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MICHEL BLANCSUBÉ, UN ACTOR DE LAS EMOCIONES DEL ARTE CONTEMPORÁNEO

por Carlos O. Noriega
fotografía de Pedro Luján

EN ESTA CONVERSACIÓN CON EL CURADOR DE ARTE MICHEL BLANCSUBÉ DESCUBRIMOS LA DIMENSIÓN EMOCIONAL DEL ARTE Y SU PODER PARA GENERAR CONOCIMIENTO Y REGENERAR LA VIDA.

Además de ser un curador francés, Michel Blancsubé es un actor del momento de expansión del arte contemporáneo mexicano en su resonancia internacional. Ha participado en importantes instituciones culturales nacionales e internacionales.

¿Cómo fue su primer acercamiento a la escena artística y cómo se involucró en ella?
Crecí en casa de mis papás en París. Cuando era niño, podía perderme mirando una pintura y dejar que mi imaginación caminara y absorbiera esa visión.

De adolescente, viajé a Austria al departamento de mi abuelo en el que tenía muchas obras de arte porque su suegro era un pintor y coleccionista. Observaba las piezas o me escapaba a visitar un museo frente a su casa.

Cuando vivía en Marruecos, entre los 9 y 14 años, caminaba en el Jardín de los Oudayas, donde hay un museo de arte y tradiciones marroquíes. De pronto me vino una idea a la cabeza: “debe ser padre trabajar en un museo”.

Mi padre era diplomático y en su tiempo libre pintaba en su caballete. Esto influye mucho, despierta tu sensibilidad y la orienta. Empecé a trabajar en el medio museístico hace casi 30 años.

¿Qué proyectos está realizando actualmente?
Desde hace varios años actúo como curador independiente. Dependo de muchos interlocutores y de mucha gente. Estoy armando curadurías con varias instituciones y mis principales interlocutores son los artistas mismos.

Hay ahora una exposición en el Museo de Arte Carrillo Gil (MACG) que armé con diez artistas: me invitó Vania Rojas, la exdirectora, a curar la sexta edición del programa BBVA–MACG, que inició hace 12 años. El primero de febrero pasado inauguramos la exposición, pero ahora está cerrada por la pandemia. Estamos imprimiendo el catálogo en estas semanas.

Hay muchos proyectos en camino, conversaciones con artistas para armar exposiciones juntos, por ejemplo, con Jean-Luc Moulène, un artista francés, nacido en 1955, con quien ya he trabajado varios proyectos en México. Estamos elaborando una exposición acompañada de una publicación para el Museum of Old and New Art (MONA), un museo muy extraño, potente, increíble, de Hobart, la ciudad principal de Tasmania. Originalmente prevista para septiembre de 2020, debido a la pandemia, el proyecto debería ocurrir en el transcurso del primer semestre de 2021.

Tengo otros dos proyectos muy ambiciosos en camino en México; uno con Gabriela Gutiérrez Ovalle para el MUSAS de Hermosillo que debería suceder en octubre de este año y el otro con Perla Krauze para el MUCA de la Facultad de Arquitectura de la UNAM que se realizará el primer semestre de 2021.

¿Cuál ha sido el mayor reto que ha enfrentado en su vida profesional y cómo logró superarlo?
Cuando Jumex me hizo la invitación de trabajar con ellos en 2001. En esa época era asistente de curaduría en el Museo de Arte Contemporáneo de Marsella (MAC), una ciudad de gran conectividad territorial. Fue un gran debate interior y una gran decisión dejar Francia y venir a México, pero me emocioné porque este país significa mucho para mí.

¿Qué experiencias le dejó el MAC?
El placer de acompañar una programación de alto nivel. En esa época estudiaba periodismo y comunicación en la Universidad de Marsella y tenía que pasar un mes en una institución para concretar mi formación. Por eso entré al museo, en el 91.

Trabajé diez años hasta capacitarme como funcionario y asistente de curaduría. Esos años significaron una formación increíble, porque empecé a trabajar con artistas y con obras muy relevantes, como de Gordon Matta-Clark y Dieter Roth, entre muchos otros.

En el 93 recibimos una retrospectiva de Matta-Clark. En esa época actuaba todavía al servicio de comunicación de la dirección de los trece museos de Marsella que incluyen desde arqueología hasta arte contemporáneo, pasando por la historia, el arte moderno, la cerámica y el arte africano, entre otros. Ese panel enorme de museos en Marsella refleja la presencia de muchos coleccionistas privados, por ejemplo, de arte africano o de Oceanía que después ofrecieron sus colecciones a los museos.

No todo tiene explicación, una obra menos. Parte de la emoción viene de allí, de esta libertad abierta de no decidir, ni cerrar.

¿Qué reflexiones en paralelo puede aportarnos del arte contemporáneo en ese sentido?
Me encanta leer textos de antropología y creo que allí hay mucho. De hecho, el arte contemporáneo pesca amplias inspiraciones en los etnólogos, hablamos del artista etnólogo o del artista antropólogo, disciplinas que se mezclan en el arte contemporáneo. Es algo que me gusta; te abre ventanas a aspectos de la vida humana y muchos intereses. El arte contemporáneo sigue integrando varias disciplinas científicas y de humanitas.

¿Cómo inició como curador?
El que me abrió la puerta a la curaduría en 2006 fue Eugenio López Alonso, presidente de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo, después de actuar en la sombra de curadores muy talentosos, como Bernard Blistène, el actual director del Museo de Arte Moderno Centro Pompidou de París o Philippe Vergne, actual director de la Fundación y del Museo Serralves en Oporto.

