por Andrea Bravo

La obra de Cig Harvey presenta escenas de la vida cotidiana atravesadas por la magia de lo inesperado y la voluptuosidad del color. A partir de la fotografía, la artista británica va, a veces construyendo y a veces cazando, los momentos precisos en que la fantasía irrumpe en la monotonía de lo cotidiano. Y una vez capturado, ese instante florece animoso para nutrir y sostener nuestro paso por el mundo. 

Más allá de los sujetos que aparecen en sus fotografías, el tema central en la obra de Harvey son los sentidos y la pregunta por lo que da significado a la experiencia de habitar el mundo. Todo esto enmarcado por el lujo de los detalles y el regodeo en el color. 

Bajo esta lógica, imágenes como una colección de mariposas archivadas en una caja de cartón, un rosedal que brota en el retrovisor o un corazón mal trazado sobre una ventana empañada, nos hablan de la sensualidad del mundo, la fragilidad de la vida y la potencia que existe en las aparentes nimiedades. 

Para llegar a imágenes en las que lo genérico toma tintes de icónico, Cig ha desarrollado un método que parece estar basado en la observación precisa de la vida cotidiana, la medición sensual del mundo, la experimentación con texturas y un manejo agudo de la psicología del color. Su paleta, compuesta por rojos intensos, rosados, anaranjados, blancos y verdes trabaja de manera muy eficaz para estimular los sentidos y la conciencia. 

Esta fórmula da como resultado fotografías casi sinestésicas que se acomodan entre el mundo real y la fantasía. Imágenes que en sí mismas examinan con un empeño casi científico la mecánica de la motivación. Estampas que no sólo abren espacio para el deleite del ojo, sino también nos instruyen en cómo habitar el presente. 

La obra de Harvey nos invita a ejercitar la imaginación, a torcer los hábitos para animarnos a comer flores o hacer jardinería por la noche, y a analizar la brecha que existe entre lo que creemos que deseamos y lo que realmente disfrutamos y nos mueve. En este sentido sus fotografías definen al disfrute como la capacidad de estar presentes y a la belleza como el acto de saborear y vivir. 

Así, las fotografías de Harvey se convierten en eventos sensibles que nos recuerdan que el mundo puede ser bello todos los días y bajo cualquier circunstancia, y que el motor está en la sensualidad efímera de una flor, la dulzura de una fruta o el calorcito de un rayo de sol.