Todas las imágenes son obras de Javier Senosiain. Cortesía de El Nido de Quetzalcóatl.
por Jorge Reynoso Pohlenz
EL SER HUMANO HA BUSCADO MATERIALIZAR SUS ANHELOS MEDIANTE LA ARQUITECTURA. EN ESTA LÍNEA, LA OBRA DEL MEXICANO JAVIER SENOSIAIN INVESTIGA Y EXPERIMENTA LA RELACIÓN ENTRE EL ESPACIO HABITABLE Y LA NATURALEZA, PARA OFRECER ALTERNATIVAS ARQUITECTÓNICAS QUE RECONCILIAN A LA REALIDAD CON LA POSIBILIDAD DE UN MUNDO MEJOR.
Casa Orgánica.
[…] en Senosiain se reconcilia el reencuentro psicobiológico del habitante y su entorno con el estudio de las alternativas arquitectónicas del pasado, así como el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías […].
Casa Orgánica.
Parque Quetzalcoátl.
La idea de una arquitectura “soñada” puede desembocar en varias vertientes. Por un lado, se encuentran aquellos espacios imaginarios que visitamos en sueños y que de manera fragmentaria reconstruimos en la vigilia; inevitablemente, esta reconstrucción se constituye por una amalgama entre nuestras pulsiones, retazos que nuestro consciente e inconsciente han guardado de la experiencia de espacios vividos y un deseo de darle sentido e interpretación a la trama onírica. No puede soslayarse la importancia que estos espacios del sueño tienen en el proceso creativo de cualquier diseñador. Otra vertiente la constituyen las aspiraciones en el devenir; por ejemplo: la “casa soñada”. Todo artificio transforma los materiales y les da forma a partir de una aspiración y ésta, en el caso de la arquitectura, no se limita casi nunca a satisfacer meras funciones básicas del habitar, sino a expresar en la obra un ideal “deber ser” de las personas o instituciones que recurren a ella como estandarte de valores que, se espera, perduren más allá de la vida de los que la concibieron o patrocinaron. Modelo idealizado para la vida y su proyección social, la misma “casa soñada” puede ser también la morada de un muerto, y si bien podríamos mencionar en torno de esta vertiente a los mausoleos, hipogeos y necrópolis del pasado, Brendan Gill en su biografía sobre Frank Lloyd Wright —uno de los más famosos diseñadores de espacios habitables— se refirió a las casas californianas de inspiración mesoamericana como: “más adecuadas para alojar a un dios maya que a una familia americana”.¹
A este sueño en el que las formas del espacio se ajustan a un ideal “deber ser” podríamos contraponer uno primigenio, uterino: el hogar embrionario que, a través de la madre, nos conectó con una totalidad orgánica, o aquel en el que como especie residimos en un Paraíso perdido, cuando hablábamos la lengua adánica que refiere Walter Benjamin,² antes de que trazáramos rectas calzadas y umbrales para acceder a templos, plazas y palacios. Salvo en su lírica, la cultura helénica de tiempos de Heródoto había abandonado hace mucho la Arcadia —su versión del Edén o Paraíso semítico— y este historiador ya describía como extrañas e inciviles las costumbres de los trogloditas (“habitantes de cuevas”), mismos que ubicaba en Egipto o Libia, aunque su cavernosa arquitectura ha perdurado en muchas partes del Mediterráneo y el África Sahariana, e incluso tanto en Tatooine, desértico y protagónico planeta de la saga cinematográfica de Star Wars, como en las colmenas de los Fremen de Arrakis en las novelas de Dune de Frank Herbert. Lo que los constructores del Partenón identificaban en la vivienda troglodita como primitivismo motivado por la inclemencia y la precariedad, y aquello que el romanticismo viajero decimonónico contempló como pintoresquismo, es considerado ahora, en nuestro estado de resaca causado por exceso de modernidad, como una alternativa hacia la reconexión armónica perdida entre vida humana y su entorno. Lo mismo podría decirse de las casas de los Hobbits de la Comarca imaginados por Tolkien: espacios afincados en la tierra concebidos por agricultores que sueñan más en su jardín que en las glorias que ocupan a los hombres, a elfos y magos devoradores de bosques.
Mientras que la modernidad hizo proliferar hasta la metástasis el sueño de Le Corbusier de la “perfecta máquina de habitar”, otro imaginario se originaba: el de la arquitectura orgánica; éste es el que ha sido adoptado y desarrollado por el arquitecto mexicano Javier Senosiain (1948),³ egresado y docente de la Facultad de Arquitectura de la UNAM. La relación entre el espacio troglodita y la ciencia ficción no me parece gratuita, ya que en Senosiain se reconcilia el reencuentro psicobiológico del habitante y su entorno con el estudio de las alternativas arquitectónicas del pasado, así como el desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías. En ningún sentido expresión de retro futurismo, el trabajo y las investigaciones de Senosiain pueden más bien interpretarse como la proyección propositiva de una ruta alternativa de desarrollo de las experiencias del pasado y de los recursos actuales. Incluso, su arquitectura orgánica tiene un vínculo teórico con Fidias y Calícrates, que concibieron el Partenón: la convicción de un patrón matemático-geométrico en el proceso de desarrollo de las formas orgánicas, mismo que es aplicable por el diseñador y se hace evidente en la experiencia estética.
El Nido de Quetzalcoátl.
El Nido de Quetzalcoátl.
El Nido de Quetzalcoátl.
Jorge Reynoso Pohlenz es docente de historia del arte y curador independiente.
1. Brendan Gill, Many Masks: A Life of Frank Lloyd Wright (Estados Unidos: Da Capo Press, 1998).
2. Walter Benjamin, “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los humanos” (1916) en Para una crítica de la violencia y otros ensayos: Iluminaciones IV (España: Ediciones Taurus, 1991).