por Zyanya Mariana
EN LA INCIPIENTE MODERNIDAD DEL QUIJOTE, IGUAL QUE HOY, LAS PARODIAS EN LA VIDA POLÍTICA Y SOCIAL SE PRESENTAN COMO SÍNTOMAS DE RUPTURA, COMO MANIFESTACIONES DE LA DECADENCIA DE LAS IDEOLOGÍAS HEGEMÓNICAS.
Odani Motohiko, Phantom-Limb (Miembro fantasma), 1997. Vista de instalación de la exposición “Odani Motohiko: Phantom Limb” (noviembre 2010 – febrero 2011) en el Mori Art Museum. Cortesía de YAMAMOTO GENDAI, Tokio. Fotografía de Kioku Keizo. Fotografía cortesía de Mori Art Museum, Tokio.
I. PARODIAS E IDEALES
En Historia de la locura Michel Foucault sostiene que en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha se anuncia el nacimiento de la Edad Moderna. El filósofo francés añade que lo hace burlándose de los ideales caballerescos y a partir de una estructura paródica.
Por un lado, los ideales caballerescos se refieren a esa institución de creación eclesiástica que, en el siglo XI, soñaba con elevar al guerrero, que tenía caballo y cuna noble, a los ideales cristianos. El sueño era formar las milicias de Cristo (miles Christi), defensoras de los pobres y los humildes. En la realidad fue un ordenamiento estamental que legitimó, con todas las miserias humanas, las estructuras jerárquicas de fines de la Edad Media. De hecho, en su mejor momento alimentó las cruzadas (Alepo, hoy destruida, fue dos veces asediada por los cruzados); en su decadencia, inspiró la caballería galante y el amor cortés (el primero se convirtió en atavismos machistas y patriarcales, todavía vigentes; el segundo alimentó la literatura romántica y ha sido explotado por el cine hollywoodense). Ya desaparecida engendró un espíritu vitalista, vinculado a las cosas del mundo, en la espiritualidad de Ignacio de Loyola, fundador en el siglo XVI de la Compañía de Jesús, la orden moderna por excelencia y cuya vitalidad política actual la vuelve prominente en el discurso mundial.
Es decir que la idea de un caballero cristiano que sabe discernir entre lo justo y el mal es una vieja conjetura legitimadora de las estructuras coloniales, aparecida primero en América y luego en África y Asia. Si hoy, un puñado de estados occidentales se siente con el derecho de bombardear Alepo, y sus naciones, a rechazar las migraciones producidas por esa guerra, muy posiblemente se deba a una herencia que descontextualiza los ideales caballerescos y los repite de manera utilitaria y melodramática.
Por otro lado, la estructura paródica alude a un discurso, canónico o popular, que se repite. Si el Quijote es hoy una lectura canónica con derivaciones en la cultura popular (nadie lo lee, pero todos lo citan), sus fuentes, las novelas de caballería, eran claramente populares. Esta repetición, reverencial o burlona, implica un hacer humano. En efecto, la naturaleza no se repite, muere y resurge a partir de ciclos determinados, la repetición, como la rutina, son ideas humanas. No existen en la vida cotidiana, ni en el devenir del hombre sujeto a la ley severa. Aún lo aparentemente repetitivo o rutinario es cambiante, como el pie de Heráclito en el agua que fluye.
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[…] este hombre ha leído tantas aventuras épicas que quiere igualarlas a la realidad, como todos los soñadores del siglo XX que hicieron de sus ideales, cuasi caballerescos, luchas armadas, revoluciones […].
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II. LAS PARODIAS DE LA MODERNIDAD
Cervantes, al parodiar las novelas de caballería y su ideal, propuso un nuevo mundo que hoy llamamos modernidad. Aunado a ello vislumbró posibilidades futuras al satirizar la realidad ambivalente de sus contemporáneos, que no se habían enterado que la Edad Media había muerto. Algo parecido sucedió con el Brexit y con la reciente elección estadounidense, en los que se descubre cómo nos aferramos a estructuras caducas que se niegan a morir, pero que arrojan sus últimos estertores.
El Brexit ganó al parodiar, reverencialmente, los chauvinismos de una Europa de postguerra; el nacionalismo, tipo de Gaulle, se impuso en una Inglaterra pauperizada y añorante de la riqueza proveniente de las estructuras coloniales del Commonwealth. El segundo se apoyó en una mala parodia del discurso xenófobo, racista, conservador y utilitario de Hitler.
En ambos casos la parodia revela una fisura de las estructuras coloniales. Pienso en la inconformidad del hombre blanco (barbado, monoteísta, ilustrado, con propiedad privada y refrigerador lleno) que se siente desplazado. Este tipo de hombre acostumbrado a mandar entre indios, negros, nativos y hembras se ha visto intercambiado en el mundo laboral, vía las nuevas tecnologías, por hombres y mujeres de color, con otras religiones y otras especias en la comida. Estas parodias vislumbran una época moribunda que nos negamos a abandonar.
