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Un rincón de esclavitud

Detalle del antiguo aljibe escalonado de Chand Baori, Abhaneri, Rajasthan, India, 2010. De Flickr.

Se nos ha enseñado a lo largo de la vida que el tiempo se divide en nacimiento, crecimiento, reproducción y muerte. Pues este texto revela una faceta oculta de esos ciclos vitales: los trámites. Cotidianamente y con el sueño de la libertad ganada, algún día nos vemos sumergidos en olas de papeles burocráticos, trámites interminables que nos arrastran y nos deshacen el sentido de la libertad.

Por Fernán González de Castilla.

A todos nos han enseñado que el ciclo de la vida es: “nace, crece, se reproduce y muere”.

Este proceso, hoy en día, es erróneo, ha sido dramáticamente modificado por aquellos que dicen preocuparse por los derechos humanos y, también, por todos los que se dedican a que se respeten: el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial.
Ahora, el ciclo de la vida se enuncia así: “nace, hace trámites, crece, hace más trámites, se reproduce, sigue haciendo trámites y muere, tras de lo cual, los trámites son tan infinitos como la muerte misma”.

Recientemente me he estado preguntando cuánto tiempo dedico a trámites; pues ya perdí la cuenta, pero me he quedado atónito al percatarme de que una parte importante de mi vida la dedico a esa tarea sin fin, sin esperanza alguna y sumido en un pozo de depresión por opresión. ¿De quién es el tiempo de mi vida? Siempre pensé que me pertenecía, pero he acabado por descubrir que no es así.

El trámite me roba mi tiempo, que en realidad es lo único que tengo, es decir, el legislativo y el ejecutivo me roban vida, ya que son los que me oprimen inmisericordemente obligándome a hacer papeleo.

¿Tienen derecho a hacerlo? Más todavía, y peor, ¿alguna vez se han preguntado si pueden hacerlo? ¿Se han detenido tan solo un momento a pensar sobre los beneficios que obtienen los ciudadanos al imponerles hacer trámites y más trámites para cumplir requisitos y más requisitos?

Sabemos de sobra, además, que las leyes que dicta el legislativo siempre llevan “su reglamento” (normalmente inextricable), el cual, y para no entrar en un largo análisis de las causas y efectos de este fenómeno, solo diré que, finalmente, nos imponen una cantidad de requisitos que las más de las veces son imposibles de cumplir armónicamente y en su totalidad, de lo cual el ejecutivo se encarga, con gran eficiencia, de “sacar raja” (creo que todo buen entendedor sabrá a qué me refiero...).

Puede usted intentar defenderse, para lo cual acude al saprozoico poder judicial, que a fin de cuentas, envuelto en formas sagradas, insubstanciales y erísticas, cuando ya nada importa, resuelve en su contra, y si por casualidad dicta sentencia a su favor, ya le han robado a usted tanta vida, que no vale la pena. El mismísimo presidente de la República, de repente, se ha dado cuenta de esto y lo ha dicho... solo lo ha dicho.

Agreguemos a todo esto la tecnología. En gran síntesis, desde que se inventaron las computadoras se acabó el criterio. No hay manera de resolver algo si la computadora no tiene las herramientas para hacerlo, así sea del más elemental sentido común, y si la computadora no puede, nadie puede.

Bueno, pues ahí están los derechos humanos sobre los que nuestro gobierno manifiesta gran preocupación en proteger.

Si este artículo inclina a algún lector a pensar en el suicidio como única solución al problema, le aconsejo que no cometa tal acto, pues los trámites para resolver el asunto serán tan largos y complejos, que el más pintado no se atrevería a cometerlo si llega al conocimiento cabal de lo que hay que hacer para cumplir con los requisitos, pues la carga más pesada para sus deudos no será el dolor sino cumplir con el reglamento.

De lo que nuestros gobernantes no se han dado cuenta es que la forma como se gobierna genera un auténtico canibalismo en el cual los legisladores, el ejecutivo y los jueces son los caníbales que se auto-engullen, se nutren de sí mismos, pues a fin de cuentas padecen por lo que hacen ellos mismos, de donde se sigue que el único fin posible de esto es su extinción en la forma en que hoy los conocemos.

Ya lo decía Camilo José Cela, el reglamento es pecaminoso. Ineluctablemente llegará un momento en el cual dedicaremos toda nuestra existencia a hacer trámites, será el único sentido de la vida, no habrá otro, de ningún tipo.

Disculparán ustedes que no continúe con este sesudo análisis, pero es que tengo que salir a hacer unos trámites. Solo puedo agregar que nos obligan a trabajar gratis.

 


Fernán González de Castilla es Abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho. Se dedica al libre ejercicio de la profesión con mucho esfuerzo, que al mismo tiempo sufre y goza.

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