por Lucía Pi Cholula
imágenes de Philippe Parreno
¿A QUÉ LUGARES NOS LLEVA LA CURIOSIDAD? ¿DE QUÉ MANERAS NOS INVADE EN LA INFANCIA? ¿EN QUÉ RESQUICIOS DE INTERNET LA ENCONTRAMOS? ¿EN DÓNDE DESCANSA LA CURIOSIDAD DEL POETA?
La curiosidad como una forma de interrogar a la vida: ¿quién soy, por qué estoy aquí? Eso también es la escritura. Aunque más valdría la pregunta en plural: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos aquí? Escribir desde la pulsión de la pregunta más que desde la quietud de la certeza.
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Desde una edad muy temprana, la pulsión curiosa se somete al juicio de la moralidad conservadora que pretende silenciar las interrogantes. Una persona curiosa es indiscreta, entrometida, imprudente, fisgona. La curiosidad mató al gato, afirman las personas de bien. Cuando eres pequeña y todo lo que te rodea es interrogante, lo único que deseas es seguir indagando: por qué lo mató, cuándo, dónde. Pero algo dentro de ti comprende que es mejor guardar las preguntas. Entonces te imaginas un gato, asomado en el filo de una ventana, con los ojos bien abiertos y las orejas despiertas para captar los rumores de la ciudad. La ventana se corre de sitio y el gato cae en picada. Pero no muere, la Luna lo salva. La curiosidad es un impulso creativo desde la infancia.
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En algún momento se pensó que Internet ensancharía los campos de la curiosidad. En la promesa de ese Aleph electrónico, en el que sería posible hallarlo y verlo todo, no habría límites para las preguntas. La voluntad de conocimiento descubriría en la red el centro de su supervivencia. Era difícil imaginar que cada vez sabríamos menos, aunque preguntaríamos más. Tardamos en darnos cuenta de que la web-Aleph no es todos los lugares desde todas las perspectivas a un tiempo; bajo la medida censora del algoritmo, el vasto mundo en línea se modeló a imagen y semejanza de sus usuarios. Las respuestas inmediatas a las preguntas que tecleamos en el buscador reconfirman una y otra vez nuestro sistema de creencias. En esa reproducción sistemática del pensamiento único queda poco espacio para la creatividad. La curiosidad no mató al gato, pero éste dejó de maullarle a la Luna, y se volvió meme, reel de Instagram, tiktoker. En la intriga que nos conmina a estar conectados la mayor parte del tiempo, la pulsión de la pregunta ha sido sustituida por un ansia de respuestas sencillas, cortas, expeditas. Ciento cuarenta caracteres para afirmarnos una y otra vez. No obstante, en esa enunciación de nosotros mismos la pregunta por el ser se desdibuja. En Internet somos —todo el tiempo— un relato que los demás devoran para saciar sus confabulaciones.
Los mecanismos de la intriga rigen nuestros movimientos. Somos detectives de Internet, de series de true crime, de publicaciones en Facebook. No hay aprendizaje, sólo enredo.
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Los resquicios de la curiosidad se esconden en el sótano de una casa vieja en la calle Garay, en la maqueta de un fotógrafo en el barrio de Flores, en los libros de una biblioteca caótica —excepto para quien vislumbra los sutiles vínculos entre sus tomos—. En la lectura distendida y estéril, ante el mandato de la productividad, la curiosidad resurge como acto creativo. Entonces vuelven, aunque de forma tácita, las mismas preguntas: ¿quiénes somos?, ¿qué hacemos aquí? Por ello, la curiosidad es también un eje rector de la crítica, siempre dispuesta a indagar fuera de los márgenes y señalar para la reflexión caminos posibles. En la voluntad de aprender lo que no se conoce surge el pensamiento.
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La curiosidad es también un principio de la poesía — en tanto origen y precepto—, que busca en el lenguaje todo lo que ignora. La poesía interroga las palabras para sobreponerse al silencio. Las preguntas no cambian, aunque sí las respuestas. En la fascinación por el lenguaje descansa la curiosidad del poeta. Su voluntad creativa como exploración, búsqueda de aquello que está por revelársele —una nueva manifestación del mundo— conforma el poema. La curiosidad toma el camino del lenguaje que nombra lo que aún no se conoce.
[…] la curiosidad es también un eje rector de la crítica, siempre dispuesta a indagar fuera de los márgenes y señalar para la reflexión caminos posibles.
Todas las imágenes: Philippe Parreno, Atlas of Clouds (Atlas de nubes), 2005. Cortesía del artista y 1301PE, Los Ángeles. Fotografías de Josh White.
Lucía Pi Cholula es poeta, ensayista y narradora de viajes. Sus textos han aparecido en Revista de la Universidad Nacional, Revista Común, Periódico de Poesía, Nexos, Gatopardo, Intervención y Coyuntura y en libros colectivos. Es autora del libro Este mapa no es de Berlín (2023). Es licenciada, maestra y doctora en Letras por la UNAM. En 2022 fue becaria del programa Jóvenes Creadores del FONCA, en la disciplina de poesía.