Eric Weidner, Obviate (Evitar), 2019. Cortesía del artista.
por Ángel Valencia
DESDE HACE ALGUNAS DÉCADAS, LOS SISTEMAS POLÍTICOS DE VISIÓN CLÁSICA HAN PERDIDO VIGENCIA Y VIGOR. HOY EN DÍA RESULTA IMPERATIVO IMAGINAR Y ENSAYAR PROYECTOS POLÍTICOS INNOVADORES QUE REPLANTEEN Y EQUILIBREN LA RELACIÓN ENTRE GOBERNANTES Y GOBERNADOS EN LA BÚSQUEDA DE SOCIEDADES MÁS ARMÓNICAS.
La armonía y la política han mantenido una relación difícil e infeliz. La política es una actividad colectiva que los miembros de una comunidad llevan a cabo para regular el conflicto y tomar decisiones que satisfagan las preferencias de la mayoría pero que el consenso nunca resuelve por completo. Las sociedades armónicas son aspiraciones de las utopías políticas. Más que armonía tenemos un grado mayor o menor de orden o estabilidad, es decir, sociedades ordenadas o estables, capaces de gestionar mejor su conflicto. De hecho, las utopías que han aspirado históricamente a un modelo de sociedad reconciliada solían olvidar que el conflicto y la insatisfacción existirán siempre, a pesar del modelo de sociedad que construyamos. Las experiencias históricas de esas sociedades armónicas nos mostraron la peor cara de la falsa armonía política, la de los totalitarismos. Las dictaduras y regímenes autoritarios posteriores intentaron llegar a una espuria armonía política por el atajo de la supresión de la libertad. Por eso, hoy más que ayer, estamos condenados a pensar utopías políticas modestas en forma de sociedades mejores pero imperfectas. Permítame sugerir, por tanto, una hipótesis modesta: vivimos en un mundo de armonías políticas discordantes.
Hubo un tiempo en que las diferencias en política se percibían mejor que ahora, que podíamos distinguir líderes y estilos de gobernar distintos. En una palabra, formas distintas de hacer política. Los sistemas políticos funcionaron razonablemente bien hasta los años setenta al satisfacer las demandas de los ciudadanos que, a su vez, coincidían con las de un Estado de bienestar eficiente. Las diferencias de concepción dependían de la distinción entre la izquierda y la derecha y, por tanto, de políticas sociales o de orientación de ese Estado social. Hacia fines de los sesenta, se produjo una ampliación de este concepto de política. El 68 introdujo la política no institucional con los nuevos movimientos sociales dentro del sistema, el feminismo y el ecologismo. Los ochenta trajeron el neoliberalismo con Thatcher y Reagan; los noventa, la caída del Muro y la globalización. El siglo XXI inició con el terrorismo global del atentado a las Torres Gemelas. Finalmente, la última década ha sido la de una crisis económica sistémica, coronada por una pandemia de consecuencias impredecibles.
“[…] el pesimismo de la inteligencia debe combatirse con un optimismo de la voluntad.
En cualquier caso, los setenta marcaron el final de una era de consenso, estabilidad social, política y económica, sin precedentes, que contribuyeron a la reducción de la desigualdad. Parece que, desde entonces, hemos perdido esa dirección y caminamos hacia un mundo más contingente y problemático, en el que la desigualdad crece y la necesidad de un pacto social sería uno de los objetivos políticos de nuestro tiempo.
A partir de entonces, el mundo se ha enfrentado a problemas y cambios políticos, a una revolución tecnológica, a la aparición de un nuevo modelo social junto con una transformación de las democracias. Sin embargo, hoy nos enfrentamos a un mundo convulso en que nuestro concepto de política está en mutación y la capacidad de hacer políticas diferentes se reduce porque carecemos de proyectos innovadores que comprendan el mundo que estamos viviendo, un mundo cuyo modelo social está en transición hacia un modelo distinto que no acabamos de vislumbrar.
La crisis que nos afecta desde hace una década ha dañado nuestras democracias con consecuencias imprevisibles y graves. La ciencia política identifica, eso sí, algunos rasgos que hacen patente la gravedad de esta crisis: democracias más inestables y de difícil gobernabilidad; ciudadanos con menor confianza en la clase política y en las instituciones y, finalmente, líderes y partidos populistas. Es obvio que los populismos y democracias liberales recientes constituyen fenómenos que describen una crisis de proporciones desconocidas. A esto se ha unido la crisis sanitaria que trae aparejada una crisis económica. No obstante, a pesar de los graves problemas políticos, el clima es de desconfianza y polarización, en el que predomina el conflicto y la confrontación.
¿Hay solución para ese mundo de armonías políticas discordantes? Como afirmó Giovanni Sartori,
¿Sabrá la democracia resistir a la democracia? Sí, porque el pesimismo de la inteligencia debe combatirse con un optimismo de la voluntad. Pero si nos mecemos en la hamaca de la ilusión (irresponsable) de un futuro seguro, entonces seguro que no será.
La democracia es una idea con una larga historia y un sistema político con una historia corta que carece de rivales alternativos. Sin embargo, tiene problemas políticos importantes, sobre todo, una crisis de representación que genera inquietud y fragilidad. Aun así, goza de una legitimidad universal y aunque no sea fácil es necesario repensar los problemas de su plasmación y los riesgos de su degradación en un gobierno oligárquico, vinculando su funcionamiento con una comunalidad más fuerte. En palabras de Pierre Rosanvallon:
[…] a eso remite la noción de democracia en ejercicio, cuya puesta en práctica constituye por ello el corazón de la nueva revolución democrática que debe llevarse a cabo. Así como el espíritu de 1789 permitió concebir de otro modo el mundo social, más allá de un sistema electoral representativo, la redefinición de las relaciones entre gobernantes y gobernados podría abrir el camino a una aprehensión más lúcida de las condiciones de realización de una sociedad de iguales.
El futuro de la democracia está, como siempre, en la tensión entre sus principios y el funcionamiento de los sistemas políticos y está abierto, pero nada impide que podamos pensar y construir la ciudad buena.
[…] hoy más que ayer, estamos condenados a pensar utopías políticas modestas en forma de sociedades mejores pero imperfectas.
Eric Weidner, Time is sand (El tiempo es arena), 2020. Cortesía del artista.
Eric Weidner, Dusk Palace (Palacio del anochecer), 2018. Cortesía del artista.
Eric Weidner, Identity is a mask (La identidad es una máscara), 2020. Cortesía del artista.
Ángel Valencia es catedrático de ciencia política en la Universidad de Málaga, España.