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ENTREVISTA CON CATIA DE ARIDA

por Carlos O. Noriega
fotografías de Munir Hamdan

EN NUESTRA CHARLA CON CATIA DE ARIDA, HEALTH COACH PROFESIONAL, DESCUBRIMOS QUE EN LA ALIMENTACIÓN Y EL MOVIMIENTO DE NUESTRO CUERPO SE MANIFIESTA EL AMOR PROPIO Y POR LA NATURALEZA.

Catia de Arida parece una aristócrata europea, aunque su origen es libanés. Sentados en su casa, ante un ventanal por el que se ven las ramas de unos árboles, bebemos té libanés y degustamos chocolate 99% cacao proveniente de Chiapas, porque en su casa no se come azúcar: “porque va contra lo que enseño”, comenta, el tratamiento de enfermedades terminales mediante disciplinas integrales de alimentación y cuidado de salud.

Sobre la mesa, hay una pequeña caja de cartón con un colibrí casi recién nacido. “Tiene una semana conmigo” –comenta— “pero imagínate cómo era cuando vino. No encontraron a su hermanito. El viento tiró la rama y el nido, pero está bien. Tengo cuatro en rehabilitación, junto con un cuitlacoche y una tórtola; siempre están trayéndome pájaros y animales. Además, ¿sabe que los colibríes son mensajeros entre este mundo y el otro? Es la cultura azteca que habla muchísimo de eso. Como son muy veloces, son los mensajeros, vienen a decirnos que nuestros seres queridos están contentos y cuidándonos. El huitzitzilin es un mensajero de Dios”.

¿El huitzitzilin?

Tiene muchos nombres, cinco o seis a lo largo de la historia, hasta que nosotros lo llamamos chupamirto, colibrí y todos los demás. El colibrí es una leyenda.

¿Quién es usted?

¿Quién soy yo? Mi nombre ya lo conocen. Soy una persona que nació en Líbano, en una familia feudal porque el feudalismo existía en Líbano desde la época de los turcos. Mi familia era allá el equivalente a los Morales de la Hacienda de los Morales. Siempre he tenido la curiosidad de la vida, desde chiquita, hasta mi papá, en la mentalidad de entonces, decía “qué lástima que no hayas nacido hombre en mi familia”, porque para ellos, los horizontes para la mujer son siempre mucho más limitados. Estamos hablando del Oriente Medio entre 1968 y 1970, que fue cuando yo entré en la universidad.

Luego conocí a un hombre maravilloso que era mayor que yo, nacido en México. Cuando sus papás dejaron México para volver a Líbano porque la abuela quiso que la enterraran en su tierra natal, él tenía nueve meses y ni siquiera caminaba. Era el menor de la familia, y aunque era mexicano de nacimiento, lo conozco allá. Su familia es de las más importantes en la industria textil de Medio Oriente, los Arida. Lo conocí, nos enamoramos y nos casamos en 1973. Él me doblaba la edad, yo tenía 22 años y él, 44. Por esa época viajábamos mucho, pero en 1975 empezó la guerra en Líbano y era difícil obtener visas, para mí, porque él tenía el pasaporte mexicano. Entonces me dijo: “Ya mandé a hacer una carta al abogado en México para que preparen tus documentos porque tú puedes ser mexicana por naturalización. Entonces vengo aquí en 1980, por una semana nada más a fin de sacar el pasaporte, pero me tardaron un mes porque faltó no sé qué papel y en ese mes, conocí toda la costa, del jueves al lunes. Al mes le digo a mi marido: “¿qué te parece si vendemos el departamento que tenemos en París, estoy cansada de Europa, y compramos uno en México?”, y me dijo, “sí, estás muy cerca del Líbano… son dos días viajando”. Siempre quería lo que a mí me diera gusto.

Rentamos un departamento; él pasaba un mes aquí y otro allá. Estuvimos así hasta 1991, cuando él se enfermó mucho del corazón y tuvimos que atenderlo en Houston, así que nos quedamos definitivamente aquí. Compramos la casa que tiene en frente, la de la esquina, ésa era mi casa, bueno, la tumbaron e hicieron cuatro departamentos.

