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SEÑALES EN UNA SENDA POCO TRANSITADA

por Andrés Hare

CON SU OBRA COLABORATIVA MARTIN HILL Y PHILIPPA JONES DOTAN DE NUEVOS SENTIDOS A LA NATURALEZA. EN ELLA, CONVOCAN FORMAS QUE ENTRECRUZAN LO APARENTEMENTE ARTIFICIOSO DE LO GEOMÉTRICO Y UNA RENOVADA MIRADA SOBRE AQUELLO QUE, MUCHAS VECES DE MANERA INADVERTIDA, ANIMA A LA VIDA MISMA.

Es ampliamente sabido que el paisaje es una construcción histórica y social. Una institución, como los bodegones o los retratos. Esto implica que podemos rastrear su historia y sus usos. En el Clasicismo se esperaba del paisaje poco menos que la función de un acompañante, de un lugar ideal para situar una escena o un espacio de belleza intocable. Mientras que, en el Romanticismo, por ejemplo, era el espacio para que el artista o el poeta desplegara y reflejara su mundo interior de forma intensa y telúrica. Y por supuesto, está el ubicuo lugar que ocupa en el sublime kantiano: la extendida idea de que mediante el paisaje nos acercamos al absoluto. Las permutaciones históricas de éste son muchas, pero no nos ocuparemos de ellas. Lo importante es entender que, al ser una construcción, el paisaje como tal no existe. O, mejor dicho, existe sólo a través de los lentes que nos ponemos para verlo.

Y esos lentes son los lentes de nuestro tiempo y nuestras sociedades. Así como nuestra percepción del paisaje se ha transformado en el tiempo, podemos decir también que nosotros lo hemos transformado, en tanto hemos transformado e intervenido hasta el cansancio nuestros ecosistemas. Ésta es una idea especialmente contemporánea. Cada día son más palpables los efectos de la vida humana en la Tierra, en la naturaleza. El Antropoceno, cuyo nombre elegante define la era geológica causada por el impacto de la expansión de la especie humana sobre la Tierra. 

Desde ahí Martin Hill (Inglaterra) y Philippa Jones (Nueva Zelanda) construyen su obra. El proceso es aparentemente simple, lo suficiente como para esconder reflexiones profundas en la sutileza de sus resultados. Los artistas recorren, a veces por largas temporadas, grandes espacios naturales de territorios tan disímiles como Nueva Zelanda, la Antártida, China o Andorra, e intervienen mínimamente sus paisajes con hojas, ramas, piedras, musgo o hielo. El resultado es una serie de esculturas efímeras que, gracias a las fotografías de Hill, parecen pertenecer a una realidad paralela, enraizada en la nuestra.

Haciendo eco de esa vieja máxima surrealista que dicta que hay otros mundos pero están en éste, lo que hacen Hill y Jones es colocar señalamientos en la naturaleza, devolviéndole al espectador un sentido de extrañamiento y asombro, mientras redirigen nuestra mirada hacia aquello que damos por sentado. Estos señalamientos, que pueden ser una rueda de ramitas que aparenta volar sobre un lago o una figura casi humana hecha de musgo, nos transportan y cambian nuestra escala de observación. El resultado son imágenes comparables a los grandes travelings del cine, en los que lo pequeño se hace grande y lo grande aún más grande.

Si uno se detiene entonces a ver los varios videos que registran el proceso de trabajo de Hill y Jones, descubrirá también otra cualidad poco habitual en un trabajo de tal madurez formal: una dimensión lúdica. Hill y Jones parecen dos niños que van intuyendo formas mientras transforman materiales. Así, esta evocación de geometrías y patrones se revela como un juego cuyo objetivo es reformular una experiencia del mundo.

Hill y Jones definen su producción como “arte ambiental”, una forma interesante de desmarcarse de una tradición (la del land art) que, por momentos, parece sólo haber reproducido a escalas monumentales aquello que la especie humana hace con los espacios naturales. Según Hill, lo que les interesa es referirse a nuestra “necesidad de imitar los sistemas cíclicos naturales en el diseño y la fabricación de sistemas hechos por el hombre”. Una necesidad que, como mencionamos, es cada vez más urgente.

Mediante este movimiento intuitivo, que se pliega a una lectura de la evolución de los ecosistemas, Hill y Jones nos enseñan a ver el paisaje natural desde una nueva perspectiva. Una que nos demuestra que, tal vez, en el permanente ensayo y error de nuestra especie, aún hay sendas nuevas por recorrer.  

Martin Hill & Philippa Jones, Alpine Ice Cycle (Ciclo de hielo alpino), Albert Burn Saddle, Wanaka, Nueva Zelanda, 2013. Cortesía de los artistas.

Martin Hill & Philippa Jones, River Guardian (Guardian del río), Río Clutha, Wanaka, Nueva Zelanda, 2016. Cortesía de los artistas.  Butterfly Specimens (7 especímenes de mariposas) — Rockland, Maine, 2015. ©Cig Harvey. Cortesía de Robert Mann Gallery.

Martin Hill & Philippa Jones, Autumn Leaf Circle (Círculo de hojas de otoño), Río Clutha, Wanaka, Nueva Zelanda, 2010. Cortesía de los artistas.

[…] lo que hacen Hill y Jones es colocar señalamientos en la naturaleza, devolviéndole al espectador un sentido de extrañamiento y asombro, mientras redirigen nuestra mirada hacia aquello que damos por sentado.

Martin Hill & Philippa Jones, Sunrise Circle (Círculo del amanecer), Lago Hawea, Wanaka, Nueva Zelanda, 2011. Cortesía de los artistas.

Martin Hill & Philippa Jones, Sanctuary (Santuario), Dusky Sound, Nueva Zelanda, 2015. Cortesía de los artistas.

Así, esta evocación de geometrías y patrones se revela como un juego cuyo objetivo es reformular una experiencia del mundo.

Martin Hill & Philippa Jones, Synergy (Sinergia), Lago Hawea, Wanaka, Nueva Zelanda, 2009. Cortesía de los artistas.

Martin Hill & Philippa Jones, Alpine Ice Cycle (Ciclo de hielo alpino), Albert Burn Saddle, Wanaka, Nueva Zelanda, 2013. Cortesía de los artistas.

Andrés Hare (Lima, 1986) es Licenciado en crítica de artes en la Universidad Nacional de las Artes de Buenos Aires y formó parte del XIII Programa de Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella. Ha publicado libros de poemas y escrito en diversos medios peruanos e internacionales. Fue editor general de la revista de crítica cultural Ansible. Ha publicado también el volumen de entrevistas de arte y cultura El ideal es la telepatía (Meier Ramirez Books, 2020).

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