por Regina González Carrillo
fotografías de Arely López
PREVIO A LA PUJA DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE LA SUBASTA DE ARTE LATINOAMERICANO ORGANIZADA POR LA CASA DE SUBASTAS MORTON, CAPITEL TUVO LA OPORTUNIDAD DE VISITAR LAS 218 PIEZAS DE ARTISTAS DE LA TALLA DE FERNANDO BOTERO, REMEDIOS VARO Y DAVID ALFARO SIQUEIROS, ENTRE OTROS.
Es frecuente asociar el estilo de los artistas con sus obras emblemáticas, ya que se convierten en la vía de acceso al pensamiento del creador e ilustran su trayectoria. Hoy en día es casi imposible disociar la idea de Da Vinci de La Gioconda, pero, ¿qué ocurre cuándo nos confrontamos con un nuevo espécimen, con una obra que jamás habíamos visto, de un artista que nos es sumamente conocido? ¿Qué ocurre cuando visitamos sus bocetos y dibujos, que no alcanzaron a ser obra en su momento, pero que hoy se manifiestan como una parte indispensable de su práctica artística?
Algunas de estas preguntas me suscitó la visita a la Subasta de Arte Latinoamericano, de Morton Subastas. Se trató de un recorrido, previo al evento, para exponer las obras al público. En él, no podía dejar de pensar que, en mis seis años de formación en Historia del Arte, jamás había concebido a Remedios Varo y Leonora Carrington como diseñadoras de vestuario para obras de teatro. Al apreciar el lote 57 de la subasta, conformado por los dibujos de cuatro figurines —los cuales me recordaron a los bocetos del Ballet Triádico de Oskar Schlemmer— se me presentó una nueva clave de acceso para comprender el proyecto artístico entero de estas dos pintoras surrealistas. Visitar una subasta de arte te abre las puertas a obras que, debido a su procedencia, han sido apreciadas por muy pocos ojos. No sólo eso, visitar la Subasta de Arte Latinoamericano, además de mostrarme obras poco conocidas, despertó mi avidez por encontrar nuevas conexiones —como la del Ballet Triádico—, al desestabilizar las ideas ya sedimentadas sobre los artistas ahí expuestos.
A modo de un Wunderkammer, o gabinete de curiosidades, las pinturas se encuentran dispuestas sin el rigor curatorial del museo, ocupando todo el espacio del muro, unas encima de otras, como si estuvieran enfiladas, esperando su momento estelar en la subasta. Esta disposición, más allá de escandalizarme, me mostró el potencial de un diálogo más abierto. El motivo de encuentro de todas esas piezas dependía enteramente de las conexiones que me atreví a señalar. Pienso en los Mensajes (lotes 95, 97 y 99) de Mathias Goeritz, que parecen haberse reencontrado después de muchos años. Se trata de tres tablones hechos con láminas doradas, que fueron “martirizados” con perforaciones de clavos. Al compartir el mismo espacio son capaces de establecer una conversación entre sus valores compositivos, al igual que con los valores de las obras vecinas: Accidente controlado de David Alfaro Siqueiros (lote 100), que irrumpe con la regularidad y estructura de los Sudarios de Goeritz. Quizás suene evidente, pero estamos tan acostumbrados a los acomodos del museo que cuando nos confronta cualquier otra disposición, ésta nos invita a improvisar conexiones novedosas.
Así me pregunto, ¿cuántas historias del arte no se esconden en las colecciones privadas? Podrían ser tantas que quizás las concepciones que tenemos de ciertos artistas o movimientos podrían ser radicalmente distintas. Ahí se encuentra lo significativo de esta exposición temporal. Me parece notable que en un conjunto enteramente azaroso se haya congregado una diversidad de variables, con el potencial de suscitar nuevas lecturas e interpretaciones. Es tan rico el universo generado por la convivencia entre los 218 lotes que la etiqueta de “latinoamericano” se queda corta. Por tanto, considero que vale la pena exponerse a una visita de este tipo, en la que cualquier acercamiento es válido y el recorrido prescinde de cualquier sentido establecido. Se trata de un deambular entre los pasillos. Se trata de acudir al libre encuentro con piezas de artistas canónicos para la historia del arte. Me viene a la mente la Otra versión de la Serpiente, también de Goeritz (lote 96), o las composiciones abstractas de Gunther Gerzso (lote 77, 79 y 80), que no aparecen envueltas por un aura cultual y se muestran sin tantos velos, sin tanto discurso. Quizás éste sea el único contexto en el que una obra se sostiene sólo por su propia presencia y no porque forme parte de alguna intención curatorial. Hay algo muy especial en ello, en renunciar a la elocuencia de un texto de sala y en emprender la búsqueda de sentido sin barandales.
Quizás sea esta apertura en la disposición lo que genera el deseo del coleccionista por elegir una pieza y completar el campo semántico que conforma su colección. Se trata de una apertura necesaria para despertar el deseo por generar sentido. Fue interesante observar que la exposición de la subasta contó con un gabinete de arte-objetos, dispuestos como en un aparador. Destacan las botellas licoreras diseñadas por artistas, la escultura transformable de Enrique Carbajal —mejor conocido como Sebastián— (lote 90), una composición escultórica de tubos reciclados de Jesús Pedraglio (lote 138) y una pinturita de Nahui Olin (lote 39). Tanto los objetos en las vitrinas, como los cuadros y las esculturas dentro la galería, manifestaron su permanente inestabilidad y su disposición a resignificarse. Me quedo pensando en cuántas de estas obras, al ser compradas, ocuparán una nueva posición en la serie del coleccionista, en su esfuerzo por “librar la lucha contra la dispersión” y así comenzará una nueva etapa de su vida, en la que estarán siempre a la espera de ocupar un nuevo orden y, por ende, de mostrar nuevos aspectos de su significación.
obligados a aceptar que su inserción en el mercado del arte ha implicado que las obras obtengan un reconocimiento sin igual.
legitimación en el circuito global del arte.
Se trató de un recorrido, previo a [la segunda edición de la Subasta de Arte Latinoamericano] para exponer las obras al público.
Me parece notable que en un conjunto enteramente azaroso se haya congregado una diversidad de variables, con el potencial de suscitar nuevas lecturas e interpretaciones.
Regina González Carrillo es licenciada en Historia del Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Actualmente cursa la Maestría en Historia del Arte, en el IIE de la UNAM. Ha trabajado en la curaduría de diversas exposiciones en el Centro de la Imagen y tiene un especial interés en la investigación de la teoría de la fotografía.