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La identidad subjetivada: la crisis de las instituciones

por Diego Ilinich Matus Ortega

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¿Qué es la identidad para las ciencias sociales y cómo se diferencia su valor polisémico de su significado para el individuo? Para las primeras se encuentra en el plano subjetivo y por medio de ellas el sujeto se relaciona con la realidad social, política, educativa y cultural. La importancia de la identidad radica, entre otros factores, en la relación hilvanada entre individuo y sociedad.

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La identidad es un concepto polisémico, sobre todo debido a que es utilizado en múltiples disciplinas. Desde las ciencias sociales la identidad es entendida como la constitución simbólica y valorativa (se encuentra en el plano de la subjetividad) con la cual cuenta el sujeto para poder relacionarse con la realidad o el “mundo de la vida”, sea esta una realidad social, política, educativa o cultural. La posesión de una identidad es importante para el ser humano, ya que en el uso de ella es capaz de desentrañar la realidad social que se le presenta, y tomar decisiones ante esta de una manera individual y con inventiva (aunque siempre en el marco de un contexto específico). Es por eso que los estudios de identidad que resaltaban la acción del actor social, no surgieron sino hasta el momento en que se desarrollaron las teorías sociales que ubicaban la acción del agente como fundamental para entender la construcción del “orden” en la sociedad. Entonces, nos encontramos hoy en día con que la identidad se produce de una manera dialéctica (Peter L. Berger y Thomas Luckmann, 2015), es decir, en la relación entre individuo y sociedad, o mejor aún, entre subjetividad y normatividad.

En esta conceptualización de la identidad, sería viable preguntarnos si la identidad política, y específicamente, si la identidad ciudadana, no se ve afectada de alguna manera por la vinculación deficitaria que experimentan los ciudadanos al buscar incidir en las decisiones de la vida política y el campo económico, entre otros. Entendiendo por ciudadanía la expresión que da cuenta de la relación del individuo y el Estado al interior de la sociedad, remitiendo a los derechos y deberes de las personas, que hacen “vigentes a través de sus instituciones” (Castro, Rodríguez y Smith, 2014).

Si observamos los datos del informe del Latinobarómetro 1995–2015, que es una encuesta que se aplica en las sociedades latinoamericanas, encontramos un fuerte rezago en torno a la vinculación que experimenta la ciudadanía en estas dos esferas, pero también una inclinación simbólica y valorativa, es decir, un acercamiento de la identidad política hacia prácticas y modelos no democráticos, que pudieran leerse, en parte, como una consecuencia de la falta de vinculación con la esfera instrumental de la sociedad.

El informe nos muestra que América Latina es la región que presenta una menor satisfacción con la democracia, con un 37%. Por su parte, en el mismo rubro, México posee un porcentaje de satisfacción del 19% solamente. De llamar la atención también es el hecho de que en nuestro país poco menos de la mitad de la ciudadanía afirme que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno, específicamente el autoritarismo. Por su parte, en el plano de la representación política, solo el 17% de la ciudadanía se siente representada, mientras que el 21% afirma que los gobernantes gobiernan para la mayoría y no para unos cuantos. Por último, tenemos que solo el 13% de la población se encuentra satisfecha con la economía. Observando estos datos y pensando en la influencia que pueden ejercer las instituciones en la construcción de una identidad ciudadana, es necesario que nos preguntemos cómo podemos entender esta información.

Para Touraine, en las sociedades contemporáneas, nos enfrentamos a un proceso de desinstitucionalización. Mientras que las sociedades modernas se caracterizaron por plantear y proponer una gestión entre la razón instrumental (los mecanismos y las instituciones desplegadas para organizar la vida social) y el individualismo moral —entre la organización de la sociedad y el individuo—, a fin de poder establecer un juego de espejos entre ambos, en la sociedad contemporánea el espejo se habría roto. Las instituciones capaces de realizar esta vinculación han fracasado en la acción de conectar los intereses de los individuos a los espacios instrumentales como la economía o la política. Los sujetos de la sociedad tardía (Touraine), acelerada (Hartmut) o líquida (Bauman), que es capitalista, están aprendiendo a construir su identidad política alejados de las instituciones encargadas de promover y hacer efectivas sus demandas, al estar estas superadas por otros actores: los organismos internacionales, los cuales cada vez adquieren mayor fuerza sobre la vida económica de los países, ante lo cual las demandas de los ciudadanos poco tienen que hacer (el caso del aumento de la deuda externa por concepto de intereses a finales de la década de los 80 para América Latina, o más recientemente las condiciones impuestas a Grecia para el pago de la deuda). En materia política se sigue una ruta similar, en donde los intereses geopolíticos, dejan poca influencia a la ciudadanía sobre la decisión de ir o no a una guerra, o simplemente no existen propuestas políticas que representen opciones de cambio de “fondo” para los ciudadanos.

El psicoanalista alemán, Erich Fromm, en su libro Miedo a la libertad, expone que en la vinculación teórica entre el psicoanálisis y el marxismo, surge la “impotencia” que sienten los ciudadanos al relacionarse con las estructuras de poder a través de los instrumentos que estas utilizan (por ejemplo los medios de comunicación o los mensajes del mundo político). Las estructuras de poder se esforzarían por presentar una realidad sumamente compleja y cambiante (acelerada), ocasionando que el individuo se asuma y se sienta muy lejos de poder influir sobre las estructuras que organizan a la sociedad. Para Fromm, la consecuencia es clara: surgen los sistemas autoritarios en los cuales los sujetos delegan la responsabilidad de la toma de decisiones, al entender que la misma puede ser un peligro en sus manos.

Las consecuencias de este alejamiento que asume el ciudadano generan una debilitación de las instituciones como referentes para la construcción de la identidad, y como comenta Fromm, un alejamiento práctico y psicológico de los ciudadanos en la toma de decisiones. Por otro lado, esto ocasiona que el individuo subjetive más su toma de decisiones, es decir, que tenga más en cuenta sus intereses individuales y estratégicos al momento de elegir entre distintos escenarios o acciones.

Así, resultaría necesario diseñar instituciones que mantengan una relación más estrecha con los ciudadanos, que sean capaces de representar sus intereses y preocupaciones, por que al final del día, no podemos ser esclavos de nuestras propias construcciones (Schopenhauer).

Matthieu Bourel, Self confidence / Autonomy, 2014. Cortesía del artista.

Andy Gilmore, 07 14 10, 2010. Cortesía del artista.

BIBLIOGRAFÍA

Bauman, Zygmunt (2006), Modernidad líquida, México, Fondo de Cultura Económica.

Berger, Peter L. y Luckmann, Thomas (2012), La construcción social de la realidad, Argentina, Amorrortu.

Castro, M. I., Rodríguez Ousset, A. Y Smith, M. (2014), La construcción de ciudadanía en la educación media superior, México, UNAM-ISSUE.

Latinobarómetro (2015)  http://www10.iadb.org/intal/intalcdi/PE/2015/15817.pdf

Touraine, Alain (2008), ¿Podremos vivir juntos?, México, Fondo de Cultura Económica.

Hartmut, Rosa (2011), “Aceleración social: consecuencias éticas y políticas de una sociedad de alta velocidad sincronizada” en Persona y sociedad, vol. XXV, No.1, Chile, pp. 9-49.

Diego Ilinich Matus Ortega. Licenciado en Filosofía, candidato a maestro por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, sede México. Intereses en temas de política educativa, psicología social, sociología del comportamiento.

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