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DE SUEÑOS Y PESADILLAS. REMEDIOS VARO Y LA ESCRITURA AUTOMÁTICA

por Marisol Argüelles

PARA REMEDIOS VARO EL SURREALISMO ERA MUCHO MÁS QUE UN MÉTODO DE REPRESENTACIÓN SIMBÓLICA. LA PINTORA, ESCRITORA Y ARTISTA GRÁFICA ESPAÑOLA EXILIADA EN MÉXICO, ENCONTRÓ EL ATRACTIVO PRINCIPAL DE LA VANGUARDIA EN LAS POSIBILIDADES QUE ÉSTA OFRECÍA COMO UN ESPACIO ABIERTO A LA LIBERTAD DE EXPERIMENTACIÓN, AUTOCONOCIMIENTO Y CREACIÓN A PARTIR DE LA LIBERACIÓN DEL INCONSCIENTE.

Uno de los nombres de peso para la vanguardia surrealista fue el de Sigmund Freud, de cuyas teorías André Breton afirmaría haber integrado a su movimiento lo relacionado con el proceso del sueño. Para el fundador del Surrealismo y sus correligionarios, los sueños, liberados del yugo de la razón, eran, por lo tanto, la revelación del inconsciente y por ello, una fuente inextinguible de la más genuina creación artística. Mucho se ha dicho en torno a los sueños y su relación con los surrealistas, sin embargo, vale la pena decir que su importancia no se limitaba a verlos como una fábrica de imágenes transportables al lienzo; para los surrealistas eran la puerta de acceso a un universo intransferible en términos concretos. Pero, ante todo, el sueño era una forma de sublevación frente a la realidad que domesticaba al individuo.

A finales de los treinta Remedios Varo entró en contacto con el círculo surrealista de París. Ante la embestida de la Guerra Civil española, huyó a la capital francesa en donde conoció no sólo a Breton, sino a otros muchos miembros del movimiento con quienes mantuvo una estrecha relación hasta el 16 de diciembre de 1941, fecha de su llegada al exilio mexicano, el mismo día que cumplía 33 años.

Es posible que Remedios Varo, como otros muchos expatriados, guardara por un tiempo la esperanza de volver a España. Esto, aunado a la naturaleza de su carácter, explica de alguna manera el modesto conjunto de objetos que acumuló desde su llegada y hasta el día de su muerte, el 8 de octubre de 1963. En este conjunto sobresale un archivo fascinante de libros, dibujos, unas cuantas obras y objetos personales que dan pistas sobre la persona que fue: una mujer culta, reservada, apegada a sus amigos cercanos y con una imaginación fértil. Su archivo ayuda a reconstruir su personalidad de la que se sabe poco, dado que los testimonios de quienes la conocieron son apenas unos cuantos y las entrevistas más escasas todavía.

Entre estos documentos sobresalen unas cuantas libretas con escritos libres de distinta factura a la de sus cuentos y cartas. Se trata de relatos más sueltos, a los que la autora parece haber dado mínima coherencia a la hora de escribirlos, pero que todavía conservan ciertos rasgos del pensamiento agreste que proviene de los sueños. Algunos están escritos en un sentido del cuadernillo y otros justamente al revés (como si lo tomara con prisa para escribir en el primer espacio disponible) y, casi todos, sin el uso de signos ortográficos. Se adivina entonces que esta escritura rápida, automática, la practicaba, posiblemente, entre el sueño y la vigilia.

Sin embargo, sabemos que los sueños le interesaron más allá de su relación con el Surrealismo. Remedios Varo nunca se sintió cómoda asimilándose a grupos que limitaran su quehacer artístico a un programa, de manera que, posiblemente, la práctica de su escritura haya estado menos asociada a la vanguardia surrealista que a su propio interés por el trabajo de autores en cuya biblioteca aún se conservan volúmenes marcados con anotaciones, páginas subrayadas y otras huellas de uso. Es el caso de El análisis profano (1926) de Sigmund Freud y Aurelia o el sueño y la vida (1855) de Gérard de Nerval.

