José Gil, Stephen Hawking, 2014. Cortesía del artista.
por Mariana Hernández Blanca
LA VIDA DEL ASTROFÍSICO Y DIVULGADOR CIENTÍFICO BRITÁNICO STEPHEN HAWKING DEMUESTRA, EN DIVERSOS NIVELES, QUE LO ÚNICO QUE SE NECESITA PARA MARCAR UNA DIFERENCIA ES ABRAZAR LA EXPERIENCIA DE REALIDAD QUE NOS HA TOCADO VIVIR.
Pasarían 300 años entre la muerte de Galileo Galilei, condenado por su postura cosmológica copernicana, y el nacimiento de Stephen Hawking. El 8 de enero de 1942 Hawking llegaría al mundo con el precedente, casi profético, de que Isobel Hawking, su madre, compró un atlas de astronomía al estar embarazada del que sería uno de los más grandes científicos de la segunda mitad del siglo XX. Para ese entonces, ni su madre, ni él, hubieran adivinado la relación nostálgica en un ciclo de vida y muerte que Hawking mantuvo con el pensador renacentista.
Los familiares y amigos de Hawking reconocieron en él una manera muy peculiar de interesarse por las cosas, además de generar ideas brillantes, aunque no fuera muy hábil con su cuerpo. Sus padres se dedicaron al estudio, lo que devino en una infancia bastante particular para él. Incluso su casa parecía excéntrica para las personas que la conocían, ya que la música de Richard Wagner sonaba fuertemente. A pesar de su manera de entregarse a sus intereses, nadie lo reconoció como un estudiante dedicado, situación que perduró hasta el final de sus años en la universidad. Sus intereses rondaban por lo científico y junto con su madre llegó a pasar muchas noches observando las estrellas.
Los misterios de cómo se rige el Universo lo llevaron a la física y las matemáticas, interés que mantuvo a lo largo de su carrera. Aunque al entrar a la universidad su brillantez fue reconocida desde el examen de admisión, su pasión todavía no se manifestaba. En aquellos años gastaba gran energía en el club de bote de la universidad y dejaba en segundo lugar sus responsabilidades académicas; aun así, lograba destacar con gran facilidad.
Al final de sus años universitarios se le detectó Esclerosis Lateral Amiotrópica (ELA); suceso que cambió de manera radical su experiencia ante el mundo. Esta enfermedad afecta todo el cuerpo, hasta paralizarlo, pero, paradójicamente, deja al cerebro en funcionamiento. En principio, a sus 22 años, se calculaba que podría vivir un par de años más y esto generó un cambio que afectó su cuerpo, pero sobre todo su manera de comprender la vida.
[…] gracias a su interés por la divulgación, los lectores de hoy en día podemos cuestionarnos acerca de cómo es que estamos aquí y comprender que somos el resultado de una pequeña singularidad […].
La ayuda de Jane Wilde, quien sería su esposa por 30 años, permitió que su vida fuera un poco menos difícil y que su pensamiento traspasara las barreras de la enfermedad. Así, comenzaría la etapa de lo que serían, él lo creía así, sus últimos meses de vida. Comprendió que si quería hacer una aportación debía manejarse de manera distinta, así que dedicó su tiempo al estudio sobre las incógnitas en torno al origen del Universo, al comportamiento de los agujeros negros, a la relatividad y a la mecánica cuántica.
Aunque sus aportaciones tenían la limitación de ser desarrolladas en un lenguaje sumamente complejo, el de las matemáticas, así como Galileo, uno de sus grandes intereses era brindar la posibilidad de que su obra pudiera ser leída y comprendida por cualquier persona, aun aquella que no contara con formación científica. Eventualmente, cada uno de sus trabajos, tanto los científicos como los de divulgación, lo hicieron ganar una larga lista de reconocimientos, condecoraciones y premios. Uno de los más curiosos fue el otorgado por el Vaticano en 1975, pues existe una relación paralela con las observaciones cosmológicas y las posturas de Galilei, mismas que lo llevaron a serios conflictos con los jesuitas y la Inquisición.
Paradójicamente, su experiencia lo condujo a contestar las preguntas más complejas sobre la creación de la vida. Sin embargo, gracias a su interés por la divulgación, los lectores de hoy en día podemos cuestionarnos acerca de cómo es que estamos aquí y comprender que somos el resultado de una pequeña singularidad, la misma que permitió el Big-Bang.
Después de su muerte en marzo de 2018, sus restos yacen junto con los de uno de sus personajes favoritos, Isaac Newton, y nosotros nos encontramos bajo la posibilidad de repensarnos y de generar otras experiencias y otra conciencia sobre el origen de la vida gracias a su trabajo. En cuanto su enfermedad fue detectada, nadie imaginó que pudiera llegar a los 76 años, ni siquiera él mismo. A pesar de su condición devastadora, esto simplemente generó una nueva experiencia para él, y es que “cuando uno se enfrenta con la posibilidad de una muerte temprana, ésta hace que uno acabe reconociendo que vale la pena vivir”.¹
Bibliografía
Hawking, Stephen. Breve historia del tiempo: un compañero del lector. México: Crítica, 2018.
Mariana Hernández Blanca estudió historia en la Universidad Iberoamericana, trabajó seis años en la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH y ahora estudia la Maestría en historia del arte en la UNAM.
1. Stephen Hawking, Breve historia del tiempo, (México: Crítica, 2018), 66 p.