por Carlos Omar Noriega Jiménez
fotografías de Munir Hamdan
JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ ES UNA FIGURA FUNDAMENTAL DE NUESTRA UNIVERSIDAD. HOY, TENEMOS LA OPORTUNIDAD DE CONOCER SU EXTENSA FORMACIÓN Y SOBRE TODO, SU MANERA DE CONCEBIR Y TRANSFORMAR LA EDUCACIÓN DE NUESTRO PAÍS A TRAVÉS DE UNIVERSIDAD HUMANITAS.
A las 18:00 en punto, Juan Luis González Alcántara Carrancá nos recibe en su casa. Es un hombre mayor, de barba y pelo canosos. Su trato es amable y educado. Detrás de sus lentes muestra una mirada inteligente. Menciona que le gusta mucho “la cultura en general, la filosofía, la historia, la literatura y desde luego el derecho, un producto específico de la cultura occidental”.
Es un abogado egresado de diversas universidades, por ejemplo, la UNAM, la Universidad de Tufts de Harvard y la Universidad de Barcelona, entre otras. Es el Rector de Universidad Humanitas, un hombre con gran educación, amante de las letras y los idiomas. Al respecto comenta que entiende “el alemán, el catalán, el francés, el inglés, el italiano, el japonés; los kanji los llegué a manejar bastante bien y siempre estoy tratando de aprender algo nuevo; algún día me dio por el ruso, otro por el portugués y desde luego el latín y el griego. No cualquiera puede meterse a leer un texto en latín o en griego bíblico, tan diferente al griego que se habla”.
Es un hombre que ha dedicado su vida a la educación y al derecho, columnas esenciales de nuestra casa de estudios, porque es un apasionado de la cultura y porque forma parte de los orígenes mismos de Universidad Humanitas.
¿Podría decirnos quién es usted?
Soy un abogado egresado de la UNAM que tuvo la oportunidad de estudiar en la Escuela de Derecho de la Universidad de Tufts que administra la Universidad de Harvard. Pude estudiar en varias escuelas de dicha universidad: la de derecho, la de grabados de artes y ciencias, la de economía y la de gobierno John F. Kennedy. También estudié una Maestría en derecho civil y mercantil en la Universidad de Barcelona y en Tufts. En Barcelona hice una Maestría y en la Universidad de Upsala, una de las universidades más antiguas del mundo, estudié resolución de conflictos en arbitraje. También cursé algunas materias relacionadas con la historia.
¿Quién soy? Un abogado que ha ejercido la profesión en distintos campos. Mi primer trabajo lo tuve en la Secretaría de Obras Públicas, después en Asentamientos Humanos y en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Allí, en los setenta, conocí al fundador de Universidad Humanitas, el Doctor Eduardo A. Johnson Okhuysen. Yo trabajaba en la Procuraduría Fiscal y lo invitaron a trabajar ahí, pero optó por irse a los Estados Unidos. Después me fui yo y coincidimos en Tufts, en la Fletcher School of Law and Diplomacy.
Tuve la oportunidad de trabajar en la UNAM como el brazo derecho de Jorge Barrera Graf; desarrollamos la parte de defensa y legalidad de los derechos de los universitarios. De allí me invitaron a trabajar en la Facultad de derecho, en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, donde he colaborado de forma ininterrumpida y he estado al frente de varias escuelas. Luego me fui a trabajar a la Secretaría de Relaciones Exteriores en el área de investigación. Posteriormente me invitaron a trabajar en el Tribunal Superior de Justicia, en Programación y Presupuesto en el sexenio de Salinas de Gortari. Allí conocí el sector energético, donde trabajé en la elaboración de los presupuestos. Volví a la UNAM casi de tiempo completo y de allí al Tribunal Superior, donde me encargaron crear el Boletín Judicial con todos los albores que se dictan a diario y dirigir una revista, Análisis de jurisprudencia, la más antigua revista de derecho que se hace en México de forma ininterrumpida desde los años treinta. Me incorporé a esa área y pude desarrollar una línea editorial muy importante.