Hace ocho años falleció mi marido, a los 82 años, duramos 36 años casados. Yo ya no podía vivir en esa casa, me enfermé de cáncer en esa época y me sentía muy mal: de repente me entero de un departamento nuevo en frente, yo no tengo hijos ni familia en México. Esa soy yo.

¿Qué estudió usted en París?

Yo estudié en la École des lettres en Líbano y luego pasé a París, a la Sorbona, unos meses para terminar. Estudié letras francesas aunque tengo cabeza matemática, es lo que engaña un poquito a la gente. Yo quería estudiar matemáticas, pero mi papá no me dejó, me dijo: “es muy duro para una mujer estudiar matemáticas”. Entonces escogí letras que no me encantaban para nada.

¿Y le gusta ahora?

Leo mucho, escribo, además estoy pensando en escribir mi primer libro, pero no va a ser literario ni mucho menos, va a ser acerca de cómo cuidarse y cómo salir de los problemas de salud.

Y está por graduarse ahora ¿de qué?

En Health Coaching por el IIN (Institute for Integrative Nutrition). En realidad, todos los alumnos lo consideramos no tanto como una universidad sino como  un efecto dominó en el mundo. Ya somos 150 mil graduados y es lo que llaman en inglés peripheral effect, la posibilidad de poder transmitir el mensaje a los demás.

No somos masones ni mucho menos, no somos una secta religiosa, somos gente que quiere que el mundo entienda que Dios ha puesto todo en la naturaleza para que uno se cure y viva bien, sano, sin tener la necesidad de un antibiótico. El mismo Hipócrates, el padre de la medicina, dijo: “hagan que la medicina sea su alimento y que su alimento sea su medicina”. Veo que los médicos y la industria farmacéutica ya salieron un poco de este camino.

Haber ganado una lucha contra el cáncer ¿qué enseñanzas le ha dejado?

Muchas. La primera y la más importante, que además fue el camino de salida, es amarse a sí mismo. Esto no quiere decir ser egoísta, amarse a sí mismo es respetar ese cuerpo que es un templo en la creación, Dios nos ha creado, nos ha regalado ese templo donde yo creo que vive nuestra alma y tenemos que respetarlo. Sin embargo, todo el tiempo estamos golpeándolo, agrediéndolo, dándole alimento que es mala gasolina. Entonces lo primero que aprende uno es a amarse, además de partir de una convicción: si uno no sabe amarse nunca podrá amar. Por ahí empieza el amor.

Amar a los demás… ¿tiene muchos pacientes actualmente?

Sí, bueno, no tomo diez al día porque también necesito mi espacio, pero nunca he rechazado a alguien que esté necesitado.

¿Por qué decidió estudiar Health Coaching?

No es por crédula. Cuando voy a dar pláticas, la mayoría de los que veo en los simposios, sean médicos o no, han pasado por momentos difíciles, lo que los llevó a investigar más y a curarse y ahora dan el mensaje al mundo. Eso es lógico y completamente ético.

Como cancer survivor yo le digo a la gente lo que he hecho, cómo he seguido para llegar a donde estoy, pero esto adquiere mayor relevancia si uno se presenta como Health Coach ya titulado. Es como decir M.B. o Doctor, para que la gente que no es tan creyente se acerque, porque van a decir “¿quién es Catia?, una persona que tuvo cáncer. Ah, bueno, y salió adelante…” pero cuando dicen: es una profesional, entonces es otra cosa.

[…] somos gente que quiere que el mundo entienda que Dios ha puesto todo en la naturaleza para que uno se cure y viva bien […].

¿De dónde proviene su pasión por el cuidado de las personas?

Desde chiquita. A los siete años en la escuela me uní a un movimiento de los Boy Scouts, el de las guías para niñas y llegué a ser la representante de Líbano en todo el mundo. Lo dejé en cuanto me casé, pero nunca olvidé la base que enseña cómo amar a los demás, a las plantas, a los animales.

En el movimiento me bautizaron con un nombre que significa Violeta de los campos, por la humildad, a pesar de venir de una familia muy feudal y, al mismo tiempo, por el perfume que da a los demás. Es un nombre del cual estoy muy orgullosa y así empezó mi educación. Además, en mi familia, la ayuda era una tradición, mi papá ayudaba muchísimo a la gente del pueblo a salir adelante y de manera muy discreta. Todo eso se transmite aparte genéticamente, con el ejemplo de los padres, las enseñanzas que nos dan.

