por Daniel Saldaña París
imágenes de Mathias Kiss
En este texto, Daniel Saldaña París, escritor y poeta, comparte algunas reflexiones sobre el arte contemporáneo, su relación con la literatura y su valor como una práctica dedicada a la imaginación.

Mathias Kiss, A Piece of Sky (Un pedazo de cielo), 2023. Cortesía del artista.
[…] escribir sobre arte era también mi manera de escribir prosa, de empezar a experimentar con la ficción, de crear personajes.

Mathias Kiss, Double Je (Doble yo), 2022. Fotografía de David Zagdoun. Cortesía del artista.
Hace muchos años, un amigo mío participó con dos esculturas en una exposición colectiva en el Museo de Arte Moderno, en Chapultepec. Mi abuela vivía cerca del parque y caminaba frente al museo cada mañana, así que le dije que pasara a ver las esculturas de mi amigo y que me dijera qué le parecían. Durante su caminata, mi abuela entró al museo y buscó las piezas de mi amigo. Al domingo siguiente fui a comer a su casa y le pregunté si le habían gustado. “Sí, me gustaron”, me dijo, poco convencida. Insistí un poco y finalmente confesó su verdadera opinión: “El arte de tu amigo está todo fodongo”, me dijo.
El adjetivo utilizado por mi abuela (que la RAE consigna como un mexicanismo que significa “sucio, desaseado”) me pareció un acierto. Era un adjetivo insospechado, que probablemente jamás había sido utilizado para hablar de arte. Las esculturas de mi amigo, en efecto, tenían algo de fodongo, en una línea que parecía heredera del arte povera italiano de los años sesenta. Mi abuela había creado una categoría estética para describir su experiencia, sin necesidad de recurrir a las adjetivaciones manidas y agotadas de la crítica existente (donde una pieza puede ser “procesual”, “rizomática” o “política”, pero nunca “fodonga”). En ese sentido, de acuerdo con la definición de Gilles Deleuze según la cual la filosofía es creación de conceptos, mi abuela se había convertido, con ese simple gesto de autonomía intelectual, en una filósofa del arte.
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Cuando tenía diecinueve años entré a trabajar a la redacción de una revista. Al poco tiempo, le propuse a mi jefe escribir de vez en cuando reseñas de exposiciones. Así empecé a escribir sobre arte, mucho antes de tener la formación, el criterio o la prosa necesaria para ello. Pero era tan ignorante que no sabía que no sabía, así que escribía artículos sin ninguna vergüenza, de mi ronco pecho, sobre artistas vivos y muertos que por una u otra razón me interesaban. Hasta ese momento, yo había publicado solamente algunos poemas, así que escribir sobre arte era también mi manera de escribir prosa, de empezar a experimentar con la ficción, de crear personajes. Me pasaba las tardes en los museos y las galerías tomando notas, y a veces conseguía que me regalaran los catálogos de las exposiciones para poder seguir estudiando las obras en mi casa.
Cuando empecé a escribir mi primera novela, de manera casi inconsciente el personaje protagónico trabajaba en un museo, y tenía ciertos hábitos o tics que yo identificaba con el arte contemporáneo. Y aunque no todos los personajes que he creado han sido artistas, mi idea de la ficción le sigue debiendo mucho al arte.
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En 2014, una galería convocó a un grupo de escritores —entre los que me encontraba— a hacer piezas de arte contemporáneo para una exposición colectiva. Nos dieron presupuesto de producción, pusieron asistentes a nuestra disposición y nos pagaron por nuestras ocurrencias mucho más de lo que nos hubieran pagado por publicar algo. Más que el experimento de cambiar de medio y disciplina, me impresionó esa economía alternativa. Si me imagino a un artista y le imagino una trayectoria de treinta años, si le asigno piezas complicadas y geniales y describo esas piezas en detalle, como si fueran instructivos precisos para su elaboración, y luego integro a ese artista y toda su obra como elemento central de una novela, lo más probable es que no gane mucho dinero. Pero si una sola de esas piezas imaginarias es ejecutada por el asistente de una galería y se expone en un circuito de validación más o menos prestigioso del arte contemporáneo, mi cartera saldrá mucho más beneficiada.
Pero la pieza imaginaria siempre me ha parecido más hermosa.
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Hay un pasaje de César Aira, en su ensayo “Sobre el arte contemporáneo”, que dice exactamente lo que opino sobre los negacionistas del arte contemporáneo:
Un engranaje importante, yo diría fundamental, del Arte Contemporáneo es el Enemigo militante del Arte Contemporáneo, el que argumenta y vocifera contra el fraude de estos vagos que se han hecho millonarios […] En las discusiones que promueve el Enemigo del Arte Contemporáneo, es lo más común que apoye su argumentación con ejemplos imaginarios, creados por su fantasía agresiva, como “nadie me hará creer que colgar del techo preservativos llenos de mierda es arte”. […] El ejemplo difamatorio es algo más que el arma favorita del Enemigo del Arte Contemporáneo. Está latente en el núcleo de la proliferación. Es una promesa de realización, más allá de las realidades previsibles y programadas por una evolución razonable. Abre la verdadera creación […].
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Dice Georges Bataille que los primeros artistas no fueron los que plasmaron sus manos en las pinturas rupestres, sino los seres humanos prehistóricos que, mirando las nubes, les encontraron formas.
Me gusta esa idea del arte como una actividad que se dedica a imaginar una forma para contener lo incontenible: el movimiento perpetuo de los cielos.

Mathias Kiss, Vestige (Vestigio), 2005. Cortesía del artista.

Mathias Kiss, A Piece of Sky (Un pedazo de cielo), 2024. Cortesía del artista.
Dice Georges Bataille que los primeros artistas no fueron los que plasmaron sus manos en las pinturas rupestres, sino los seres humanos prehistóricos que, mirando las nubes, les encontraron formas.

Mathias Kiss, Out of Frame (Fuera del marco), 2018. Cortesía del artista.
Daniel Saldaña París (Ciudad de México, 1984) es escritor. Su libro más reciente es la novela El baile y el incendio (Anagrama, 2021), finalista del premio Herralde en 2021.