En la década de los setenta, el Doctor Johnson, unos amigos y yo planteamos un esquema para modificar los planes de estudio del posgrado en derecho para la UNAM. Como no fue aceptada la propuesta, el Doctor Johnson decidió fundar Universidad Humanitas, el Colegio Superior de Ciencias Jurídicas. Entonces estoy involucrado desde hace casi cuarenta años en el proyecto académico que he seguido de cerca.
¿Cómo inició su carrera en el derecho?
Todos mis abuelos fueron abogados. Mi abuelo paterno se especializó en la parte del derecho civil; mi abuelo materno, en el derecho internacional. Prestó sus servicios en el Servicio Exterior Mexicano. Trabajó en la SRE en los años veinte, después en varias embajadas (Guatemala, El Salvador, Cuba), hasta que lo llamaron para ir a Bélgica, Alemania y Noruega.
Entonces, siempre estuve rodeado de libros relacionados con el derecho. Mi padre fue un abogado muy destacado, juez muy joven y después se dedicó al ejercicio profesional y al sector público. Para mí no había otras cosas que hacer. Tuve la oportunidad de conocer a muchos funcionarios judiciales, abogados litigantes y en casa, se conversaba de derecho y de los casos relevantes que en ese momento se presentaban. Un tío abuelo mío, Raúl Carrancá, uno de los hombres más conocidos en el derecho penal, fue presidente del Tribunal y escribió varios libros de derecho penal. Le tocaron varios procesos muy importantes: el más conocido fue el homicidio de Trotsky. Él era el Juez Penal en Coyoacán y le tocó ese proceso. A mi padre le interesaba mucho el derecho penal, mis tíos fueron abogados, así como mis cuatro hermanos. Me desarrollé en el mundo del derecho, pero, a diferencia de mis hermanos y de mi padre, me interesó el derecho internacional, por eso salí hacia la mejor escuela de diplomacia que existe en el mundo actualmente: la Fletcher, en donde preparan al servicio exterior norteamericano. Es una escuela muy pequeña y elitista, pero con un prestigio y una historia muy importantes.
¿Qué hace actualmente en la Universidad Humanitas?
Soy Rector honorario, no tengo un desempeño administrativo porque no podría tenerlo, pero estoy en el consejo académico y en el técnico y me vinculo para continuar con ese desarrollo que se planeó hace casi 40 años con el Doctor Johnson Okhuysen, además de asesorar a los diferentes directivos que ha tenido la escuela. Apoyo con algunas ideas, innovaciones, con la parte académica del desarrollo de la propia universidad. No es un desarrollo burocrático, pero en las reuniones que tenemos periódicamente, establecemos algunos parámetros de desarrollo e interés por los aspectos culturales y científicos de la institución.
¿Cómo ha sido su experiencia en la docencia?
Yo empecé con grandes maestros. El más extraordinario fue un filósofo español, Luis Recaséns Siches, quien me enseñó a trabajar lógicamente, me recomendó que me fuera a Alemania y aprendiera alemán para entender a los filósofos en su lengua. Fue un extraordinario maestro. ¿Y por qué me refiero a él? Porque fue el primero en pedirme que lo acompañara a sus clases, me decía: “explícales esto que estudiamos ayer o que te dejé de tarea”, y me invitó a intervenir en la docencia. Tuve otros grandes maestros, mi propio padre me enseñó muchísimo, yo lo acompañaba a sus clases en prepa y cuando no podía ir él, me decía “ahora te toca ir porque yo tengo una reunión y tú tendrás que ir a enfrentarte a un grupo de adolescentes como tú y a ver cómo les explicas cuestiones relacionadas con la sociología”.
