Alexandra Germán, De la serie Metamorfosis de una nube, 2013-2014. Cortesía de Patricia Conde Galería.
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por Mariana Oliver
UN CUENTO ALEMÁN DE LA POSGUERRA NOS RECUERDA QUE EL CARÁCTER DE UN PERSONAJE, EN LA LITERATURA Y EN LA VIDA, SE CONSTRUYE TAMBIÉN EN LOS ESPACIOS EN BLANCO, EN LOS SILENCIOS.
“Carácter
Del griego kharakter que significa ‘el que graba’,
‘el que hace marcas’”.
1.
El instrumento que se usaba para marcar con hierro al ganado se llamaba carácter: sobre la piel tibia del animal, una quemadura, la huella permanente de su dueño. Fue después cuando alguien nombró ‘carácter’ a las marcas persistentes en el ánimo de las personas, en su trato. En inglés, character también significa personaje.
El significado original del término se conserva en lo material, en lo táctil: para referirse a los signos que se usan en la imprenta y en la escritura y quedan grabados sobre la blancura del papel. Carácter es entonces un contorno; una marca real, imaginaria, inventada.
2.
Postrado en cama, Wolfgang Borchert se volcó en la escritura. Hoja tras hoja, en una suerte de producción febril que anticipaba su muerte temprana, reclamó su derecho a la palabra. Había sido actor, luego soldado del ejército alemán durante la Segunda Guerra. Se disparó en la mano izquierda para abandonar el frente. Descubierto, pasó algunos meses en prisión. El hambre y los estragos de la guerra se depositaron en su hígado, luego en sus relatos: las oraciones son cortas, cortísimas, como si apenas pudiera respirar.
3.
Despertó.
Así comienza el cuento. Con el sueño interrumpido. Una mujer que abre los ojos y extiende la mano para buscar un cuerpo. Escucha ruido en la cocina y se levanta. Entonces lo descubre parado frente a la alacena, en medio de la oscuridad. Sobre la mesa el cuchillo, un plato. Los dos mirándose de frente, envueltos tan sólo con la ropa de cama que apenas les cubre la carne enjuta. Las migajas de pan todavía frescas sobre el mantel. Él miente. Dice que escuchó un ruido, pero el cambio en el tono de voz lo delata. Ella no lo quiere avergonzar y lo secunda. Debió ser el viento sobre el techo, le dice. Vuelven a la cama y ella lo escucha masticar.
La noche siguiente, en vez de poner tres rebanadas de pan sobre su plato, le da cuatro. Ella se conforma con dos; ya no tolera más el pan, sostiene. Y él, absorto, clava la mirada en el plato y no vuelve a levantarla. En ese momento, dice Wolfgang Borchert, él la lastimó. Come, come, le dice y se sienta a la mesa con él pasado un rato.
Entonces el cuento termina.
4.
Son ella y él porque no tienen nombre. Borchert apenas traza movimientos sobre el papel. Los personajes susurran, se mueven a tientas. El cuento cabe en una página y en esa página se condensa la guerra, el hambre, la derrota. Borchert confecciona el carácter de sus personajes entre líneas, en los bordes de la narración. La fuerza del texto está en lo no dicho, en lo que se insinúa.
Borchert nunca dice hambre, ni guerra, ni racionamiento, ni muerte. Son los elefantes en el cuarto, el silencio que lo llena. El autor condensó una catástrofe en esa aparente quietud. Una acción, minúscula en apariencia, resuena décadas después. Seguro Borchert, postrado en cama, se preguntó varias veces qué leemos cuando leemos, la marca que deja la tinta o el espacio blanco que la rodea.
Alexandra Germán, De la serie Metamorfosis de una nube, 2013-2014. Cortesía de Patricia Conde Galería.
Mariana Oliver es germanista y Maestra en literatura comparada por la UNAM. Fue becaria en el área de ensayo en la Fundación para las Letras Mexicanas. Ha publicado en varias revistas y su trabajo forma parte de Arbitraria. Muestrario de poesía y ensayo (Antílope, 2015). Con Aves migratorias ganó el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos (FETA, 2016).