Pero el loco de Cervantes resulta ser un caballero y no un loco marítimo —cabe recordar que a los locos, tocados por lo divino, no se les podía matar. Para deshacerse de los locos extranjeros, los locales eran arropados por la ciudad, los habitantes los despedían entre rituales y los encargaban al mar—. Don Quijote está loco, sí, pero su locura no es grotesca como la de Pantagruel, el gigante de François Rebelais de tono burlesco que compite por ser la primera novela moderna de occidente, occidental y moderna, que muy bien podrían ser sinónimos.¹
La locura del Quijote tampoco es necia ni estúpida pues proviene de los libros, ese artefacto tan valorado por la burguesía y el Estado. En efecto, este hombre ha leído tantas aventuras épicas que quiere igualarlas a la realidad, como todos los soñadores del siglo XX que hicieron de sus ideales, cuasi caballerescos, luchas armadas, revoluciones y algunos, como Fidel Castro, concretudes isleñas cotidianas. ¿Acaso no, la mayoría de los movimientos idealistas de postguerra eran andares en busca de ‘desfacer entuertos’? ¿No se parecían estos movimientos, teológicos o laicos, pero siempre revolucionarios, a la voluntad melancólica del Quijote guiada por Aristóteles?
Cual Quijote, el hombre moderno dejó el barco por el caballo para conquistar y sitiar nuevas ciudades; virtuoso cual franciscano, evangelizó a los indios poseídos por el demonio; clasificador al más puro estilo aristotélico, los organizó bajo la encomienda. Es decir que, al caballero, al conquistador, al terrateniente, al civilizado, al empresario, al político, al educado, en síntesis, al hombre cristiano de acción, le correspondía el trabajo de pueblos enteros, sometidos o bárbaros, para su manutención. Así nació la modernidad que hoy ha alcanzado la crisis.
Odani Motohiko, Phantom-Limb (Miembro fantasma), 1997. Vista de instalación de la exposición “Odani Motohiko: Phantom Limb” (noviembre 2010 – febrero 2011) en el Mori Art Museum. Cortesía de YAMAMOTO GENDAI, Tokio. Fotografía de Kioku Keizo. Fotografía cortesía de Mori Art Museum, Tokio.
Odani Motohiko, Inferno (Infierno), 2008-10. Colección del artista. Vista de instalación de la exposición “Odani Motohiko: Phantom Limb” (noviembre 2010 – febrero 2011) en el Mori Art Museum. Cortesía de YAMAMOTO GENDAI, Tokio. Fotografía de Kioku Keizo. Fotografía cortesía de Mori Art Museum, Tokio.
[…] no hay necesidad de rasgarse las vestiduras frente al instante político, es breve y, al fin y al cabo, es una repetición de otras crisis, de otros finales de época.
III. LA PARODIA DE LO ORIGINAL
El fantasma de lo único y lo original recorre la creación y también divide el conocimiento y el quehacer creativo entre la cultura alta y la baja; entre la poesía mayor y la lírica menor; entre lo refinado y lo popular; entre electores educados e ignorantes; entre políticos ilustrados y vulgares; entre hombres sabios que trabajan y mujeres que crían y cocinan. Esta fantasmagoría no es otra cosa más que la episteme vertical que gobierna el mundo moderno y lo divide jerárquicamente en lo bueno de los de arriba que saben y lo malo de los de abajo que ignoran. Bienvenidos a la modernidad y sus cárceles panópticas que todo ven, todo señalan y todo castigan… diría Foucault. Empero, también habría que decir que esta episteme vertical ha sido mortalmente herida por las redes sociales que imponen horizontalidad en los vínculos y las ideas. Estamos frente al derrumbamiento de un sistema de dominio cultural, que muchos definen como postmodernidad.
El término no me convence por muchas razones, lo indudable es que muchas de sus características se inscriben entre ironías, sátiras o parodias. Por ello, no hay necesidad de rasgarse las vestiduras frente al instante político, es breve y, al fin y al cabo, es una repetición de otras crisis, de otros finales de época. Cervantes nunca lo pensó, no escribió para anunciar la modernidad. Escribió, como todos los que escriben, por terquedad, por necesidad, por la búsqueda de una belleza en el lenguaje que diera sentido a los días que se suceden. Y, sin embargo, su Quijote parodia una modernidad anunciada y revela nuevos tiempos; ni mejores ni peores, sólo nuevos.
Zyanya Mariana nació un día lluvioso en la Ciudad de México, por lo menos eso le dijeron. Suele dividir su vida entre la maternidad, la escritura y la academia. Estudió ciencias políticas.