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La aprensión de la aprehensión

por Ricardo Pohlenz

LAS REALIDADES CREADAS POR LA CINEMATOGRAFÍA CORRESPONDEN A UN MUNDO PARTICULAR LEJOS DE LA VERDAD. ASÍ, EN EL CINE, MIRAMOS Y CREEMOS ALGO QUE SABEMOS QUE NO ES CIERTO, VEMOS A LA REALIDAD PERDERSE EN EL TERRENO DE LAS ILUSIONES.

Imágenes de Stanley Kubrick: La exposición en la Galería de la Cineteca Nacional, diciembre 2016 a mayo 2017. Cortesía de la Cineteca Nacional. stanleykubrick.cinetecanacional.net/

La verdad, lo que se dice verdad-verdad, es algo que está más allá del cine. Puede que también esté más allá de nosotros, por otras razones y circunstancias, y sea por eso que recurrimos a fórmulas y símbolos más o menos abstractos; pero el cine, tal cual, se queda corto como herramienta para aprehender la verdad. Pero, ¿cómo?, puedes preguntarte. Si yo pongo mi cámara frente al mundo y ésta lo captura por medio del lente al mundo que le he puesto frente, ¿no es la realidad de ese lapso lo que proyecto en la pared (o lo que veo en el monitor, considerando las distintas velocidades del proceso de la imagen)? Es y no, en función de tus criterios -sustentados críticamente- de lo que es la verdad. Pienso en los hermanos Lumière: los puedo imaginar frente a las puertas de su fábrica a la hora en la que salen sus empleados o en la estación en el momento en que llega el tren, accionando la manivela de su dispositivo cinematográfico. Puedo también ver la reacción del público que asistió a la función en la que proyectaron esos materiales, se hacían a un lado frente al prodigio del movimiento, como si fuera a salirse del muro y a continuar su camino en la sala. Era un acto de magia, un portento a mitad del camino entre la tecnología y la superstición, y sería explotada como tal poco después por Méliès, mago de profesión. Era también una ilusión, en el más vasto, pero también en el más concreto de los sentidos, un engaño en el cual caer para dejarse seducir, fuera un noticiero o un melodrama, daba lo mismo, al final eran la misma cosa. Pero, ¿cómo es que al final son lo mismo? ¿Cómo puede ser que el newsreel se arme con los materiales que atrapaban –como una red a las mariposas- a los acontecimientos más importantes de la actualidad (que corre como liebre, cada vez más rápido)? No es que la velocidad (y por tanto la distancia sobre el tiempo) les haga perder realidad. Lo que han perdido las imágenes es peso, pasan tan rápido que no hay manera de aprehenderlas (tocarlas en un sentido figurado) para examinarlas con detenimiento. Las escenas filmadas por los hermanos Lumière tienen el peso de lo histórico, de una actualización que conjura distancia y tiempo para mostrar, como fantasma, que es y no, lo que muestra -eso que fue- como algo tan próximo que podría tocarse. Es un gesto de aprensión y de aprehensión: ir a la pantalla y tocar la imagen que se proyecta en ella, como si con ello pudiera tocarse lo inmanente. Pero es el gesto en la pantalla -el gesto visto desde afuera- el que lo sublima, el que lo hace posible, el que le da una realidad por convención (un peaje por ese algo –un equivalente a la moneda- que manejamos) que permite que se muevan las cosas como si en verdad fuera real, pero que al mismo tiempo es sólo simbólico. Es algo que está en lugar de. El conocimiento que se aprende -que se experimenta- con el cine está en lugar de algo más; lo sustituye diciéndose qué es lo que sustituye. Yo miro ese algo con candor y me lo creo, pero mientras, sé también que no es cierto: cambio de un campo al otro sin conflicto: lo sufro igual –descreído y no- debido a la distancia insalvable desde donde la experimento como anagnórisis y catarsis (y también como elipsis). Las locaciones y los escenarios no están ahí, no pueden estarlo, no son lo que dicen que son. Los muertos pueden ser fingidos o de verdad (otra vez esa palabra que usamos para lo que sabemos cierto), pero puestos en pantalla no son ni lo uno ni lo otro. Pasa lo mismo con los ojos, las miradas que se asoman a este lado (y que podríamos ver asomadas a la cámara si tuviéramos el privilegio del punto de vista de otra cámara que los documentara al mismo tiempo). Puedo tener una sensación de certeza a partir de este desdoblamiento, pero la verdad es que me engaño, que en esa ilusión lo he puesto más lejos. Abrir el campo sólo abre la relatividad del contenido: el lugar del que hace el lugar de. La realidad, si hubiera alguna, se pierde en la aprensión por aprehenderla. Está la ilusión de realidad en la película que lo documenta, y luego las convenciones de una sintaxis, que la hacen veraz al falsearla. Nos la creemos porque nos han enseñado a creérnosla, de la misma manera que creemos en los milagros de la sincronía como conexión sin causa y los viajes espaciales. Esa brecha insalvable que existe entre Méliès y Kubrick, la invención como propaganda para lo feraz: la cámara se abre a los campos de amapola que alberga la mente, amplias extensiones que se pierden en el horizonte de cada cabeza. Los lentes de realidad aumentada son una venda.

El conocimiento que se aprende -que se experimenta- con el cine está en lugar de algo más; lo sustituye diciéndose qué es lo que sustituye.

Screenshot de Le Voyage dans la lune (Viaje a la luna) de George Méliès de 1902.

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Ricardo Pohlenz es escritor, poeta y comunicador. Recientemente publicó la colección de relatos Lounge y sus libros El azul de cielo, La vocación del submarino y El cafre ilustrado están en preparación. Tiene una columna de cine en Frente y es profesor en la universidad Centro.

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