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LA EXPERIENCIA DE LA EXCLUSIÓN

En un mundo de violencia, el arte es justo en la medida en que nos permite entender y al mismo tiempo imaginar nuestra realidad. Así, es pertinente pensar en la literatura, el cine y el teatro como puertas que se abren para imaginar otras realidades; como las voces de todos aquellos que son acallados y no pueden hablar; y como las creadoras del cuerpo y la forma de acontecimientos innombrables cometidos por los humanos, que de otra forma no nos atrevemos a enfrentar.

Por Carlos Azar Manzur

A partir de 2008, fecha de la imponderable crisis generada por la desregulación económica, los altos precios de las materias primas, la crisis alimentaria y energética y la ya muy trillada y analizada, incluso por el cine, crisis crediticia e hipotecaria, el tema de la justicia ha tomado un auge insoslayable. En estos últimos siete años se han tenido que replantear las estructuras que creíamos indestructibles de nuestros modelos económicos, hasta tal punto que nos hemos visto en la necesidad de buscar crear nuevos mecanismos de relación humana.

A este punto viene a sumarse la foto de Alan, el cuerpo del niño sirio muerto en la playa turca, que no alcanzó la tierra prometida. La imagen evoca el fracaso de la humanidad. Esa foto, que no fue tomada en la tierra en guerra sino en Turquía, provocó que el mundo entero volteara a verla. Es cierto que el problema sirio lleva cuatro años y que los migrantes sirios han buscado refugio en países como Jordania o Líbano, pero esta foto impacta sobre todo porque se conecta con nuestro inconsciente. Esa foto replantea los mecanismos discutidos, los procesos de permanencia de los migrantes. Esa imagen impresionante pero no gráfica nos llena de tristeza. No hay mutilación ni sangre, el niño parece dormir pero el contexto nos lleva a la vergüenza, a sentir que, como humanidad, hemos fracasado.

Luis Villoro dice que la vía para escapar del poder puede describirse en tres momentos: la experiencia de la exclusión, la equiparación con el excluyente y el reconocimiento del otro. Cobrar conciencia de una carencia causada por un daño, producido por acciones u omisiones de los otros, “y los otros somos todos” dijo Jean Paul Sartre, de aquellos que no pertenecen al grupo carente. La sociedad se comprueba como una carencia y por lo tanto dañada. En ese estado social, la búsqueda de la justicia siempre marcará una relación por la que el poder impone su dominio sobre los demás y cobramos conciencia del haber sido agredidos.

La literatura y el cine no solo han servido como catalizadores y posible voz para los que no la tienen. El siglo XIX ha quedado cobijado por El conde de Montecristo, Los miserables y Los hermanos Karamázov, tres colosos cuyo hilo conductor es la justicia. El siglo XX, un siglo ahogado en problemas de justicia, inició con el poderoso alegato de Émile Zola en Yo acuso, título que retomó Pablo Neruda en su

discurso contra la “Ley maldita”. Cuenta Anna Ajmátova en el prólogo de Réquiem (esa obra maestra en la que narra los horrores que vivieron las madres, meses enteros fuera de la prisión de Yezhov en espera de alguna noticia del juicio a sus hijos), que cuando la reconocieron, una madre le dijo si ella era capaz de describir ese horror. Al decir que sí, “algo similar a una sonrisa se asomó en lo que una vez había sido su rostro”. En esa búsqueda de la justicia, escritores y personajes han encontrado un camino para sublimar el dolor y darle forma.

En ese mundo que clama por justicia, los cineastas y los escritores han servido para darle forma al inexplicable dolor de la injusticia. Tenemos que entender la catástrofe y para eso es necesario imaginarla. Para eso, las artes imaginativas como el cine y la literatura son justas. Pero también debemos perdonarla y justificarla, darle forma, aunque sea mínimamente. Julian Barnes diría que por lo menos para eso existen las catástrofes, para producir arte.

Para aquellos que piensan que ninguna revolución surgió de los libros o de los escenarios, en el estreno de Nabucco de Verdi, el público italiano de Gayola no dejó terminar el estreno de la ópera porque inició una batalla campal contra los austriacos que llenaron el primer piso del teatro. Garibaldi tomó el famoso coro del final del tercer acto como himno de liberación contra el gobierno opresor y el nombre del mismo V.E.R.D.I fue pintado en las paredes como símbolo de libertad (Vittorio Emmanuele Re D’Italia). El premio Nobel de literatura de 1932, el inglés John Galsworthy, escribió una obra de teatro, Justicia (1910), en la que se basó la modernización del sistema judicial inglés después de la Primera Guerra Mundial. Tras el derrumbe de las Torres Gemelas, las novelas en Estados Unidos se lanzaron inmediatamente a darle forma a la tragedia. John Updike (Terrorista), Safran Foer (Tan fuerte tan cerca), Don Delillo (Falling Man), Thomas Lehr (September, Fata Morgana), e incluso, el genial novelista inglés Ian McEwan (Sábado), entre otros, se lanzaron al proyecto de tratar de entender ese demencial acto humano mediante el acercamiento novelado –estructurado, humanizado–, de una historia en particular.

Más allá de los documentos informativos, la literatura muestra nuestra explicación del mundo. En México, la literatura nos daría la posibilidad de nombrar las cosas y así mostrar nuestra explicación de Latinoamérica. No existen fórmulas remediales en los textos literarios, pero sí que pueden hallarse en ellos las claves de nuestra visión, para distinguir, de nuestra Historia, lo que pudimos evitar.


Carlos Azar Manzur. Como escritor, maestro y editor, siempre ha sido un gran defensa central. Fanático de la memoria, ama el cine, la música y la cocina de Puebla, el último reducto español en manos de los árabes.

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