por Sergio Henao
imagen de Albert Bairamaliev
EL DESTINO, PERO SOBRE TODO EL ÍMPETU DE CONOCIMIENTO Y LA CURIOSIDAD, LLEVARON AL EXPLORADOR FRANCÉS A LAS PROFUNDIDADES DEL SECRETO MUNDO MARINO PARA DESCUBRIR Y COMPARTIR TODAS SUS MARAVILLAS.
Es extraño pensar que hoy tenemos mayor conocimiento del espacio exterior que de las profundidades del mar; pareciera que estamos destinados a buscar respuestas sobre la existencia y la vida en los páramos del infinito y no así al internarnos en el salino mundo que rodea los límites del terreno que podemos caminar. También es extraño pensar que, tal vez, el mayor conocedor del océano quería ser piloto de avión pero un terrible accidente automovilístico en el que casi pierde los brazos y la vida, lo recondujo a lo que sería su hogar por el resto de sus días: el mar.
Los ojos de Jacques-Yves Cousteau (Saint-André-de-Cubzac, 1910 — París, 1997) dejan de enfocar el cielo y se sumergen en la oscuridad, en el frío silencio donde habitan monstruos legendarios y aterradores seres mitológicos, los restos del diluvio donde reside Leviatán. Hasta 1936, cuando el joven Cousteau hizo su primera inmersión con una cámara acuática, aquel horror infundado y reproducido por la cultura occidental empieza a disiparse y lo que se revela ante los ojos del público es un mundo colorido lleno de bellas criaturas, una danza armónica y natural en diferentes tonos y profundidades, un escenario que ya había sido percibido desde la superficie por Jacques cuando nadaba por instrucción de dos amigos que se lo habían recomendado como parte de su proceso de recuperación de aquel accidente.
La obsesión del capitán por el agua lo acompañó desde niño y no sólo por las preguntas sobre el mundo secreto que resguardaba el mar sino por las condiciones físicas del agua salada, la posibilidad de evadir la gravedad al momento de bucear o la fortaleza de este elemento para sostener grandes barcos. La curiosidad de Cousteau se alimentó por años hasta su última incursión siempre dispuesto a sorprenderse con el contenido y la forma de la estructura oceánica. Tal vez no cambió la idea de navegar por el cielo, el cielo se encontraba invertido para él.
El trabajo del capitán Cousteau sobre el mar abarca un poco más de 60 años de investigación y aunque podríamos destacar su labor como científico oceánico, biólogo marino, divulgador del paisaje acuático, cineasta, inventor y hasta filósofo naturalista, su profundo espíritu de explorador era el motor central de sus acciones. Asimismo podríamos hablar de la poderosa mancuerna que logró sellar con Simone Melchior, su primera esposa, madre de sus primeros dos hijos, socia comercial y del destino, y la capitana indiscutible a bordo del Calypso, su emblemática embarcación.
La fascinación del joven Jacques por los océanos se podría presentar en dos grandes etapas: la primera, como era de esperarse, transitaba en la necesidad de conocer con sus propios ojos el mundo marino, de vencer el horror y poder transmitir con imágenes el maravilloso espectáculo estético que resguardaban los corales, los bancos de arena, los restos del naufragio, de comprender que la vida se manifiesta en formas muy diferentes al mundo que camina allá en la superficie, un paisaje desconocido con colores y texturas imposibles de imaginar. Deslumbrado, el joven explorador imaginó toda una ingeniería para colonizar las profundidades y soñó con la construcción de ciudades subacuáticas permanentes para la vida humana.
En esta etapa filmó con el director francés Louis Malle en 1956 El mundo del silencio, trabajo que fue premiado con la Palma de Oro en Cannes y el Oscar a mejor documental extranjero. Años más tarde fue contactado por la cadena estadounidense ABC para empezar a grabar entre 1966 y 1976 El mundo submarino de Jacques Cousteau, programa que le dio el reconocimiento mundial al señor de gorro rojo que le gustaba cuidar el mar.
La segunda etapa del viaje está directamente relacionada con la reflexión crítica sobre su labor y el alcance real que pueda tener en el porvenir del mundo marino. Cousteau se da cuenta que lo importante para los océanos y los ecosistemas que lo habitan es la conservación. Abandona radicalmente la idea de colonias acuáticas, para enfocarse en la lucha contra la contaminación con materiales tóxicos o radioactivos, la explotación de minerales e hidrocarburos, en especial el petróleo. Esto se convertía en paradoja, ya que ante la necesidad de encontrar recursos económicos para la continuidad del proyecto Calypso, Cousteau y su tripulación habían sido contratados años atrás por compañías petroleras con la urgencia de encontrar pozos de oro negro en el lecho marino.
En los últimos 30 años de vida, Cousteau se dedicó a promulgar el cuidado de los mares, y vale la pena recordar que, en la Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992, el capitán logró la firma para bloquear la explotación de recursos energéticos y minerales en la Antártida durante 50 años, acuerdo que vence en 2048. El capitán Jacques Cousteau entregó su pasión de vida a la curiosidad por entender el mar y aprendió a escuchar el silencio en el mundo submarino.
Albert Bairamaliev, Jacques-Yves Cousteau, 2019. Cortesía del artista.
La curiosidad de Cousteau se alimentó por años hasta su última incursión siempre dispuesto a sorprenderse con el contenido y la forma de la estructura oceánica”.
Sergio Henao López es historiador por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, maestro en Historia por la Universidad Iberoamericana y actualmente realiza estudios de posdoctorado en la misma disciplina e institución. Se interesa en la historia cultural, la historia de las ideas, la de la vida cotidiana y la escritura de la teoría de la intimidad.