Gerhardt Isringhaus, Amelia Earhart. Cortesía del artista.
por Mariana Hernández
¿QUÉ SE NECESITA PARA RECORRER EL MUNDO VOLANDO? LA RESPUESTA PODRÍA SER LA VALENTÍA O A LA DECISIÓN, PERO HAY ALGO QUE IMPULSA A AMBAS: LA FUERZA.
Un último vuelo fue el que le dio a Amelia Earhart la fama que superaría al tiempo y a sus contemporáneos. Sin embargo, su lucha constante por ser quien ella deseaba merece ser recordada.
Amelia nació el 24 de julio de 1897 en Atchison, Kansas, Estados Unidos. Ahí pasaría sus primeros años practicando deportes y disfrutando de actividades al aire libre, algo bastante distinto a lo que hacían otras niñas de su edad, siempre alentada por su padre. Después de vivir en Kansas, la familia se mudó a Iowa. Ahí, en una feria estatal, vio por primera vez un avión, pero, a diferencia de lo que cualquiera podría pensar, Amelia no sintió la más mínima atracción por la aeronave.
Diversas situaciones como la separación de sus padres y las constantes mudanzas tambalearon la estabilidad familiar. En los años de la Primera Guerra Mundial, visitó a su madre en Toronto. Poco tiempo después, regresó al internado donde estaba inscrita en Filadelfia, pero la noticia de los heridos de guerra que llegaba a Canadá la perturbó profundamente, por lo que decidió volver para entrenarse como enfermera, hasta que fue enviada a ayudar en el hospital militar. Mientras atendía heridos logró establecer una relación cercana con los aviones que llegaban a entregar provisiones, enamorándose de las posibilidades que una aeronave proveía.
La primera vez que subió a un avión fue en 1920, y fue cuando supo que quería pasar su vida entre las nubes. En pocos años logró lo que cualquier posible piloto hubiera querido, determinada por su interés, trabajó para aprender a volar. Su primera clase de aviación fue en 1921, en California y de la mano de su instructora, Anita Snook, en 1923 obtuvo la licencia de vuelo que para ese entonces menos de 100 mujeres poseían. En esta época logró comprar su primer avión: El canario.
En pocos años logró lo que cualquier posible piloto hubiera querido, determinada por su interés, trabajó para poder aprender a volar.
Problemas familiares y económicos la orillaron a dejar sus sueños por un tiempo, vendió su adorado avión amarillo y compró un automóvil para mudarse a Boston junto con su madre. Inevitablemente, la vida la arrastró nuevamente a la aviación cuando en 1928 fue invitada a formar parte de un equipo que cruzaría el Atlántico, viaje en el que se sintió como un costal de papas por haber sido únicamente una asistente de vuelo. Esta sensación la llevaría a cruzar nuevamente el océano años después, pero por su propia cuenta, convirtiéndose así en la primera mujer en cruzar el Atlántico en dos ocasiones distintas.
A partir de este año su vida cambió; los siguientes diez años logró generar todos los reconocimientos por los que se le recuerda: cruzó Europa, cruzó el Pacífico de Honolulu a California, bajó a México invitada por Lázaro Cárdenas y de ahí a Nueva York, y su último viaje, en el que atravesó el mundo. Obtuvo distinciones como la de la National Geographic Society y fue reconocida por la presidencia de Estados Unidos. Asimismo, decidió abrir brecha para otras mujeres y en 1929 impulsó una carrera aérea para mujeres con 20 inscritas conocida como Powder Puff Derby.
Para 1937, Amelia decidió romper un nuevo récord: cruzar el mundo sobre la línea ecuatorial. El 2 de julio fue el último día en el que se le vio, su última parada fue en Nueva Guinea. Se cree que su salida fue apresurada y que tal vez no tenía las habilidades para salir bajo condiciones no ideales, sin embargo, lo que sucedió con su vida y la de su asistente son un misterio que continúa sin resolverse.
La historia de Amelia ha permanecido vigente, su fuerza y valentía la insertaron en un mundo que no estaba hecho para mujeres, haciéndola luchar por crear espacios en los que estuvieran consideradas, incluso ella misma logró crear el lugar que ocupa hoy en la historia.
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Bibliografía
Winters, Kathleen C. Amelia Earhart. The Turbulent Life of an American Icon. Estados Unidos: Palgrave Macmillan, 2010.
Mariana Hernández Blanca estudió historia en la Universidad Iberoamericana, trabajó seis años en la Coordinación Nacional de Arqueología del INAH y se encuentra estudiando la Maestría en historia del arte en la UNAM.