Polly Becker, Thoreau - Whitman, 2008. Cortesía de la artista.
por Sebastián Plá
LA IDEA DE QUE LA EDUCACIÓN, ANTES QUE NADA, DEBE SER DE CALIDAD, PERMEA TODAS LAS POLÍTICAS EDUCATIVAS DE NUESTRO PAÍS. SIN EMBARGO, ESTA CREENCIA EN MUCHOS SENTIDOS TIENDE A HOMOGENEIZAR METODOLOGÍAS Y CUARTAR LA LIBERTAD DE ACCIÓN DE LOS DOCENTES, ATENTANDO, IRÓNICAMENTE, CONTRA LA CALIDAD A LA QUE SE ASPIRA.
Polly Becker, 234 Reasons to Have Sex (234 razones para tener sexo), 2004. Cortesía de la artista.
Polly Becker, Ya Think (Tú piensas…), 2016. Cortesía de la artista.
Por sentido común, todos estamos a favor de la calidad educativa. Sería antinatural desear una mala educación para nuestros hijos o para nosotros mismos. Sin embargo, si miramos un poco más a fondo, ni la calidad -ni las políticas de la calidad educativa que conlleva-, son sentido común y mucho menos, algo natural y deseado por todos. Más bien vivimos en un momento histórico que naturalizó el discurso de calidad en muchos ámbitos de nuestra vida cotidiana, al grado de convertirlo en sentido común, por lo que ya no nos preguntamos qué significa o qué implicaciones tiene para la educación.
Si ponemos un poco de atención, es fácil distinguir que la calidad educativa es más bien algo amorfo. Para demostrarlo, sólo quiero tocar dos aspectos, pues tienen que ver con cómo la calidad coarta la libertad en la educación. El primero es que no existe la calidad en sí –ni la educativa ni ninguna otra-, pues es un concepto relacional. Como se demostró en un estudio de Don Adams en 1993, hay más de cincuenta propuestas especializadas que buscan definir lo que es la calidad educativa. No hay calidad educativa, sino muchas formas de concebirla. Cuando cada quien dice merecer una educación de calidad, siempre falta contestar: ¿calidad de qué y en relación con qué?
El segundo aspecto es que la calidad educativa que predomina en México y en buena parte del mundo, no surge de la realidad educativa, sino de la producción fabril. Pero lo que es útil para algo, no necesariamente lo es para otra cosa. No es lo mismo la calidad de una camisa que la de un profesor y, sobre todo, la de la relación intersubjetiva entre profesores y alumnos, núcleo de todo proceso educativo en la escuela. Los especialistas en políticas de calidad educativa saben muy bien esto, por eso han propuesto políticas que se preocupan, ya no en definir la calidad, pues saben que es una batalla perdida, sino sobre lo que pueden dominar, es decir, los dispositivos de control de la calidad.
La buena educación en la escuela, se da […] en ese momento que ningún mecanismo de control puede alcanzar.
Polly Becker, Ladders (Escaleras), 2001. Cortesía de la artista.
¿Qué tiene que ver todo esto con la libertad y la educación? Pues que si no podemos definir lo que es calidad de la educación, sólo nos queda la posibilidad de establecer mecanismos de control que la midan. La educación se convierte en un complejo entramado de indicadores y rubros que establecen jerarquías. Si ojeamos las noticias educativas de los últimos años, más allá del conflicto magisterial ocasionado por la reforma predominante, veremos discusiones sobre los indicadores de la evaluación docente, la ruta de operación de la reforma, la financiación y las condiciones en las escuelas. Todos estos rubros son importantes, pero no deja de llamar la atención que los alumnos y los profesores brillan por su ausencia. Y eso que se supone que la calidad educativa tiene al niño al centro.
La educación es la formación de subjetividades. Esta formación, en nuestras escuelas, se da fundamentalmente en las relaciones entre docente y alumnos. Pero esa relación funciona, no en cuanto se establecen dispositivos de control de la calidad que permitan observar desde la gestión todo lo que sucede en el aula, sino en ese espacio de libertad para establecer un diálogo libre. No recordamos y reconocemos a aquel maestro que cumplió con excelencia todos los indicadores de calidad, sino aquel que justamente logró librarse de ellos para ser un escucha en libertad de nuestras preocupaciones y responder desde lo que es y no desde lo que le obligan a ser a partir de la evaluación docente. Recordamos al que nos exigió pensar en libertad. La buena educación en la escuela se da justamente en ese espacio intersubjetivo, en ese momento que ningún mecanismo de control puede alcanzar.
O si lo hace, termina prohibiendo la relación libre entre intersubjetividades. Cuando los mecanismos de control sobre el docente son tan fuertes, basados en indicadores de gestión, toda posibilidad de libertad, y por tanto de formación libre de sujetos –proceso que necesariamente requiere de la autoridad docente-, queda proscrita del aula. Los parámetros de evaluación docente para educación básica y los programas de estudios del Nuevo Modelo Educativo son muy prescriptivos a pesar de que dicen que son sólo sugerencias. Obligan a que los profesores hagan la misma pregunta, la misma actividad y la misma evaluación en todas las escuelas del país, sin importar contextos o necesidades de los alumnos.
Imaginen ahora esta situación en otras profesiones, ¿qué pasaría si el Estado obligara a todos los arquitectos a diseñar casas con la misma orientación, los mismos materiales, el mismo tamaño y los mismos colores, porque si no quedarían fuera de lo que certifiquen como calidad arquitectónica? Alarmados dirán que eso va contra el espíritu de la profesión. Pues lo mismo sucede con el docente: si se elimina su posibilidad de ser libre, jamás podrá ofrecerle al alumno herramientas para que construya su propia libertad.
Como ciudadanos libres podemos preferir una educación de calidad o no, una educación donde las relaciones intersubjetivas no estén en poder de los alumnos o de los profesores, sino de los gestores educativos. Pero independientemente de nuestras preferencias, es importante ser conscientes de por qué elegimos la libertad o por qué le quitamos al docente su derecho de ser, y no hacemos lo mismo con el arquitecto o el artista. Por eso, yo, como todo el mundo, prefiero la buena educación, pero como pocos, si miro más a fondo, estoy en contra de la calidad educativa y de sus políticas. Estoy en contra de una educación de indicadores, de una educación sin libertad.
Sebastián Plá. Doctor en pedagogía e investigador de la UNAM. Especialista en análisis político del discurso educativo y en teoría e investigación en enseñanza de la historia y las ciencias sociales. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.