por Maricela Guerrero
imágenes de Johnson Tsang
EN EL CONTEXTO EN EL QUE VIVIMOS, REFLEXIONAR EL DESTINO DE LA HUMANIDAD IMPLICA PENSAR EN LA NATURALEZA Y ACARREA, POR LO MENOS, UN SENTIMIENTO DE ZOZOBRA. ANTE ESTA SITUACIÓN, LA CAPACIDAD NARRATIVA DE LA LITERATURA NOS OFRECE UN ESPACIO PARA REFUGIARNOS Y BUSCAR RESPUESTAS MÚLTIPLES AL PAISAJE QUE SE NOS PRESENTA.
Johnson Tsang, Cross My Mind (Cruza mi mente), 2020. Cortesía del artista.
Cuando el destino nos alcance fue el título que en Latinoamérica se dio a la película Soylent Green (1974). En los anuncios de su estreno se exponía un apocalipsis signado por la falta de recursos para la humanidad que como una plaga se había reproducido exponencialmente. Para cuando la película entró al ciclo de reproducciones en televisión en los tempranos años ochenta, mi imaginación y mi ser ya se encontraban lo suficientemente dispuestos a padecer algo que hoy en día es sintomatología compartida por muchas personas: ecoansiedad y solastalgia; lo que implica entrar en pánico al futurear un destino de muerte y destrucción a la manera de la tragedia griega, en la que el mundo se acaba de maneras aterradoras y en el que se advierte un futuro cegado para las generaciones por venir.
Por aquellas épocas en las que la película se anunciaba con bombo y platillo apocalíptico, me gustaba desde la azotea de mi casa imaginar que los árboles, que se alcanzaban a ver desde ahí, eran amigos con quienes interpretar música y que al movimiento de una batuta imaginaria pertenecían a una orquesta de árboles que yo podía dirigir al vaivén de los vientos de la Ciudad de México. Las cosas han cambiado mucho desde entonces, las casas que en su mayoría no tenían más de dos pisos, hoy han crecido a lo alto y ancho, abarcando terrenos baldíos que han sido invadidos con edificios más altos y centros comerciales.
Pensar en el destino de la humanidad es echar a andar las ruedas de una ansiedad apocalíptica de la que cada vez es más difícil desprenderse. Me parece relevante considerar que para los griegos el destino era todo el tránsito que llevaba a un héroe o heroína a desenlaces trágicos ante los que no tenía voluntad, aunque sí una serie de características de personalidad que los hacían tomar decisiones y actuar en consecuencia con ese final funesto que les había sido asignado y del que eran totalmente ignorantes.
En la narrativa actual sobre el destino de la humanidad están puestas en juego, no las voluntades de los dioses impuestas sobre héroes y heroínas ciegos a su destino, sino condiciones económicas, modos de consumir y visiones del deber ser sobre una humanidad absolutamente desigual, a la que se le hace creer que el inexorable destino se encuentra en manos y decisiones ajenas de las cuales es imposible desprenderse. Esa es una de las posibles razones de por qué ante la ecoansiedad y la solastalgia, algunas personas optan por la apatía y el sufrimiento que, al mismo tiempo, aíslan y ciegan ante la propia voluntad y capacidad de acción; así, crean un círculo vicioso en el que, como en tragedia griega, las personas terminan siendo parte de un destino manifiesto.
No obstante, es aquí donde el destino, ese destino, puede transformarse, reconociendo en medio de esa narrativa la posibilidad de acción y de colaboración que las personas hemos tenido siempre; reconstruir desde el lenguaje nuestra relación con una naturaleza en la que ni los árboles ni las aves ni las montañas ni las piedras ni los minerales ni los cuerpos de agua ni sus animales ni los animales de la tierra son recursos sino seres con quienes compartimos este mundo y que no están a la disposición del consumo de empresas y gobiernos, como recursos.
En ese sentido, convendría preguntarnos si es en realidad inexorable un destino en el que la humanidad acabará con todos los seres y cuerpos con los que comparte la Tierra y consigo misma. No hay una respuesta unívoca sino respuestas múltiples y diversas en las que lo más importante es reconocer nuestra capacidad de acción mediante la desobediencia civil, base de movimientos pacifistas y contundentes; y la voluntad de aferrarnos a todo lo que podemos salvar comenzando por un lenguaje en el que dejemos de referirnos a lo que nos constituye y nos rodea como recursos.
Quizá el destino de Soylent Green no es algo que será sino algo que ya está aquí, al respecto me parece preciso citar a Italo Calvino en Las ciudades invisibles:
El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo crecer, y darle espacio.
Arriesgarnos ante otras posibilidades de destino para recuperar nuestra capacidad de acción y de comunidad, bien vale la pena para seguir compartiendo con orquestas de árboles y otros cuerpos con quienes respiramos en el mundo; donde la ecoansiedad y la solastalgia se transformen en energía creativa común de destinos posibles.
[…] reconstruir desde el lenguaje nuestra relación con una naturaleza en la que ni los árboles ni las aves ni las montañas ni las piedras ni los minerales ni los cuerpos de agua ni sus animales ni los animales de la tierra son recursos sino seres con quienes compartimos este mundo […].
Johnson Tsang, Lucid Dream II - The Rock (Sueño lúcido II - La piedra), 2020. Cortesía del artista.
Maricela Guerrero es una poeta mexicana. Licenciada en Letras Hispánicas y Maestra en Letras Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Su trabajo aparece en revistas como Letras Libres, Luvina, Revista El Humo, Armas y letras, Park, Blau Magazine, Kritiker, Poet y Tierra Adentro, entre otras. Editora invitada de La casita de mis sueños, Fundación Alumnos 47 en 2013. Recibió el reconocimiento Poética 3 otorgado por Universitatät zu Köln e International Colleges Morphomata en enero 2017 durante el Festival for World Literature.