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MI MÚSICA, MI CEREBRO

por Juan Arturo Brennan

¿LA MÚSICA PUEDE TENER EFECTOS EN EL DESARROLLO DE NUESTRAS CAPACIDADES MENTALES? ALGUNAS TEORÍAS AFIRMAN QUE ESCUCHARLA ACTIVAMENTE PUEDE AYUDAR A DESARROLLAR HABILIDADES, INCLUSO EN ÁREAS DEL CONOCIMIENTO NO ARTÍSTICAS.

Manuel Rocha, Transmutación. Cortesía del artista y Galería Le laboratoire.

La cantidad de estudios que se han hecho sobre la relación entre la música y el cociente intelectual, las habilidades motrices y lingüísticas, la coordinación fina, la memoria y un sinfín de otras cosas, es más grande que el número de notas que hay en una ópera de Richard Wagner. Si bien las posiciones de la ciencia, la crítica y la estética son igualmente variadas, es posible resumirlas en dos propuestas básicas. Por un lado, están los que afirman que la música (crearla, interpretarla, escucharla) tiene efectos medibles, en general positivos, sobre la manera en que funciona nuestro cerebro. Por el otro, hay quienes dicen que el valor de la música es meramente sensorial y estético, y que nada ocurre más allá de su simple disfrute. Yo tiendo a aliarme con la primera postura, sin restarle a la música ni un ápice del enorme placer que produce.

Es bien sabido que una de las más complejas habilidades de nuestro cerebro es la capacidad para pensar de manera abstracta; la música es el lenguaje abstracto por excelencia, su práctica no puede ser sino benéfica en muchos sentidos. Si se parte de la analogía del cerebro como músculo, el ejercicio que proporciona la música es muy completo. El proceso de aprender a leer música y luego convertir esa lectura en las acciones físicas necesarias para tornar los símbolos abstractos de la partitura en sonidos, es de una alta complejidad, y diversos estudios han demostrado que los músicos intérpretes, sobre todo los de un alto nivel, van afinando otras capacidades mentales y físicas y, con el paso del tiempo, desarrollan otras habilidades, a veces en campos cercanos a la práctica musical, a veces en áreas del conocimiento aparentemente distantes.

El caso de quien sólo escucha la música es distinto, pero también se ha probado lo benéfica que puede ser esta actividad, siempre y cuando no se realice de manera pasiva. ¿Qué quiere decir esto? Que es perfectamente posible oír música de una manera automática, casi como un reflejo, dejarla entrar por un oído y salir por el otro, pero esto no tiene mucho sentido. En cambio, escucharla de manera activa, es decir, con atención y concentración, mientras se reflexiona continuamente sobre lo que se escucha, activa ciertas zonas del cerebro y ayuda a promover una mayor interconexión neuronal (lo que en inglés se llama the brain’s wiring), con todos los beneficios que ello implica. La diferencia es perceptible incluso en los dos verbos que he utilizado: oír frente a escuchar.

Dicho lo cual, es necesario señalar que ciertos enfoques recientes tienden a simplificar los beneficios evidentes de la música en el cerebro, y han llegado casi al grado de “recetar” música (como si fuera una píldora, cápsula o gragea) para incrementar la inteligencia como por arte de magia. De ahí, las teorías y prácticas de dudosa utilidad cuyo ejemplo más notorio es el llamado “efecto Mozart”, que ha producido muchos más ingresos mercantiles que resultados efectivos.

La música puede llegar a ser una ciencia; pero no lo es, y en eso radica el gozo que nos produce.

Manuel Rocha, Cruci - fricción, 2015. Cortesía del artista y Galería Le laboratoire.

Ahora bien, todas estas consideraciones (y muchas otras posibles) sobre la música y el cerebro no deben hacernos olvidar que por más que la ciencia estudie, analice, desmenuce y codifique el fenómeno musical con fines de investigación, a nosotros lo que nos interesa por sobre todas las cosas es el placer (y a veces dolor, cómo no) que nos produce. A lo largo de los años me ha tocado leer una buena cantidad de ensayos y artículos en los que se analiza tal o cual asunto musical desde parámetros puramente científicos, particularmente a partir del enfoque de la psicología cognitiva, y si bien he encontrado que algunos de ellos son muy interesantes, muchos otros son de una aridez notable porque reducen la música a cifras, fórmulas, matrices, ecuaciones y parámetros que la despojan de lo mucho que tiene de intangible, incuantificable y misterioso. La música, sí, puede llegar a ser una ciencia; pero, venturosamente, no lo es, y en eso radica buena parte del gozo que nos produce. Si además de ese gozo, la música despierta, conecta y pone a trabajar a nuestras neuronas, tanto mejor; el gozo será doble.

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Juan Arturo Brennan es egresado del CCC. En 1980 obtuvo un Ariel y una Diosa de Plata por el guion de El año de la peste, en colaboración con Gabriel García Márquez. Desde 1978 ha colaborado en numerosas publicaciones. Es autor de tres libros.

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