Otro extraordinario maestro que recuerdo con mucho cariño era Guillermo Floris Margadant, un holandés brutalmente inteligente que hablaba cinco o seis idiomas, muy polémico, totalmente agnóstico. Como él hubo otros maestros en distintas áreas, el Doctor Jorge Carpizo en derecho constitucional que me invitó a trabajar con él en la UNAM y el Doctor Diego Valadés, con quien siempre discutí asuntos relacionados con el derecho constitucional. Como ellos muchos, en México y en el extranjero; Albert Martin Sacks, en Harvard, uno de los más destacados juristas del siglo pasado.
Mi actividad en la docencia ha sido muy interesante porque cuando se descentraliza la UNAM y se crean las ENEP, me invitan a dar clases de economía en Acatlán. Así empecé, luego me convertí en jefe del departamento de derecho, fui profesor de tiempo completo e interrumpí mi actividad para irme a Estados Unidos y cuando regresé, me invitaron los Legionarios de Cristo para hacerme cargo de la Escuela de derecho. Fueron cinco años exclusivos en la docencia para después ensayar un proyecto muy interesante: la Escuela del Colegio Superior de Ciencias Jurídicas y Universidad Humanitas.
Mi actividad docente ha sido muy gratificante. En la Universidad Anáhuac, en la Iberoamericana, donde estuve entre 15 y 20 años, en la Universidad Panamericana, en el propio ITAM, y en algunas otras escuelas como profesor de materias que me interesaban, básicamente de derecho internacional, internacional privado, una clase que me gustaba mucho, y casi siempre vinculado con el posgrado de la Facultad de derecho. No siempre he dado clases, pero podríamos decir que voy rotando.
Necesitamos a la sociedad civil, que si se organiza, puede lograr grandes cosas.
¿Qué significa para usted la educación?
Todo. Un pueblo sin educación es un pueblo que no tiene nada. Educación es cultura, historia, el aspecto prospectivo de lo que viene, de lo que podemos esperar. Una sociedad que no sabe valorar sus antecedentes y su presente, no sirve. Como país hemos perdido mucho en el aspecto educativo. Alguna vez hablando con altos funcionarios de la SEP, platicamos de la necesidad de educarnos, de formarnos porque la educación no es nada más cultura general, son los principios formadores para aprender a prepararnos a vivir y a morir. Es muy diferente ver la evolución de la gente, si se prepara para la edad que tiene y no hace el ridículo y también para hacer lo que debe cada día. ¿Qué es la educación? Todo lo que nos rodea, es saber comer, degustar un buen vino, saber viajar, apreciar una obra de arte, entender un texto en otro idioma, poder tener la oportunidad de apreciar un poema y comprender la historia, todo eso es educación. Cuando hablábamos con esos funcionarios de la SEP les decíamos que lo primero es aprender a leer, aprender a aprender y a desaprender lo que no sirve y que no debemos cargar con esos esquemas del pasado, tener una cultura un poco más integrada porque si no sabemos apreciar una ruina o una obra histórica o el contenido de un museo, no sabemos vivir ni apreciar lo que tenemos.
¿Qué debemos hacer desde su perspectiva para fortalecer la educación en nuestro país?
Por lo menos sentir orgullo por nuestra lengua, la que hemos convertido en nuestra lengua patria, el español, saber apreciar nuestros valores, no despreciarlos, que se reflejan en la cultura, la música, el cine, el teatro, la televisión, en nuestros autores. ¿Qué necesitamos? Apreciar y valorar lo nuestro, no despreciarlo. El mexicano es muy fatalista en los dos aspectos, o es muy optimista o muy pesimista. La conquista nos forjó un carácter muy especial, pero creo que debemos, primero, conocernos, apreciarnos, valorarnos, esforzarnos y la gente pide, no ofrece. Aquella gran frase de Kennedy “¿Qué puede hacer uno por su país?” es muy importante. Se nos olvidan nuestras obligaciones, lo veo en la cultura de todos, se crea todo un sistema de apoyo del gobierno de la Ciudad de México para el transporte en bicicletas y veo a la gente en los camellones, en las zonas peatonales a grandes velocidades, invadiendo los pasos peatonales en términos generales, es parte de esa cultura. Debemos aprender a valorar. ¿Y qué pasa con el mexicano? Que está muy desilusionado de sus líderes políticos, empezamos un sexenio con entusiasmo y poco a poco vemos que es más de lo mismo y nos decepcionamos en términos generales y eso hace que la gente quiera migrar, salir corriendo y no enfrentar la realidad. Tenemos que tratar de hacer nuestro mejor esfuerzo todos los días.
