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El poder de Foucault en la era de los smartphones

por Alejandro Acevedo

El internet y nuestros dispositivos celulares sin duda han empoderado a los individuos a través del libre acceso a la información y comunicación. Sin embargo, hay otro lado de esta moneda que no debemos ignorar.

Cuando Jorge Luis Borges (autor y narrador del cuento “El Aleph”), visita la casa de la recién fallecida Beatriz Viterbo, se encuentra con Carlos Argentino, el primo de Beatriz. Secretamente, Argentino guarda en el sótano de la casa un Aleph, que a decir del narrador, es una pequeña esfera tornasolada que a un tiempo ofrece el espectáculo de todos los puntos del universo, o como lo define el infatuado Argentino “[el Aleph] es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos”.

Borges describe así lo que observó al enfrentarse al Aleph: “Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una pirámide, vi un laberinto roto (era Londres) […]”. Al final del cuento, Borges informa que al ser demolida la casa de Beatriz Viterbo, desapareció el Aleph, que tal vez fue un truco visual (una ilusión presuntuosa) de Argentino y que, posiblemente, el Aleph nunca existió.

El Aleph desapareció aquel 1943 pero “reencarnó” unas décadas después en el internet y los smartphones… Parafraseamos a Carlos Argentino para definir la red de redes: internet es un artefacto informático que contiene todo el conocimiento, todos los sitios del mundo. Un lugar que nos permite comunicarnos con una inédita rapidez y una eficacia que, a algunos, ha hecho sentir ultra poderosos.

ENTUSIASMO ASTURIANO
Transcribimos lo que la bloguera española María Gutiérrez relata en su web page: “Cuando tenía 8 años y vivía en una casa perdida entre las montañas de la zona más rural y recóndita de Asturias, soñaba que era capaz de construir una máquina que tuviese en su interior todo el conocimiento del mundo… Hoy gracias al internet y los smartphones tenemos un poder que ni los dioses griegos o romanos imaginaron poseer”. Dice María Gutiérrez que “con un smartphone común y corriente tenemos acceso a la comunicación telepática, al conocimiento global y a la visión futura”. Y cuánto se semejan el internet y el smartphone de Gutiérrez al Aleph borgesiano. Sin duda, el entusiasmo que esta dama asturiana le profesa al poder que nos proporcionan hoy internet, las redes sociales y los smartphones, tiene algo de justificación, pero con la red o sin ella, los ciudadanos de a pie —como hace décadas lo hizo notar el filósofo Michel Foucault— siempre hemos gozado de un poder relativo, llámese opinión pública, voto electoral o hashtags. Estos recursos nos vuelven poderosos o nos crean la ilusión de serlo. Y sin duda lo somos pues como lo dice Foucault “sin el apoyo de los pequeños poderes de todos y cada individuo, el poder del Estado no existiría”.

FUERZA EN CADENA
En La microfísica del poder, Foucault dice que: “El poder tiene que ser analizado como algo que sólo funciona en cadena. No está localizado aquí o allá, no está en las manos de sólo algunos. El poder funciona y se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos que están en situación tanto de padecer como de ejercer dicho poder; el poder transita transversalmente; no está quieto en los individuos”. Y éste —queridos lectores— es un contundente concepto que recorre gran parte del pensamiento foucaultiano. Pero será preciso aclarar que, con esta aparente sobrevaloración del poder individual, Foucault no disuelve ni desintegra el principal poder que es el del Estado, más bien, el filósofo francés concluye que los pequeños poderes (el tuyo, el mío y el de cualquier ciudadano) se integran a ese poder global. Tras reconocer el poder estatal como el principal y el más importante, la innovación de Foucault radica entonces en dar valor a aquellos poderes marginados u olvidados en análisis anteriores; así lo remarca Aquiles Chihu Amparán en su brillante ensayo El concepto de poder en Foucault (2007). Foucault también agrega que en mayo de 1968 las masas hicieron caso omiso de los consejos de los intelectuales, y empezaron a actuar por ellas mismas porque —decía Foucault— sabían demasiado de ellas mismas.

VIGILAR Y CASTIGAR
Pero como también lo señala Foucault más adelante “existe un sistema de dominación que obstaculiza, prohíbe, invalida ese discurso y ese conocimiento. Y la invalidación del poder de las masas (lleno de auto conocimiento) no sólo se encuentra en las instancias superiores de censura, sino en toda la sociedad; en las masas mismas”. 

"[…] somos poderosos, pero nada más tantito".

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Después de esta revisión rápida de dichas apreciaciones relativas al poder, la actitud entusiasta de la dama nacida en la más recóndita zona rural de Asturias parece por demás ingenua porque ya hemos caído en la cuenta de que lejos de asemejarnos a los poderosos dioses griegos y romanos, en ocasiones nos asimilamos más a un triste Prometeo vigilado por censores externos e internos, por la censura y la autocensura que terminan, como a Prometeo mismo, castigándonos.

¿Qué tan dispuestos estamos hoy a ceder la poca libertad y el poco poder conseguidos en aras de la seguridad que nos promete proporcionarnos el Estado? ¿Qué tan dispuestos estamos a convertirnos en la vecina controladora y chismosa que tanto odiamos?

A estas alturas, sabemos que a pesar de los esfuerzos de artistas conceptuales como Zach Blas que lanza manifiestos contra la vigilancia y el control que los Estados ejercen mediante internet, y a pesar de los objetivos de grupos como Anonymous, seguimos siendo monitoreados electrónicamente como si fuéramos internos de cárceles de alta seguridad. Y a propósito ¿ya cubriste la cámara vigilante que tienes en tu computadora? Recuerden que en cualquier momento podrías ser llamado a “comparecer”.

Abrimos un paréntesis para señalar que también quienes detentan el máximo poder son susceptibles de tal vigilancia por otros Estados como lo han demostrado los snowdens y los assanges de WikiLeaks.

PODEROSITOS
Hay que tener cuidado, pues, con exagerar nuestro preciado y foucaultiano poder, no sea que nos suceda lo que a aquel Teodoro de la cinta Her (Spike Jonze, 2013), quien creyéndose completamente correspondido por la chica que “vive” dentro de la computadora, es informado por ella misma que él no es el único. “¿De quién más estás enamorada?”, le pregunta Teodoro. Su amante virtual le responde: “¿Acaso quieres saber los nombres de los 641 usuarios con lo que llevo una relación parecida a la que llevamos tú y yo?” Sólo nos resta recomendarles a nuestros lectores que equilibren sus delirios de grandeza, que sean sensatos en cuanto al poder que otorgan estos artefactos. Sí, gracias a ellos nos empoderamos, pero como ya nos lo advertía Foucault en La microfísica del poder, somos poderosos, pero nada más tantito.

Alejandro Acevedo es editor y periodista cultural. También es colaborador de diversas publicaciones.

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