¿Cuántos pájaros tiene ahorita?

Ahora tengo siete y una perra. Y ahorita pasarán a verlos porque tengo tres colibríes que ya pueden liberarse, nada más que pasen unos pocos días; uno que, cuando cayó, un gato lo agarró y tiene un ala quebrada. Va a tener que vivir conmigo toda la vida; tengo un cuitlacoche, porque vienen, me busca gente que no conozco y me los dan. Me comunico con biólogos de la UNAM o con gente de Arizona que conozco, mando la foto para que me digan qué especie es, pues cuando es bebé es muy difícil conocer la especie. Me dicen si es cenzontle de Monterrey o cuitlacoche para saber qué alimentación darle, por ejemplo, uno de ellos come nada más fruta y mosquitos, y en eso estamos.

¿Podría compartir con nosotros alguna anécdota con un colibrí?

Anécdota, no, pero la convivencia con ellos es muy rica, por ejemplo, con el primer colibrí. Yo rescataba muchos pájaros cuando tenía la casa de enfrente, compraba una tonelada de alpiste al mes, me lo traían de La Merced, porque mi jardín estaba lleno de comederos.

Tenía todo tipo de pájaros, las ardillas iban a visitarme también, yo los alimentaba en el árbol detrás de usted, aquí arriba, y sentía que cuando había lluvia o algo, frente a la puerta había pájaros enfermos. Como rescataba perros también, empecé a contactar veterinarios. Me decían el antibiótico, el analgésico, me enseñaron un poco los primeros auxilios que se da a los pájaros porque nunca los había tocado con la mano. De los colibríes no sabía nada hasta hace como cuatro o cinco años, y un día me llaman de la Sociedad Protectora de Animales para decirme que sabían que rescataba pájaros y animales y que tienen un colibrí. Una señora vino y comentó que lo había encontrado en la calle. “Sí, sí, tráemelo”, le dije, y en ese momento me puse en internet a buscar de qué se alimenta el colibrí y me lo trajeron así, chiquito. Yo tuve que cuidarlo, era bebé, y lo hermoso es que en la mañana lo cargaba y saltaba, se ponía entre el camisón y mi cuello. He tenido muchas historias verdaderas con los animales.

¿Qué es lo primero que le viene a la mente con la palabra “movimiento”?

Que es la gasolina que debemos dar al cuerpo y que debe ser de primera calidad.

Y la libertad, ¿qué significa para usted?

La libertad empieza dentro de uno. Si uno no se libera de todas las opresiones que tiene, no puede entender el sentido de la libertad. Claro que después viene respetar la libertad de los demás.

¿Algo más que guste compartir con nosotros?

Muchas cosas. Así como mi misión es compartir con todo el mundo cómo cuidarse, cómo cuidar ese templo que Dios nos ha dado, hacer una cadena de favores es fundamental, lo que yo aprendo lo paso a los demás, a fin de que esta humanidad tenga salvación. A pesar de que muchos pesimistas dicen “ya estamos llegando al fondo”, yo, para mí, siento que todavía hay salvación, mientras haya gente sensible que esté dispuesta a seguir adelante.

Al término de la entrevista, Catia de Arida nos invita a conocer el hospital para animales. Es una habitación iluminada por una amplia ventana, y varios colibríes, entre otras aves, sobrevuelan el lugar. Luego nos muestra el “hospital de calor”, una serie de contenedores con avecillas en reposo en espera de pronta recuperación; ella hizo los espacios de cuidado con focos y otros materiales y menciona que todo eso se trata de “salvar vidas, con mucha pasión y mucha paciencia también”.

Nota

Si usted quiere contactar a Catia de Arida por temas de salud o consulta para algún conocido o familiar, por favor escriba al siguiente correo para que le proporcionemos sus datos: [email protected]

[…] amarse a sí mismo es respetar ese cuerpo que es un templo en la creación […]

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Carlos O. Noriega es editor. Director Editorial de la revista Capitel de Universidad Humanitas. 

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