¿Cómo fue su colaboración en la Fundación Jumex?
Trabajé de septiembre de 2001 a mayo de 2015. Me contrataron para hacer registro de la colección y en eso trabajé hasta 2012.

En 2006, recibí una llamada de Eugenio López Alonso invitándome a hacer una lectura de su colección. Obviamente lo recibí como un reto, un desafío muy fuerte que dio lugar a la primera exposición que firmé llamada Esquiador en el fondo de un pozo en Ecatepec.

¿Cuántas exposiciones ha curado?
En Jumex armé nueve proyectos: cuatro en Ecatepec, uno en Polanco, uno en Arizona, dos en Puebla y uno en San Luis Potosí. Se les suman los proyectos que curé de manera independiente que hoy en día deben sumar entre 40 o 50 exposiciones.

¿Cuál de esas exposiciones es la que más le ha gustado y por qué?
La primera: Esquiador en el fondo de un pozo en la galería Jumex en Ecatepec. No tenía muchas limitaciones en términos de lo que podía imaginar, como organizar la museografía y elegir la obra; por el cuerpo de las obras expuestas, fue excepcional.

Yo creo que en cada proyecto intento dar todo lo que puedo y si no me apasiona lo que hago, no lo llevo a cabo.

El espacio de Ecatepec era el típico cubo blanco, con una libertad y unas herramientas fenomenales. Creo que de todas las salas de exposición que conozco en el país ésta es la más eficiente.

El arte propone la libertad de soñar y de plantear otras formas de convivencia.

Esta edición de Capitel está dedicada a las emociones, ¿qué relación existe entre el arte y las emociones?
La relación entre arte y emoción es de causa y efecto. Uno de los síntomas que te hacen entender que estás frente a una obra importante para ti es la emoción que te procura.

Lo difícil de actuar y caminar en el ámbito artístico desde muchos años es eso: encontrar emociones que se traducen en efectos físicos. Es decir, antes de empezar a tener todas las referencias que vienen a la mente mirando una obra que la relacionan con otra, que te mete en un terreno de conocimiento particular, es mirarla de manera casi desnuda y aprovechar esta desnudez para ver si sucede en ti ese efecto físico.

Por ejemplo, en el taller de Hermann Nitsch en el 96, en su castillo de Prinzendorf an der Zaya, tuve una emoción tremenda. Hay obras con las que te quedas por la presencia que opera sobre tu cuerpo, tu pensamiento y me acuerdo de lo que armamos con Jean-Luc Moulène en la Torre de los vientos. Mientras más me quedaba en el espacio con la obra de Moulène expuesta, más sentía que operaba un efecto sobre mi metabolismo, sobre mi pensamiento, sobre mí.

Aprendo mucho de las obras, cada una es un contenido de conocimiento. De algunas no aprendí mucho, no me emocionaron, y de otras, a medida que paso más tiempo con ellas, más aprendo, más me procuran emoción.

¿Qué tipo de preguntas recomendaría usted frente a una obra de arte?
Mucha gente dice que la pregunta básica de la mayoría de la gente que se acerca al arte de manera primaria o que no tiene una convivencia habitual, es: “¿Qué quiere decir esto?”.

¿Por qué una obra tiene que decir algo?

Me acuerdo de que en mi oficina del MAC una vez recibí una invitación muy agresiva para tener una cita de David Lynch. Estaba escrita en negro sobre fondo verde. Recuerdo que la puse sobre la pared detrás de mi escritorio y eso contesta a tu pregunta. “¿Por qué la gente quiere a fuerza que una obra signifique algo cuando la vida de la mayoría no tiene sentido?”

Algunas obras sí tienen un asunto, liberan un mensaje o mantienen activas dudas y ambigüedades. Mírala y si te hace efecto, descubre si cambia o agrega algo a tu visión del mundo, si alimenta tu diálogo con lo real o no, pero no busques a fuerza un mensaje del artista.

Es parte también de la máquina de la vida. No todo tiene explicación, una obra menos. Parte de la emoción viene de allí, de esta libertad abierta de no decidir, ni cerrar.

¿Qué obra recuerda que le haya causado una experiencia profunda?
Cuando llegué a Ecatepec, tenía a la vista la exposición inaugural y todavía no estaba muy seguro de haber acertado al venir aquí. Tenía muchas dudas y una de las piezas que estaba a la vista era una instalación de video de Doug Aitken llamada Diamond Sea, pieza con cuatro proyecciones de video, tres a la pared y una sobre monitor. Una banda sonora muy fuerte acompañaba las imágenes que Aitken grabó en el desierto en Namibia, en el que hay una de las fuentes más importantes de diamantes sobre la Tierra y que conocí cuando vivía todavía en Francia.

Entonces, al estar en esa sala conecté con mi vida anterior, me calmé, curé cierto nivel de depresión. Sí, hay obras que tienen un efecto curativo, que son tus aliadas.

¿Qué opina de la actualidad de México en materia de arte?
Llegué en 2001, cuando hubo un tipo de explosión del arte contemporáneo Made in México que se empezó a exportar y a ser visto en los lugares de exposición más famosos del mundo.

México tiene un tejido artístico profundo, un pasado también artístico que es enorme. Su terreno nutrido de arte se relaciona con una población con una capacidad para hacer bello su entorno laboral.

El mexicano tiene una relación natural e increíble con la estética.

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Carlos O. Noriega es Director Editorial de la revista Capitel de Universidad Humanitas.

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