por Carlos Azar Manzur
imágenes de Margarita Chacón Bache
La discusión abierta sobre las implicaciones de la inteligencia artificial para la creación artística nos da la posibilidad de pensar en términos más concretos en dónde se encuentra la chispa que enciende la poesía; en qué sutilezas se percibe la inspiración.
Margarita Chacón Bache, Alas rotas II, 2016. Cortesía de la artista.
Seguimos creyendo que la poesía no es un planeta, sino un asteroide diminuto que vaga por los espacios celestes de una red inmensa.
En pleno taller de poesía, uno de esos espacios en los que hay que convencer a los alumnos que la poesía no sólo se trata de contar sílabas, un estudiante llegó con un poema escrito por el ChatGPT para decirme que para qué tanto acercarnos al lenguaje poético si la IA lo podía hacer. El poema era superficial, pero sin la ingenuidad que recomienda Schiller para observar a la naturaleza, o la inocencia de ciertos poemas, como el de las ciruelas de William Carlos Williams; era cursi, aunque no seré yo aquel que deje de creer que la cursilería es una categoría estética; pero sobre todo era un poema sin factor sorpresa. Un maestro extraordinario me dijo en alguna clase que las palabras se aburrían de tanto estar juntas, a “tristeza” le desespera estar siempre junto a “infinita” y tal vez la palabra “mensualidades” sería más interesante si “cómodas” no la acompañara eternamente. En el poema artificial, la noche era negra, la rosa roja y el vino tinto. En efecto, al Chat le faltaba dejarse sorprender, abrir las puertas del misterio, saber que a veces las palabras son puentes, trampas, jaulas y pozos; al Chat le faltó inspiración (y respiración).
Saint-Exupéry decía que una catedral era un conjunto de piedras a las que una idea hacía cantar. Esa idea las unía para convertirlas en lo que son. La red ha intentado ser un espacio para la difusión y desarrollo de la poesía: magníficos sitios respaldan la obra de grandes poetas, fundaciones destinadas a difundir la poesía se han convertido en espacio para encontrar la obra de poetas de todo el mundo. Pero no sólo. Aunque hay poetas que han encontrado en la red un espacio para difundir su obra, también hay otros que han aprovechado las opciones que ofrece internet para tratar de encontrar nuevos caminos poéticos. La Tuiteratura y los poemas en Twitter de Aurelio Asiain investigan la posibilidad de hacer poesía con 140 caracteres (hoy, 280). Pero nada de esto es nuevo, los poetas orales son tan antiguos como la misma poesía y los poemas breves han coronado las obras más potentes de la maestría superior.
Sin embargo, la red no se ha detenido ahí. Por ejemplo, el principal buscador ha logrado ofrecer dos nuevas formas: La Google Poetry y La Poetry Translator (que pronto perdió interés). La segunda se trataba de escoger un poema que nos gustara (una décima de Góngora, por ejemplo) y meterlo al traductor para trasladarlo al inglés, al francés, al tagalo, al latín, al taíno, a los idiomas posibles, para finalmente volver al español. No volvía Góngora, por supuesto, pero surgía un nuevo poema que pretendía cierta intertextualidad con el poeta cordobés. La primera ha tenido más éxito. Se trata de abrir el buscador y escribir lo que sea, por ejemplo, “me gustaría”. De acuerdo con la discriminación de nuestras búsquedas, Google nos ofrecerá un número de opciones que busquen completar nuestro inicio: ahí hay una posible estrofa (anafórica, además).¹ Luego hay que escribir “por qué yo” y lo mismo, una nueva estrofa ofrecida por el algoritmo con sus respectivas anáforas. Aunque no se haya convertido en una corriente, La Google Poetry ha sido una herramienta escolar que acerca a los alumnos a la poesía.
La red no se ha detenido ahí: los Poemojis de Dante Tercero, natural de Tijuana, una suerte de composiciones poéticas escritas a partir de emojis, que fueron rechazados por la crítica, pero bien recibidos por la juventud, sobre todo la escolar. Dante no ha sido la única voz en haber intentado esto, las estadounidenses Carina Finn y Stephanie Berger llevan años dedicadas a esta forma.
Seguimos creyendo que la poesía no es un planeta, sino un asteroide diminuto que vaga por los espacios celestes de una red inmensa. Sebastián Tonda² se atrevió a preguntarle al ChatGPT si llegará a reemplazar a los escritores y la máquina le contestó que “aún hay áreas en las que los escritores humanos tienen una ventaja significativa y ambas formas de expresión tienen sus fortalezas y pueden coexistir”. Habrá que creerle.
Sabemos que la IA seguirá escribiendo poemas y hay quienes creen que, incluso, lo hará cada vez mejor y que algún día no sabremos si el poema es de Sylvia Plath o de una máquina. Yo creo que no. La catedral de Saint-Exupéry seguirá pidiendo ideas. Independientemente de cuanto tarde una IA en ganar un concurso literario, este agudo cañonazo de Gorostiza seguirá vivo y retumbará en nuestro pecho: “¡Oh, inteligencia, soledad en llamas!”.
Margarita Chacón Bache, Alas rotas III, 2016. Cortesía de la artista.
Carlos Azar Manzur es corrector de estilo de Capitel de Universidad Humanitas.
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Mi computadora arrojó:
Me gustaría conocer sobre el cuidado del suelo
Me gustaría saber cómo va el proceso de selección
Me gustaría en inglés
Me gustaría pasar el resto de mis días con alguien que no me necesite para nada (este último es un verso de Benedetti). -
S. Tonda, Irremplazables, cómo sobrevivir a la inteligencia artificial (CDMX: Elefanta Editorial, 2023).