¿Cómo cambiaría la situación de la educación en México?
En el ámbito educativo los aspectos manuales son muy importantes. ¿Por qué tiene éxito la educación en Finlandia? Porque su revolución educativa es que los mismos niños enseñan a los siguientes niños, al niño mayor le encargan al menor y las clases son en conjunto. La formación de nuestros maestros deja mucho que desear, porque a diferencia del educador europeo, pensemos en Holanda, en Alemania, en Dinamarca o cualquier país escandinavo, donde tienen un estatus de reconocimiento social, en nuestro país es un empleado más, a quien no respetan ni sus alumnos, pues enseña mientras encuentra una actividad diferente y mejor remunerada, como policía, velador o vendedor. Eso es lo que nos ha pasado con aquellos que no son maestros por vocación sino por ámbito y eso genera gente frustrada que transmite esa frustración y no el entusiasmo que debe haber. Entonces, para los alumnos, el señor está allí pero no tiene ningún entusiasmo por la actividad que desempeña.
Cuando usted me preguntaba por esos grandes maestros que tuve, eran gente enamorada de sus temas, que los conocían a profundidad, habían reflexionado, escrito, discutido, formado, polemizado e incluso, rectificado sus conocimientos. Eso no lo vemos hoy, no hay esa creatividad ni esa vocación de investigador, todo lo queremos rápido y muy gráfico. Es parte de nuestro defecto, no le hemos dado al maestro ni al magisterio en general el nivel que merece. ¿Por qué a un profesor que se quema las pestañas para preparar su clase no le pagamos ni le retribuimos lo que podemos retribuirle? Por eso no tenemos los profesores que queremos, no hacen de la docencia su forma de vida. Cuando conoce uno a personajes como Gabriela Mistral que fue tan importante para el pensamiento de los años treinta del siglo pasado, o a José Vasconcelos, eran pedagogos que sabían qué querían transmitir, cómo hacerlo desde el acondicionamiento que debe tener el aula, desde el aspecto del gusto por ir. No. Vamos por el diploma, por el grado, pero al final sólo encontramos frustración al ver que eso no sirve para lo que queremos.
¿Algo más que quiera compartir con nosotros?
Estar vinculado a este proyecto ha sido una gran experiencia de casi la mitad de mi vida, porque fue un sueño muy grande que tuvo un extraordinario amigo, el Doctor Eduardo Johnson, que compartimos, creímos en él y vemos los resultados en términos generales. ¿Que hay mucho por hacer? Sí. Los egresados son los que tendrán la decisión de hacia dónde quieren llevar a la propia universidad, que el orgullo que trata de infundirles el director, Andrés Johnson, sea parte de lo que deben hacer, una ayuda a su escuela.
¿Qué tienen la Universidad de Harvard, la de Yale o las universidades americanas? Que sus egresados siempre buscan mejorar las condiciones materiales de su universidad, ya que siempre hay la posibilidad de devolverle algo a su alma máter. Yo he trabajado en la UNAM por décadas y jamás he cobrado un peso, porque pienso que lo que me dieron me ha aportado y tengo que regresarlo de alguna manera. Debemos transmitir la experiencia que tenemos y saber estudiar, aprender y diferenciar lo que es valioso.
Eso quisiera decir a las futuras generaciones y a las actuales, que sean honestos consigo mismos, que luchen por lo que creen y sean constantes porque si no, no van a llegar a ningún lado.
Carlos Omar Noriega Jiménez es editor. Director Editorial de la revista Capitel de Universidad Humanitas.