Olafur Eliasson, Your House (Tu casa), 2006. Cortesía de Studio Olafur Eliasson.
por Carlos Azar Manzur
LA REALIDAD Y SUS LÍMITES SE NOS IMPONEN, CONTUNDENTES, A CADA PASO. LA LITERATURA, EN SU MULTIPLICIDAD NOS REGALA PLACER, CONOCIMIENTO, EMOCIÓN Y COMUNIDAD.
Alrededor de la fogata, los humanos antiguos se reunían para calentarse, cocinar y contar historias. En esa comunidad la fuerza de la literatura les ayudaba a explicarse el mundo que los rodeaba. La literatura servía para hacer comunidad. Compartir historias y compartir ideas. Luego la realidad se imponía de la mano de la comprobación científica, pero las historias permanecían como puntos de contacto, como identidad, como literatura.
Ya sabemos que Hades no se roba a Perséfone para dar lugar al invierno. Qué hermoso sería.
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Quisiera confesar una nueva adicción. He descubierto las virtudes de los audiolibros: los lee un actor o una actriz de manera impecable (a veces, los autores), son accesibles y no sólo encuentras los grandes clásicos de la literatura. Me he hecho adicto a oír los libros en francés o en inglés, mientras leo las traducciones en español. Además de las virtudes lingüísticas, he visto que en un libro de Lorrie Moore, donde ella apunta Túnez, el traductor decidió colocar Kenia, además de adivinar qué cosa decía en francés cuando el traductor español había puesto “mola mogollón”.
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En la secundaria en la que daba clase, nos dieron una conferencia sobre la “química del amor”. La expositora nos decía que, enamorarse, significaba una respuesta química y hormonal, en la que las feromonas vagaban de un ser al otro. Los alumnos escuchaban, un tanto sorprendidos, ese viaje limitado. Finalmente, uno me dijo: “yo cuando me enamoré, sentía algo más parecido al poema de Neruda que nos leíste que eso que nos están diciendo”.
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En La peste negra, esa novela perturbadora de Nina Berberova, un personaje le cuenta a otro sobre la ciudad de Chicago. Le dice que la urbe crece por un lado y se interrumpe con los grandes edificios por el otro. Le comenta que el norte es el poniente y el oriente es el norte. La narración es emocionante y muy vívida. Parece real. Cuando termina, el interlocutor le lanza una pregunta inesperada: “¿Has estado ahí?” Después de una página y media de vivencias verosímiles, de una persona que parece haberse internado en los vasos capilares de Chicago, esa pregunta nos deposita en la sorpresa. Pero no acaba ahí. El narrador inicial dice que nunca. “¿Cómo sabes todo esto?”, le pregunta el segundo y, al no recibir respuesta, lanza lo que todo lector pide cuando la literatura lo subyuga: “Cuéntame más”.
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No he logrado extender mi adicción a la literatura de Dostoyevski o de Kawabata.
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Olafur Eliasson, Your House (Tu casa), 2006. Cortesía de Studio Olafur Eliasson.
Olafur Eliasson, Your House (Tu casa), 2006. Cortesía de Studio Olafur Eliasson.
La realidad es una, pero la literatura es múltiple.
Una mañana, antes de ir al trabajo, Gregorio Samsa descubre que amaneció convertido en un escarabajo. La realidad interpretativa, fascinada por esta obra, ha dicho que se trata de un retrato del estado emocional del escritor; algunos psicólogos han visto en ella el complejo paterno que Kafka vivía con su padre; los sociólogos anuncian que el escarabajo representa una crítica a la vida de la clase media trabajadora de Europa. Tiene razón Nabokov cuando dice que todos esos aterrizajes a la realidad no están a la altura de la literatura de Kafka. Tal vez el mejor acercamiento a la realidad de esta obra la hace Ian McEwan en La cucaracha, en la que cuenta de una cucaracha que una mañana despierta convertida en un enorme ser humano: el primer ministro inglés.
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Sí, así es. Compro dos veces el mismo libro. Lo confieso.
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Me viene a la mente una recomendación de Roland Barthes que había olvidado: “sobre todo, no traten de ser exhaustivos”. La realidad es una, pero la literatura es múltiple. Un ser humano ansioso puede ser Ana Karenina, Emma Bovary, la Andrea de Carmen Laforet o el Juan Pablo Castel de Ernesto Sabato; puede llamarse “hipertrofiado”, como lo califica Unamuno, “fruta rara”, como dice el poema de Abel Meeropol, o escupir conejos, como el personaje de “Carta a una señorita en París” de Cortázar. La realidad se impone, pero se diluye en la versión de los hechos literarios. Lo escribo con un nudo en la garganta, con ganas de que sea un nuevo conejo que me acompañe.
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Ahora mido los libros en horas y minutos; en varios idiomas; en errores de lectura. Mido la literatura en nuevas pasiones que toman diversas formas. “Siento crecer en mí algo peligroso”, dice Hamlet, e incluso, sin sentirlo, una frase de Shakespeare viene a explicar lo que quiero decir. Que la realidad me perdone.
Carlos Azar Manzur. Es corrector de estilo de la revista Capitel de Universidad Humanitas.