BLANCO Y NEGRO: EL COLOR DE LAS EXPRESIONES HUMANAS

por Sergio Henao

La biografía personal y profesional del fotógrafo sociodocumental brasileño Sebastião Salgado se balancea entre su compromiso social y medioambiental y estar expuesto, en muchas ocasiones, a escenarios de desolación. En este contraste entre blancos y negros, Salgado ha encontrado en el trabajo directo con la gente y la naturaleza, una gama de grises que equilibran el desánimo con la esperanza.

Caminando los senderos del río Kagera, en la frontera entre Ruanda y Tanzania, Sebastião Salgado se refugiaba en una profunda introspección, un flashback provocado por el atroz espectáculo al que asistía, que lo transportaba a 1969 cuando su pareja Lélia, estudiante de arquitectura en ese entonces, compraba una cámara fotográfica para realizar trabajos relacionados con su carrera. Ese día Sebastião probó la cámara, le tomó unas fotos a Lélia y más tarde tomó fotos de edificios y del paisaje urbano de París. Desde ese instante entendió que su doctorado en Economía ya no era un reto social y humano, su mirada se había desenfocado y su pasión se trasladó al entender y atestiguar cómo funcionaban las sociedades humanas. 

El estudio de la economía le ayudó a estructurar una guía para sus preguntas sobre el dinero, el capital y la mano de obra. La sensibilidad por observar a los demás venía de la vida y el trabajo en la finca, allá en el estado de Minas Gerais, en la región del Vale Do Rio Doce en Brasil. La vida de campo agrícola y ganadera al lado de sus padres y los trabajadores de la finca le había forjado un carácter afable y colectivo. Posteriormente el paso por la universidad en la gran ciudad y el inicio de una larga ronda de dictaduras que azotaron el país sudamericano un poco más de 20 años, terminaron de fundir en la personalidad de Sebastião una empatía por las clases sociales menos favorecidas, la clase obrera, los estudiantes y las comunidades afrodescendientes. De esta última nace su amor por el continente africano. 

La marcha por la carretera hacia Tanzania continúa, una pequeña cascada del Kagera esparce cadáveres mutilados como si fueran peces o rocas, el obturador se detiene y Salgado llora en silencio, llora vacío. Para ese momento, 1994, la carrera fotográfica de Salgado contaba con más de 20 años de experiencia. Pasó por la hambruna en Níger, caminó las sierras de México con los mixtecas, observó los Andes ecuatorianos, redescubrió el nordeste de Brasil, acompañó a los refugiados de Etiopía, conversó con los trabajadores de la Unión Soviética o de Bangladesh, navegó con los pescadores en Galicia y Sicilia, registró los genocidios de Ruanda y Yugoslavia, jugó con el petróleo y el fuego en Kuwait, viajó con los desplazados de Palestina e Irak, retrató la obsesión por el oro en Serra Pelada… En muy poco tiempo la inconmensurable crueldad del mundo que habitaba lo estaba dejando sin salida. 

Corría el año 2000 y por fin se llegaba a la publicación de Exodus, su libro sobre los desplazados, los exiliados por las guerras y el mercado, las rupturas en las familias y sus consecuencias en los niños. Este trabajo tomó seis años. Refugiado con su familia en la finca donde creció cerca de la pequeña ciudad de Aimorés, Salgado se preguntaba sobre el medioambiente, y Lélia, como aquella vez cuando compró la cámara, trajo la respuesta. Le propuso a su esposo que plantaran millones de árboles para recuperar las tierras y el ecosistema de ese lugar donde vivían. Después de años de trabajar con Sebastião codo a codo en todos los proyectos fotográficos y co-criar dos hijos con ausencias prolongadas de su pareja, Lélia ideaba un proyecto para restaurar el grupo familiar y el alma rota del fotógrafo, así nació el Instituto Terra. 

Se presentó un proyecto de reforestación a instituciones privadas y gubernamentales, se convocó a trabajar a campesinos y ecologistas, se instauró la imposible meta de en principio replantar 2.5 millones de árboles, se encauzó el ritmo de la vida de nuevo. El proyecto tuvo un difícil arranque y se vieron en la necesidad de buscar más recursos para poder costearlo. Pero Terra se volvió un éxito ambiental y espiritual, así que tenía que seguir creciendo, esto hizo que Salgado volviera a cargar su preciosa cámara. Así inició Génesis, trabajo fotográfico que desvinculó la figura humana como protagonista y puso el paisaje de montañas, mares, selvas y animales en el centro del encuadre. Esta empresa llevó al fotógrafo a los lugares más recónditos del planeta para buscar el sentido del génesis, del inicio como propósito de la vida. Así, en 2009, en medio de la selva amazónica brasileña tuvo el encuentro con los zo'és.

Esta pequeña comunidad que habita la selva no cree en el mito del progreso occidental, no castiga a sus hijos, no usa la violencia para resolver sus problemas y la mentira no es una herramienta de vida. Observar a estas personas y su forma de relación con la selva y entre ellos mismos, validó la importancia del proyecto de restauración forestal y medioambiental de Lélia y Sebastião. En esa selva enmarañada Salgado volvió al blanco y negro y los matices del gris resaltaron las expresiones en los rostros de las personas. Esta decisión hace ver la pata de una iguana como la mano de un guerrero medieval, y en ese laberinto verde se reencontró con el equilibrio entre la vida y la muerte. 

La vida de campo agrícola y ganadera al lado de sus padres y los trabajadores de la finca le había forjado un carácter afable y colectivo.

Fotografía © Renato Amoroso, 2019. Cortesía de Studio Sebastião Salgado.

Sergio Henao López es historiador por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana donde actualmente realiza estudios de posdoctorado en la misma disciplina. Se interesa en la historia cultural, la historia de las ideas, la de la vida cotidiana y la escritura de la teoría de la intimidad.

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