Abel Almenara, Reina Mab, 2017. Cortesía del artista.
por Andrea Bravo
LA OBRA DE ABEL ALMENARA NOS COLOCA, POR MEDIO DEL ARTE, EN LA ENCRUCIJADA DE LA TRADICIÓN Y NOS INVITA A IMAGINAR NUEVOS MUNDOS.
Cuando el pintor Abel Almenara se enfrenta a un lienzo, éste nunca está en blanco. Aunque la tela siempre es nueva, la obra ya está impregnada de entusiasmo, ansiedad, posibilidades, ambiciones y dudas antes de cualquier pincelada. El acto creativo es siempre una experiencia agridulce; hay que estar dispuesto a incomodarse, ponerse a prueba y superar los temores para dar forma a la imaginación.
Ante el desafío, la fórmula que utiliza el artista acapulqueño para dar lugar a la creatividad es simple: disciplina, confianza y pasión. Para Almenara la inspiración que da vida a cualquier obra viene de adentro y se alimenta de la empatía. Cosas simples como un color peculiar, una corazonada o un sueño pueden ser detonantes para crear imágenes más complejas. Estos gestos cotidianos devienen en los primeros bocetos que en realidad son ejercicios de investigación en los que el artista indaga cuáles son las formas y colores más pertinentes para materializar la idea.
Las imágenes que nos presenta Almenara con sus pinturas figurativas parecen estar siempre motivadas por una reflexión personal sobre la belleza en nuestro tiempo. Tomando distancia de la tradición artística contemporánea que fija la atención en el concepto más que en la forma, Almenara pone al centro de su producción la idea clásica de belleza, en busca de la armonía de todos los elementos de la imagen. De esta manera, su trabajo se construye a partir de criterios canónicos como la simetría, el tamaño y el orden. Para el artista la belleza y la creatividad están necesariamente relacionadas: la armonía de las formas, así como su contraparte asimétrica son los estímulos principales de una idea.
Una vez definidos los conceptos y bosquejada la imagen, las creaciones de Almenara se enriquecen sobre la marcha. El trabajo constante y metodológico da lugar a una reflexión intuitiva que lleva la mano del pintor y lo hace transitar por terrenos en que los límites entre el mundo material y el del ensueño ya son difusos. Su trabajo parte del precepto de que una vez que la realidad es aprehendida, es posible despojarse por momentos de ella para dar paso a la percepción onírica y la aventura en un mundo enigmático.
Mientras potencia la realidad propia que nos identifica y nos resulta familiar, el acapulqueño se vale de una paleta de colores hipnótica, paisajes sublimes y motivos simbólicos para trasladarnos sutilmente a una realidad que reconocemos pero que no es la nuestra. El ejercicio da como resultado cuadros que obligan a preguntarnos sobre nuestra percepción del mundo y nos incitan a pensar en otras maneras de verlo y construirlo.
Ante un contexto en el que la velocidad se mide en megabits y las imágenes se crean y desechan en cuestión de segundos, Abel Almenara encuentra en el acto pictórico un remedio a los problemas de comunicación y al olvido: la pintura nos permite congelar los recuerdos más bellos y las reflexiones más sabias. Al mismo tiempo, al presentarnos ante imágenes que ponen en tensión franca la realidad tajante y la ensoñación complaciente, el artista nos propone un método alternativo para pensar y construir no sólo el arte sino el mundo en sí mismo.
Abel Almenara, Retrato de una sílfide (Ariel) [detalle], 2018. Cortesía del artista.
[…] una vez que la realidad es aprehendida, es posible despojarse por momentos de ella para dar paso a la percepción onírica […].
Abel Almenara, Perfumus Galaad, 2016. Cortesía del artista.
Andrea Bravo es historiadora, gestora cultural y coordinadora editorial de Capitel. Actualmente estudia un posgrado en sociología del diseño en la Universidad de Buenos Aires.