad del sistema democrático permea toda la obra. La democracia se borra debido a la existencia de pugnas intestinas, a las rivalidades del poder y finalmente, a la demisión de las élites.
En pleno siglo de oro de la Elizabeth 1ª de Inglaterra, era necesario demostrar la legitimidad de una monarquía fuerte, mientras se meditaba sobre la profundidad del compromiso necesario de todo poder instaurado.
Coriolano fustiga la fundación de la democracia por motivos ligados a la ignorancia crasa del pueblo que es necesario adular y al nacimiento de la reivindicación de intereses particulares. La unidad de la ciudad se tambalea. Las palabras temerarias de Coriolano firman su sentencia de muerte.
La experiencia democrática llevada al límite
En Rinoceronte, Ionesco empuja la experiencia democrática a un límite final. ¿Cómo se borra la democracia? Según Ionesco, por el abandono progresivo de todo pensamiento autónomo y por la fascinación de la élite y del pueblo frente a una propaganda totalitaria. El espectador se sitúa en la perspectiva de una ciudad, como representación de un país, invadida de pronto por un rinoceronte, y luego por una horda. Este suceso suscita preguntas y dudas en un grupo de palabras intercambiadas en la terraza de un café, por un grupo de individuos diferentes: cada uno afirma sus puntos de vista.
Empieza el debate y las disputas. El debate gira entre la ilusión y la realidad. La situación se sujeta a interpretaciones distintas. Sin embargo, entre todas ellas, vemos el origen de una manipulación hábil, de una propaganda bien orquestada por seres que comúnmente no son vistos por la sociedad. Las discusiones sobre este rinoceronte que acosa a los espíritus entran el mundo de la empresa, generando peleas interminables, pero que deben detenerse cuando el jefe de la oficina lo ordena: “rinoceronte o no, es necesario que se haga el trabajo. La empresa no les paga para que se pongan a hablar de animales reales o ficticios”.
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"El joven Coriolano contempla, así de manera estática, el sistema democrático, pero le parece que está pervertido por los intereses particulares de una plebe ignorante".
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Tras esto, una horda de rinocerontes invade la ciudad.
Las discusiones siguen y la barbarie empieza a ganar la ciudad. La obra termina con la renuncia de los seres razonables, lo que marca el fin del sistema democrático y el triunfo de la barbarie.
Ambas obras anuncian y discuten lo que vivimos últimamente, en Austria y en Perú, por poner los últimos ejemplos, con el Brexit, o el ascenso irresistible de Donald Trump. “Lo que se plantea es la crisis de la democracia, dramáticamente a merced de la ignorancia”, como dijera Arcadi Espada. Ya Shakespeare había hablado de ello, Ionesco puso el dedo en la llaga, pero la realidad ha salido de los escenarios y empieza a llenar de temor las urnas.
Coriolano de William Shakespeare. Dirección de David Olguín. Compañía Nacional de Teatro. CDMX, 2014. Fotografía de Héctor Ortega. Cortesía del fotográfo.
Rinoceronte de Eugène Ionesco. Dirección de Linda Amayo-Hassan. Chabot College Theater Arts, California, EUA, 2014.
Carlos Azar Manzur. Como escritor, maestro y editor, siempre ha sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.. Es corrector de estilo de la Revista Capitel de Universidada Humanitas.