En sus obras, existen también registros de los sueños, propios y ajenos: El gato helecho (1957), un pequeño óleo sobre triplay que se sabe perteneció a Eva Sulzer y que obtuvo como regalo de Remedios Varo fue hecho a partir de un sueño que la fotógrafa surrealista le narró. Según su relato, paseaban por el jardín unos gatos que se habían convertido en helechos. Dada su obsesión por escribir los sueños propios, no resulta extraño que haya dado forma al relato onírico de Sulzer, un gesto de amistad que revela mucho de la autora.

Pero de los sueños que la pintora dejó en sus libretas, destaca uno que recuerda al óleo Presencia inquietante (1959):

Soñaba que estaba dormida acostada en mi recámara y que un ruido fuerte me despertaba. El ruido venía de arriba, del estudio, y era como si arrastrasen un sillón. Pensé que eso quería decir que alguien intentaba entrar desde la terraza y que empujaba el sillón que estaba contra la puerta. Estaba asustada y me pareció prudente hacer comprender sin que se diese cuenta que yo sabía que era él, para que así se pudiera retirar sin mayores males. Me levanté y, desde la puerta de la recámara, hablé en voz alta hacia arriba. Dirigiéndome al gato le pregunté: ¿Qué jaleo es ese Gordi? Di un paso más hacia adelante y en ese momento sentí con horror espantoso algo detrás de mí que más bien salía de mí misma y, simultáneamente, comprendí que no era verdad el haber oído ese ruido peligroso arriba, pero que yo había en cierto modo querido oír esa amenaza fuera y arriba, pero que en realidad estaba siempre junto a mí o en mí. Esa “cosa” detrás de mí me produjo un terror enorme y una sensación de sueño pesadísimo y angustioso del que me esforzaba en despertar totalmente para defenderme, pero la criatura misteriosa me agarró fuertemente de la nuca, metiendo los dedos como intentando juntar estos dos músculos largos y estrechos que hay detrás en el cuello (o que me pareció que tenía yo en la nuca) y con la otra mano me apretó la frente entre los ojos. Al mismo tiempo, me decía: “Esto es para que no te despiertes, no quiero que despiertes. Necesito que duermas profundamente para hacer lo que yo tengo que hacer”. No me hacía daño, ni sentía dolor, pero sentía un terror mucho peor que todo y no quería dormirme. “Él” me dio un último apretón más fuerte y, al sentir que caía en un sueño profundo, me desperté realmente, angustiadísima y bañada en sudor.

En este momento de conciliación entre la vigilia y el sueño los surrealistas sitúan el nacimiento de la obra de arte, alojada en la vida del inconsciente y traída a este mundo a través del automatismo o de la construcción colectiva de objetos azarosos como los cadáveres exquisitos, obras desprovistas de los prejuicios y opresiones que deforman nuestra naturaleza.

*Un agradecimiento especial a Patricia Zalles por su apoyo y acompañamiento.

Remedios Varo, Insomnio II (Insomnio), 1947. © Remedios Varo, VEGAP, Madrid, 2022. Cortesía del Museo de Arte Moderno. INBAL / Secretaría de Cultura. Derechos reservados. Reproducción Autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2022.

Remedios Varo, Presencia Inquietante (Dibujo Previo), 1959. © Remedios Varo, VEGAP, Madrid, 2022. Cortesía del Museo de Arte Moderno. INBAL / Secretaría de Cultura. Derechos reservados. Reproducción Autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2022.

[…] relatos más sueltos, a los que la autora parece haber dado mínima coherencia a la hora de escribirlos, pero que todavía conservan ciertos rasgos del pensamiento agreste que proviene de los sueños.

Remedios Varo, El Gato Helecho, 1957. © Remedios Varo, VEGAP, Madrid, 2022. Cortesía del Museo de Arte Moderno. INBAL / Secretaría de Cultura. Derechos reservados. Reproducción Autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2022.

[…] para los surrealistas [los sueños] eran la puerta de acceso a un universo intransferible en términos concretos.

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Marisol Argüelles es historiadora del arte. Ha sido curadora del Museo Carrillo Gil y el Museo de Arte Moderno, además de gestora en diversos espacios del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Ha realizado proyectos curatoriales independientes en México, Estados Unidos y los Países Bajos. Actualmente es directora del Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo y del Museo Mural Diego Rivera.

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